1917 (2019) es una de las obras que más ha triunfado este año. Su paso por festivales fue arrollador y para muchos, con sus 10 nominaciones, se colocó como favorita para los Óscar. Estaba por delante incluso de Parásitos (2019), que acabaría haciendo historia. Pero al margen de eso, ahora que ha terminado la temporada de premios podemos centrarnos en valorar las joyas que este año nos ha dejado, entre ellas, 1917. Esta es una de las películas más completas que podemos disfrutar del panorama actual, una cinta donde todos los elementos casan entre sí y se unen para decir que son cine puro, con todas las letras. Es cuando la música, la fotografía, la interpretación e incluso el guion están tan integrados los unos con los otros que te conducen, a la vez, a un mismo fin.
El guion y su sencilla eficacia
Aparentemente esta cinta no destaca por su guion: la película simplemente trata de un día en la vida de dos soldados. A estos se les encarga una misión que consiste en hacer llegar un mensaje para detener un ataque suicida durante la primera guerra mundial. La película es eso: un día en el que se narra todo lo que viven los personajes, sin estrategias narrativas sorprendentes o tramas complicadas. De hecho, Sam Mendes, director y co-autor junto a la británica Krysty Wilson-Cairns, habla de que la historia la inspiró su abuelo. Pero ahí se queda el asunto, la película no trata de él. Lo que podría haber sido uno de tantos «biopics caza Óscars» que se dedicaría a resaltar el heroísmo o criticar expresivamente el fatal acto de la guerra, se convierte en otra cosa. Es simplemente en inspiración para crear un guion dirigido por la sensación de inmediatez y la constante tensión.
Como hemos dicho, el guion per se no podría transmitir mucho más que un poco de malestar por lo angustioso de su historia y algún que otro juego de símbolos acertado. Pero este guion unido a todos los elementos se convierte, por su sencillez narrativa, por su dejar hacer, en uno de las herramientas más poderosas del film.
¿Cómo lo hace? Decidiendo contar la historia con esta sencilla premisa que luego los elementos técnicos transformarán en un poema visual. En los créditos iniciales se revela el auténtico título de la película: «6 de Abril de 1917». Conforme pasan los primeros minutos, la relativa tranquilidad de un descanso en la guerra ayuda a hacer caer al espectador en la trampa del plano secuencia, del que más adelante hablaremos. Cuando se da cuenta del engaño, está metido en una carrera contrarreloj. Cada segundo de las dos horas exactas que dura la película importa.
El portento técnico como medio expresivo en el cine
Y es que la película dirigida por Sam Mendes es una de las mayores puestas en escena a nivel técnico que el cine nos brinda. Es una de las obras fílmicas en la que se puede aprovechar todo el progreso al que hemos llegado y en ningún momento esto se queda en un recurso vacío. Para tratar esta «sencilla» historia, el consagradísimo Roger Deakins, director de fotografía, toma la decisión de emplear el recurso del plano secuencia. Este se usa para la gran mayoría de la película, por lo que constantemente seguimos a los personajes en la dura prueba que deben realizar. La cinta consiste puramente en esto, en una ejecución brillante de esta técnica, acompañada de una perfecta producción y manejo de efectos especiales.
Sin embargo, en 1917 la forma se convierte en el contenido. Este plano secuencia corresponde únicamente a un instrumento más para transmitir lo que parece ser el elemento más importante de la película: la experiencia del visionado, la tensión y la angustia. Hoy en día el progreso técnico nos permite poder realizar algo así (y por supuesto el grandísimo talento de todos los que lo ejecutan), y no deberíamos desaprovecharlo y con ello perder la oportunidad utilizarlo hacia una buena dirección. No se trata de una demostración vacía de recursos, de explosiones y de mucho dinero colocado ahí para que digamos «wow». Es una elección muy acertada de los recursos disponibles que el cine, no como herramienta, sino como medio expresivo y artístico, nos brinda. Una novela podría transmitir los horrores y la tensión de la guerra de diferentes maneras. También una obra de teatro, una canción o incluso un videojuego. Todos ellos serán capaces de transmitir una sensación única cuando empleen algo que solo podría darse en su medio. Solo el cine es capaz de conseguir lo que podemos sentir viendo 1917, y, aunque sea triste, hay pocas películas que se centren en este aspecto.
Peca en su voluntad Hollywoodiense
La interpretación de dos actores como son Geroge MacKay y Dean-Charles Chapman, más o menos desconocidos en el panorama del alto Hollywood, es sobresaliente porque cumple exactamente el propósito que hemos analizado en la película, el de vivir un día en la guerra. Ambos realizan tan excelente trabajo para la película que ninguno de ellos brilla con exceso. Paradójicamente, eso es lo que deberíamos señalar.
Sin embargo, hay algo en este sentido que puedo reprochar. Esto es la decisión de intentar hacer de esta película una con reparto flash, cargada de pequeñas intervenciones de célebres actores. La aparición de Colin Firth ocurre al principio y no crea ningún problema, estamos acomodándonos en las butacas y esperamos todo lo que la película nos pueda ofrecer. Sin embargo, los casos como los de Andrew Scott o Benedict Cumberbatch, por decir algunos, llaman más la atención. Por muy talentosos que sean, no permanecen el suficiente tiempo en pantalla como para olvidarnos de su figura personal. Eso solo nos hace pensar «¡oh, mira, este actor!», algo que rompe el maravilloso encantamiento que crea la cinta.
1917 coloca el género al servicio del cine puro
Pero sin lugar a dudas 1917 se ha convertido en un paradigma de su género. Es cine bélico en su sentido más puro porque aprovecha la limitación expresiva que es un género para brillar y exprimir al máximo todos los recursos que pueden estar a ese servicio. Y es que existe la opinión de que esta película es poco más que un ejercicio de virtuosismo en el que hay mucho ruido y pocas nueces. En mi opinión, nada más lejos de la realidad. El cine son sus medios. Desde el primer momento la película pone todos sus instrumentos al favor de transmitir la tensión y la angustia vivida por los personajes. El método ingeniado y diseñado por los autores es una brillante decisión para cumplir lo que se propone.
Además, el tratamiento de la guerra es feroz, y después de vivir el terrible día que debe vivir el personaje, lo único que recibe es lo único que pueden ofrecerle, una palabra: «gracias». El propósito de su esfuerzo desaparece, al igual que el significado mismo de la guerra. La película es una microhistoria que sirve para transmitir una idea a nivel macro. Y se culmina este bucle sin sentido finalizando la película con un plano exactamente igual con el que empieza, durmiendo bajo un árbol. Un día más en la guerra, que fácilmente podría volver a repetirse el día siguiente.