Nunca aprendo. Desde muy pequeña, no concibo la vida sin un libro entre las manos. Los libros me han salvado de amigos tardones, largas esperas en el centro de salud, viajes interminables en tren o autobús o, simplemente, ganas de abstracción en algunos momentos. Así que, por supuesto, “Mecanoscrito del segundo origen” ya había pasado por mi ansia lectora adolescente hace mucho tiempo. Recuerdo que me gustó bastante y que fue de lo primero que leí de ciencia ficción en aquella época, así que no podía perderme, bajo ningún concepto, la nueva edición de Minotauro (porque además de problemas de espalda por llevar cinco libros en la mochila casi siempre, tengo problemas de coleccionismo graves).
Y cuando me llegó a casa, yo feliz por regresar a mi adolescencia, se produjo el cataclismo. ¿Qué? ¿Qué era eso? No recordaba una mayor decepción desde que el Sporting perdió en el playoff contra el Espanyol.
¿Qué es “Mecanoscrito del segundo origen”?
En la villa de Benaura es verano y los chavales están disfrutando de las temperaturas estivales. Unos más que otros, puesto que a Dídac, de 9 años, lo acaban de empujar a una alberca y no es capaz de salir. Para su suerte, Alba, de 14 años, pasaba por allí y se lanza a salvarle la vida. Cuando logra salir con el chaval a cuestas, todo ha cambiado y una rápida exploración de los alrededores les da a entender que se ha producido un cataclismo de proporciones mastodónticas, puesto que todo lo que ven ha sido arrasado.
Como Alba ha escuchado un zumbido, se da cuenta de que, probablemente, se trata de un ataque extraterrestre que ha acabado con la población mundial pero que a ellos, por estar sumergidos en la alberca, no les ha afectado. Así que, siendo un hombre y una mujer (un niño y una niña, diría yo), se ven en la obligación de sobrevivir y repoblar el mundo enfrentándose a las posibles amenazas que puedan llegar después.
Alba, 14 años, virgen
No neguemos de primera mano que el asunto tiene buena pinta, aunque tampoco que no sea algo a lo que estemos acostumbrados en la ciencia ficción. Se trata de un libro para adolescentes y eso se nota desde el momento uno de la narración pero, sin embargo, no es lo que más me ha fastidiado de esta relectura adulta.
Lo primero que quiero destacar es la forma en que está escrito, a la manera bíblica, en el que hay párrafos pequeños en tercera persona que van describiendo la lucha por la supervivencia de los dos protagonistas. Sin embargo, aunque es una lectura ágil y que, no discuto, tal vez para adolescentes sea perfecta por lo inmediato de su carácter, llega un momento que, para el lector maduro, se hace pesadísima. Entiendo que es una cuestión de estilo del libro pero, mecachis, habría agradecido un poco más de chicha en algún momento y menos “y pasó tal” “y pasó cual” “y pasó pascual”.
El libro, según los expertos, está plagado de simbolismos, que si el mar, que si los nombres de los protagonistas… sin embargo, cuando lo leí en la adolescencia (que se supone que es la edad recomendada para ello), me pareció una novela de aventuras entretenida. No tan ciencia ficción como se supone que debía ser y sí lo suficientemente apocalíptica como para que me mantuviera en vilo. En la relectura, sinceramente, no niego el simbolismo que pueda haber pero no me ha importado lo más mínimo porque, desde la primera parte ya sabemos cómo va a acabar el asunto y ni el giro final es capaz de remontarlo.
Pero, sin duda, lo que más me ha molestado del libro es la cosificación de Alba. Dídac está ahí, hace cosas, pero no es que sea el más avispado del lugar. Alba se dedica a sobreponerse al apocalipsis de manera que una niña de catorce años jamás sería capaz (vale, lo perdono, al fin y al cabo es un libro para adolescentes, cosas peores se han visto). Pero el autor no pierde ni una página en describirnos los pechos turgentes de la niña o cómo se le ven las formas debajo de la camisa rota. Y en casi todos los capítulos se la describe como “Alba, edad, virgen”. Me quería arrancar los ojos, en serio, creo que no he suspirado tanto en mi vida como cada vez que tenía que leer esta frase.
Y no es todo, puesto que la niña de catorce años, virgen, parece que lo único que intenta es quedarse embarazada y ser la madre de la humanidad. Vale que un crío de nueve años raramente sabrá arreglar un tractor porque lo lee en un libro (a no ser que sea Adrián, el crío de Yernes y Tameza) pero bien, el libro va de la superación del apocalipsis, algo tendrá que hacer; pero que Alba, desde el minuto cero solo piense en quedarse preñada y ser la nueva madre de la humanidad, presionando a un chaval de 9 años, ¡sacré bleu!
… no debieras tratar de volver
Debería haberme quedado con la idea que tenía de que era un libro precioso cuando lo leí en los 90. Sinceramente, acabarlo con cuarenta y un años ha sido toda una tortura que no se la desearía a nadie, sin embargo creo que, siendo un clásico de la literatura catalana, debería conocerse. Tiene partes buenas y se escribió en 1974, cuando la ciencia ficción en este país no estaba tan evolucionada como en el resto del mundo, así que le reconozco el mérito.
Creo que un lector adulto y actual tendrá muy difícil empatizar con el libro, pero quizá los adolescentes sigan encontrando esa chispa de aventura que yo encontré cuando lo leí por primera vez.
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Manuel de Pedrolo, el gran desconocido
Nació en 1918 y escribió toda su vida en lengua catalana. Combatió en la Guerra Civil con la CNT-FAI y fue maestro en Fígols. Sufrió muchos problemas de censura, lo cual incluso le llevó a enfrentarse a la justicia en 1972 por la obra “Amor fora ciutat”.
“Mecanoscrito del segundo origen” es su obra más conocida, puesto que fue traducida al español e incluso se llevó a la televisión catalana con una serie y una película.
Murió en 1990 tras haber conseguido el Premio de Honor de las Letras Catalanas, Premio San Jordi de Novela en dos ocasiones y el Premio Mercè Rodoreda de cuentos y narraciones, entre otros.