El viaje del héroe, el conflicto entre la buena y la mala madre, el castigo para señalar la mala voluntad, pero también la ignorancia desmedida… Solo con eso, ya tenemos una pila de cuentos aparentemente eternos almacenados en nuestra memoria e imaginario colectivo. Regresamos a ellos una y otra vez, y ha sido así desde antes incluso de que los propios cuentos tuvieran dicho nombre. Algunos de ellos eran, incluso, mitos.
Gracias a la transmisión oral a lo largo del tiempo, así como la creatividad de la gente que no dudó en poner por escrito su propia versión de la historia, existen múltiples versiones de un mismo cuento. Como el caso de la doncella que perdió un zapato y medio reino se volvió loco por encontrarla. Se la conoce por muchos nombres, pero el más famoso de todos es el de La Cenicienta.
Aspasia, la primera
A día de hoy, las versiones son prácticamente infinitas y se retroalimentan entre sí, buscando nuevas aristas, sentimientos y puntos de vista que compartir. Aún así, el factor común de todas ellas suele ser: una mujer joven –o una adolescente– en una terrible situación familiar acaba saliendo del hoyo gracias a su belleza, gracia e inteligencia. Muchas veces también hay un príncipe, un rey o un guaperas de por medio, aunque su papel e influencia ha ido variando a lo largo del tiempo.
Los relatos más antiguos los podemos encontrar en la Antigua Grecia y Egipto. Aunque, como no, Roma también estaba en el ajo.
Aspasia de Focea nació en el siglo IV a.C. y contó con una vida que supuso el precedente para el cuento de hadas del zapatito de cristal. Hija de Hermotimo, natural de Focea, se vio obligada a entrar en el harem del príncipe persa Ciro el Joven. Fue reconocida como su favorita debido a su belleza y sabiduría. Estuvo en medio de guerras, cortes y conspiraciones, según los registros dejados por el escritor Jenofonte y el historiador Plutarco.
En el siglo II d.C., Claudio Eliano se convirtió en el vínculo entre Roma y La Cenicienta al registrar en su obra Varia Historia la vida de la propia Aspasia, entre otras figuras históricas, a través de un cómputo de anécdotas y fragmentos de diversos sucesos.
Según estableció la académica Carmen Barragán en su estudio La biografía de Aspasia de Facea en Eliano (Universidad de Valladolid, 2001), “Eliano estructura el retrato sobre un esquema que respeta el orden cronológico básico de la biografía como género (…), desde su origen hasta el eco y las repercusiones que para la sociedad tuvo su muerte”. Salvo con Aspasia.
En su caso, Eliano dividió la historia en tres: su infancia; su juventud; y su edad adulta, vinculada a su acmé. O, como lo llamaríamos hoy en día, su evento canónico. Y cada una de esas tres etapas estuvo directamente relacionada con un hombre: Hermotimo, Ciro y Artajerjes.
Al igual que la gran mayoría de las princesas de los cuentos de hadas, Aspasia era huérfana de madre y pobre, educada en los valores de la moderación y la firmeza. Pero no son los únicos elementos en común. Barragán afirma en su estudio que “la orfandad y la pobreza que caracterizan a Aspasia presentan claros tintes populares”, como que la heroína reciba una nueva apariencia gracias a una intervención mágica, que posea una belleza inestimable y cuyas cualidades sean mostradas a través de sus acciones en lugar de sus palabras.
Eliano señala que, durante su infancia, Aspasia adquirió su belleza por la intermediación de Afrodita, la cual se convierte en la intervención mágica. Precedida, además, por la negativa del médico por curarle el absceso debido a su pobreza, lo que dio paso, a “introducir una curación por medios no prescritos por la medicina científica” indica Barragán.
Después de su transformación física, Aspasia dio paso a su juventud y fue llevada ante Ciro el Joven, que se enamoró de ella no solo por su belleza, sino como modelo de virtud. En palabras de Barragán, Eliano “ensalza su sencillez, su comportamiento recatado y su belleza”, fundamentos que terminaron por convertir a Aspasia en la favorita de Ciro.
La última etapa de su vida llegó con la muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa a causa de una flecha. Aspasia fue capturada por los hombres de Artajerjes, hermano mayor de Ciro, y llevada ante él. Al igual que Cenicienta deja a la corte sin habla al entrar al salón de baile con su vestido encantado y sus zapatos de cristal, en el relato de Eliano el cambio de vestuario de Aspasia la convirtió en la mujer más bella del mundo.
Aún así, El rey no se enamoró plenamente de ella hasta que la vio vestida con la ropa del joven eunuco al cual amaba y que falleció. “Se observa un cambio en el comportamiento” afirma Barragán, “Aspasia pasa a atribuirse cualidades masculinas y a ser amada como un muchacho (…) donde ya no importa ni la belleza ni el comportamiento recatado ni la sencillez.”
La Cenicienta a través de la historia
“Un mito puede ser contado de muchas formas diferentes”, alega Barragán, “los rasgos característicos de la evolución de un mito pueden rastrearse en otras historias que nada tienen que ver con las leyendas míticas”. Y, teniendo en cuenta su recorrido, es una descripción que le calza a La Cenicienta.
Entre el siglo I a.C. y el I d.C., aparece Ródope, un relato acerca de una esclava griega que se casó con un faraón egipcio y, sí, incluye un zapato con un papel relevante en escena.
En palabras del biógrafo y escritor Roger Lanedyn Green en Tales of Ancient Egypt (1967), se puede considerar la historia de Ródope como la variante más antigua de La Cenicienta. Al menos, registrada hasta la fecha.
Basada en la historia real de la hetera Ródope, siglo VI a.C., el cuento retrata la vida de una esclava que, mientras se bañaba en el río, perdió una de sus sandalias debido a una anguila. Misma sandalia que acabó de forma azarosa en manos del faraón. Éste, fascinado por el suceso en sí, así como la delicada forma del zapato, mandó a buscar a su dueña por todas partes. Sus hombres la encontraron en Naucratis, primera colonia griega establecida en Egipto por los griegos según los registros de Heródoto. La llevaron hasta Menfis y se convirtió en esposa del rey. Las cestas y las sandalias del Antiguo Egipto estaban hechas de otra pasta.
Posterior a este relato podemos encontrar el cuento de Yeh Hsien, escrito por el poeta chino Tuan Ch’eng Shih en el siglo IX. La escritora Terri Windling en su artículo Cinderella: Ashes, Blood, and the Slipper of Glass (1997) señala que puede ser incluso un relato aún más antiguo, puesto que es un registro de un relato que ya tenía un precedente oral.
Esta versión viene con sandalia incluida y la presencia de una madrastra y una hermanastra malvadas. También es la primera vez que la protagonista se ve envuelta en circunstancias que involucran magia, un baile y un castigo para las antagonistas.
Un par de siglos después, concretamente en el siglo XII, aparece la figura de María de Francia, escritora llamada así no porque se le conozca algún vínculo con la corona, sino que solo se sabe que procedía de dicho país. María de Francia escribió El fresno, un poema que toma la historia de la aún no nombrada Cenicienta y la relaciona con la fertilidad, la infidelidad, matrimonios de sangre azul y un dramón que bien podría haber servido de inspiración para La usurpadora (1998). Los personajes se mueven por algo más que el deseo o el peso de la bondad o la maldad en su carácter.
Tras esto, llegamos a la antesala de las versiones más famosas de La Cenicienta con la obra de Giambattista Basile, autor de la colección de cuentos Pentamerón (1634 – 1636), cincuenta relatos publicados a título póstumo por Adriana Basile, su hermana. Entre todos ellos se encuentra La gatta cenerentola.
Por primera vez aparece la mención explícita de un hada, aunque no se trata de un hada madrina. También a la existencia de los tres bailes a los que acude la protagonista en lugar de solo a uno. Algo que se ha visto reflejado en novelas como El mundo encantado de Ela (Gail Carson Levine, 1997).
Barragán afirma en su estudio que “el número tres es propio del cuento popular y aparece relacionado con elementos muy variados”. En la historia de Aspasia registrada por Eliano, el médico pidió tres estateras para curarla. Basile lleva a su protagonista a tres bailes.
La historia da comienzo con un príncipe. En concreto, un príncipe viudo: el padre de Zezolla, la protagonista. Aquí, Zezolla se encuentra con varias madrastras, asesinatos y un padre que la ignora por preferir a sus hijastras. Cuando a Zezolla la hostigan sus hermanastras, su padre hace caso omiso. Windling concreta que Zezolla “fue obligada a dormir entre las cenizas del hogar junto al gato de la cocina y finalmente perdió su nombre y se convirtió en la gata cenicienta”.
Zezolla recurre a maldiciones y deseos a las hadas de Cerdeña para poder asistir a los tres bailes reales, en los cuales encandila al rey. Él trata de descubrir su identidad, pero al final de cada baile Zezolla se las ingenia para huir de él y sus perseguidores. Hasta que, por accidente, pierde uno de sus chapines.
El rey convoca una última fiesta con el objetivo de que todas las mujeres del reino se prueben el zapato. Al descubrir que Zezolla es la dama misteriosa, se casa con ella.
Sesenta años después, apareció la versión más conocida a día de hoy: La Cenicienta (1697) de Charles Perrault. Cuenta con el hada madrina, la calabaza convertida en carroza y el ratón transformado en cochero. Windling señala en su artículo que “el zapato de cristal fue erróneamente atribuido a Perrault como inspirador original”, pero es una referencia importante en el debate de si el zapatito realmente era de cuero o cristal. Jenny Beavan optó por un término medio al diseñar la sandalia plateada de Danielle en Por siempre jamás (Andy Tennant, 1998).
De entre todas las versiones que hemos visto hasta el momento, es la primera en mostrar un final feliz para todos los personajes. Cenicienta perdona a su madrastra y sus hermanastras y las sitúa en sociedad. Cosas de ser la princesa heredera consorte, puedes hacer cosas como meter mano en las alianzas matrimoniales de todo el reino.
Llegamos a 1812 y nos encontramos con el escrito de Jacob y Wilhelm Grimm, recordado por ser el más terrorífico de todas. En este no hay hada madrina, sino un árbol mágico que ha crecido sobre la tumba de la madre de Cenicienta. Por si no era lo bastante desalentador, el árbol creció gracias a las lágrimas derramadas de la protagonista.
Cenicienta se ve empujada por su madrastra y sus hermanastras a ocuparse de todas las tareas del hogar. Acaba siempre cubierta de hollín y polvo, pero su padre no interviene. Aquí, al igual que en la versión de Basile, el padre sigue vivo, pero se preocupa tanto por su hija como por una piedra del camino. Lo único que hace por ella es entregarle una rama que consiguió en uno de sus viajes y que más adelante se convertiría en el árbol sobre la tumba de su esposa.
El rey organiza tres bailes para buscarle una esposa al príncipe. Bailes a los que Cenicienta tiene prohibido acudir. Y así se repite la norma señalada por Barragán acerca de la importancia del número tres en la narrativa popular.
Gracias a la ayuda de las palomas, Cenicienta logra sortear las pruebas impuestas por su madrastra. Acude al árbol mágico para que la ayude a conseguir un vestido dorado y unos zapatos brillantes. uno de ellos los utiliza el príncipe para encontrar a la huidiza protagonista que se le escapa al final de cada baile. No obstante, como no tiene ni idea de quién es su propietaria, se lo va probando a todas las muchachas del reino. Incluidas las hermanastras de Cenicienta.
Las mismas que, en un intento desesperado por hacerse con el puesto de princesa, se mutilan los pies. El príncipe no se habría dado cuenta del engaño si no fuera por la advertencia de las palomas.
Finalmente, Cenicienta y el príncipe se ven las caras. Durante la boda, las hermanastras acaban ciegas por el ataque de las palomas.
La película Los tres deseos de Cenicienta (Cecilie Mosli, 2021) bebe mucho de esta versión. La rama encantada, el búho que la acompaña en cada uno de sus deseos y los tres conjuntos que dan pie a sus tres encuentros con el príncipe. También está presente en el musical Into the woods (James Lapine, 1986), el cual converge los cuentos más oscuros de los hermanos Grimm en una única historia.
La Cenicienta, ¿superviviente o trofeo?
Si lo miramos desde la perspectiva del príncipe, rey o caballero de brillante armadura, Cenicienta es poco más que un trofeo.
Aspasia fue vendida al harem del príncipe persa. Ródope fue atrapada por el ejército del faraón después de que este quedara embelesado por su sandalia. Yeh Hsien perdió su zapato tras huir de su familia y el rey quedó tan encandilado por la prenda que la buscó para casarse con ella.
Zezolla fue totalmente ignorada por su padre. En un intento por alejarse durante un instante de los trabajos forzados que le imponía su madrastra, acudió a los bailes de palacio. El príncipe se enamoró de ella, pero ella siempre huía. No fue hasta que atrapó su zapato que descubrió la verdadera identidad de Zezolla y se casó con ella. Lo mismo ocurre con la Cenicienta de los Grimm, aunque tiene un final bastante más sangriento.
En todos ellos, Cenicienta es más una pieza de caza que una persona con identidad propia. La conclusión siempre es la misma: él la encuentra y se casa con ella. Cenicienta se convierte en un sujeto pasivo y en un premio a obtener por su gracia, belleza y misterio.
No obstante, ¿qué sucede con el relato cuando nos apartamos de la mirada masculina, del príncipe como sujeto activo? Si lo estudiamos desde una mirada femenina, la de la propia Cenicienta… ¿Hay una historia de lucha de una mujer que tira adelante como puede? ¿O es la mera pasividad de una mujer solitaria que espera a que la rescaten?
Colette Dowling es una escritora reconocida por El complejo de Cenicienta (Summit Books, 1981). Texto en el cual afirma que “la manera en que fuimos criadas nos ha venido diciendo que hemos de formar parte de alguien más, que debemos ser protegidas, apoyadas y animadas por la felicidad conyugal hasta el día de la muerte”.
Mientras que los hombres podían ser solteros de oro con sesenta años, las mujeres de treinta eran solteronas. El primero es una identificación orgullosa, mientras que el segundo es despectivo. Porque son los hombres los que eligen y las mujeres las que tienen que esperar a ser elegidas.
Véase el ejemplo de My Fair Lady (1964) coprotagonizada por un Rex Harrison de 56 años y una Audrey Hepburn de 35. El tratamiento de ambos personajes por la sociedad, entre sí y hacia sí mismos difiere por completo. Y gran parte del conflicto de la trama parte de ahí.
Dowling alega que, con el movimiento feminista de los setenta, llegó una ola que se oponía significativamente al rescate de la damisela en apuros. En pos de la libertad de la mujer, conlleva a “que comenzáramos a tomar decisiones basadas en nuestra propia valía (…). La libertad exige que seamos auténticas, sinceras con nosotras mismas”. En estas versiones antiguas y clásicas, ¿Cenicienta tiene alguna convicción propia o se encuentra totalmente subyugada por el ambiente en el que se crió?
Windling retrata a la Cenicienta de los hermanos Grimm como “una chica paciente e inteligente en un hogar cruel”. No cuenta con hadas madrinas ni con animales que hablan. Solo la magia de los muertos y el conocimiento de utilizarla en el momento oportuno.
Cenicienta no tiene amigos en ninguna de las versiones del cuento, solo enemigos, familiares muertos o que la tratan como si ella lo estuviera. Como mucho, cuenta con algún hada madrina ocasional o animales que la apoyan y la ayudan, pero con los que no puede hablar. La única que tiene algo parecido a un amigo es Yeh Hsien, aunque se trata de un pez mágico al que su madrastra cocina.
Tampoco tiene bienes ni ahorros a su nombre, o cartas de recomendación que le faciliten un trabajo y un techo.
¿Permanecer en compañía de su desastrosa familia malviviendo era una señal de resistencia? ¿O una espera pasiva para que alguien acudiera en su rescate sin que ella tuviera que tomar ninguna decisión por sí misma?
Una nueva mirada, una nueva cenicienta
Según las mujeres han ido ocupando espacios en el arte, la figura de Cenicienta se ha visto reivindicada por muchas autoras. Han cambiado la perspectiva y la presentan como una mujer cuya vida comienza mucho antes del baile. Tiene que sacarse las castañas del fuego como buenamente puede, con las opciones y posibilidades a su alcance.
Eso no implica que estas protagonistas tomen buenas decisiones, ni que estén deconstruidas ni que puedan hacerlo todo solas. Pero ellas buscan un camino que reivindique su fortaleza propia, no la obtenida por ser la elegida y el trofeo.
El mundo encantado de Ela (Gail Carson Levine, 1997): Ela tiene que luchar contra un encantamiento que la obliga a obedecer todas las órdenes que le dan. Aún si tiene que pelear con su propio criterio y deseos.
Por siempre jamás (Andy Tennant, 1998): Danielle permanece en su casa en un intento desesperado por mantener viva la amada figura de su padre y el espejismo de una madre que trata de proyectar en su madrastra.
Cenicienta ha muerto (Kalynn Bayron, 2020): Sophia acaba inmersa en una lucha contra el propio rey en pos de escapar del baile anual. ¿Por qué su empeño? Ella no quiere que un desconocido la escoja a dedo para ser su esposa. Quiere vivir libremente con el amor de su vida, su mejor amiga.
No son las únicas. Un breve paseo por las estanterías muestra al menos diez adaptaciones en los últimos años: Cuando el zapato encaja de Julie Murphy (2024); Of glass and cinders de Tiani Davids (2024); Dragon by Midnight de Karen Kincy (2021); The Shadow in the Glass de J.J.A. Harwood (2021); Cenicienta no pertenece a nadie de Rachel Vels (2019); Hermanastra de Jennifer Donnelly (2019); The Blood Spell de C. J. Redwine (2019) y Geekerella de Ashley Poston (2017), Cinder y Ella de Kelly Oram (2017), Cinder de Marissa Meyer (2012).
Con este reclamo por una cenicienta con identidad, inseguridades y convicciones propias, ¿podrá deshacerse de las astillas que cuartean sus zapatos y permanecer viva otros tres mil años más? ¿O se romperán para siempre los zapatos de cristal?