Tanto Kazuo Koike como Gôseki Kojima llevan ya con soltura y descaro las vestiduras de la fábula y la ironía picante, haciéndonos incluso olvidar la actitud grave y dramática de sus obras más conocidas. Ya no parecen dos autores de serios jidaigeki aventurándose en un terreno menos familiar, sino que han adoptado con total integración el tono de la serie, y son incluso capaces de aventurarse a dar ciertas piruetas, aprovechando el fantástico trampolín que les otorga la gran obra china Xīyóujì o Viaje al oeste, atribuida a Wu Cheng’en, en la cual se basa este manga.
En este segundo tankôbon se compone de los tres siguientes capítulos del volumen uno de la edición original. No funcionan aquí como unas simples divisiones de una historia continuada, sino que la trama y el discurso cambian de uno a otro, mostrándonos que esas divisiones capitulares no son para nada arbitrarias.
El primero de los capítulos, Las campanas de oro suenan con humo y arena , continúa y a su vez finaliza ese primer tramo que ya hemos visto en el anterior tomo, con el lascivo monje Sanzô haciendo de las suyas acompañado por los demonios Son Goku, Hakkai, Gojô y el fantástico caballo Ryûhaku.
Y es que las dudas de nuestro protagonista, el rey mono Son Goku, acerca del viaje encargado por Buda se acrecientan a pasos agigantados: ¿Cómo va a permitir El iluminado un viaje repleto de violaciones, banquetes, robos, asesinatos, combate contra demonios sea una peregrinación budista para buscar los sutras perdidos? Su negativa a seguir colaborando en ese despropósito provocará la revelación de las intenciones ocultas de Shaka (Buda para los japoneses): Sanzô no es sino la otra cara de Buda, a través de la cual lleva a cabo el mal y pretende enfrentarse a los dioses. Para demostrarlo, Goku apalea al monje hasta la muerte.
En este brutal giro de los acontecimientos comienza el siguiente capítulo: Combate extenuante del mono mágico contra el buda malvado, del que uno podría aventurar a afirmar que es una de las mejores explicaciones dibujadas en manga sobre el pensamiento oriental y la complejidad irresoluble entre el budismo y el sintoísmo.
No sólo por poner en evidencia esta batalla teológica entre el Buda (que no es un dios) y el panteón de divinidades pretérita, sino además por citar la base de ambas creencias (como lo puedan ser las Cuatro nobles verdades de Buda) o por mostrar aquellos seres, dioses o al menos divinos, que forman parte de esas creencias orientales.
Es también la asunción del taoísmo dual, al hacer comprender que el bien es indisoluble del mal y que a través de ese sufrimiento se llega al éxtasis del nirvana. Buda comprende aquí que el viaje hacia el oeste debe ser un viaje de mal para poder distinguir el bien. Sin bien no hay mal, sin yin no hay yang. Por eso se ha encarnado en un monje lascivo y pecaminoso, lo cual podríamos entroncar, si queremos llegar tan lejos, con el Nuevo Testamento cristiano: Dios se hace hombre para sufrir por todos los demás (Sin embargo, Buda hizo el camino inverso en su vida).
Tal vez la respuesta esté en la herética explicación que Borges hace en sus Tres versiones de Judas, donde comenta que quizá Dios se encarnó en el taimado Judas para sufrir los pecados, y no en un Cristo que aparece como poderoso y recto salvador. Aquí Buda vuelve a recorrer el mundo de forma pecaminosa para cumplir su objetivo.
Sin embargo, Son Goku lo ha revelado todo y la guerra entre Buda y los dioses parece inevitable. Solo hay una forma de resolverlo todo, una forma que pone en compromiso a las tres partes implicadas: dioses, budas y demonios, para comprender y salvar a los humanos: que la diosa Kannon asuma el papel del peregrinaje.
Como siempre, Kazuo Koike le da toda la vuelta a la historia que nos narra: esto no es una fábula en donde animales antropomorfos hacen de las suyas en un tono socarrón, sino que se trata de un enfrentamiento entre Buda y las divinidades, y sobre todo una reflexión sobre la comprensión del ser humano. Y en el centro de todo, nuestro Son Goku y sus desventurados compañeros, que cual hobbits cargan con una responsabilidad crucial que parece que les queda demasiado grande. Y vista la verdadera temática (aunque lo lascivo y humorístico jamás desaparecerá) uno lee con más avidez si cabe las páginas del manga.
Por su parte, Gôseki Kojima se hace totalmente con el estilo de dibujo que necesita la obra. Ya no vemos a un dibujante de jidaigeki lidiando (eso sí, con total soltura) con un género fantasioso que le resulta extraño, sino que, interiorizado ya, se deja dominar por el sugestivo trazo de los demonios, dioses, guerreros celestiales y dragones que tiene que dibujar, experimentando con el trazo rápido, la composición, el contraste e inversión de manchas en blanco y negro, las texturas de pinceles y esponjas… Se aprecia, ante todo, a un autor que disfruta con su dibujo.
Todo para disfrutar de un manga que ya vemos encauzado en el propósito de la historia y en el que se percibe la implicación de estos autores que han hecho suya la historia de Son Goku. La eficaz combinación de humor esperpéntico con la épica de una meta asignada por los mismos budas y dioses actúa aquí con total acierto. Los ingredientes y los cocineros son de primera calidad, no en vano esta es la versión del Dúo Dorado del manga de uno de los clásicos de la literatura china.