En Hijos del Crepúsculo nos encontramos otro nuevo acercamiento al realismo mágico de Hernandez, pero con el tono noir y thriller que tanto apasionaban a Cooke. Nos encontramos en un pequeño pueblo costero, con aire latino y caribeño, que no hace si no recordar al Palomar de Hernadez. Cooke se recrea en páginas mudas con viñetas centradas en detalles mundanos, para que casi podamos oír el susurro del mar, sentir la brisa, el tacto del salitre y la arena. Un pueblo tranquilo, pero que esconde mucho en su aparente calma. Los primeros habitantes del pueblo que conocemos son al fuerte marino Antón y a la sensual Tito (el estilo de Cooke para retratar femme fatales era única con esa línea suave y caricaturizada de mujeres imposibles perdiéndose en una curva infinita).
Un pueblo lleno de vidas que se verán truncadas con la aparición de una esfera luminosa en mitad del mar que luego desaparecerá. A causa de ella nuestros tres pequeños se quedarán ciegos, un huracán barrerá la isla y los habitantes del pueblo empezarán a desaparecer a la par que cada vez más esferas van haciendo su aparición, y por supuesto con ellos la tranquilidad paradisiaca del mismo, pues cientificos y agentes del gobierno no tardarán en acercarse al pueblo para averiguar el misterio tras la aparición de las esferas.
Ello hace que nuevas voces se unan a este coro que no tiene muy claro que canción está tocando. Así conocemos a Nikolas, el romántico y engañado esposo de Tito. Al Sheriff de la ciudad y su aséptica ayudante, y por supuesto a Félix, un joven científico, dispuesto a resolver un misterio que no quiere ser resuelto. Es con la aparición de Félix que la obra nos va a recordar más a Twin Peaks o a la reciente Wayward Pynes. Pese a lo preciosista del dibujo de Cooke, el cómic empieza a generar en nosotros una sensación muy desagradable, no logramos empatizar con cómo se comportan los personajes, es decir el elemento mágico y la tragedia, aparecen y desaparecen de la vida de estos personajes pero ellos no parecen inmutarse. Y luego está ella, ¿qué sería de un buen misterio sin una chica enigmática y desnuda, con el pelo plateado a la luz de la luna?
Descubrirá que tener buenas intenciones es el camino más rápido para llegar al infierno y que si tres son multitud, cuatro es un desastre a punto de suceder. Pero mientras la quietud y parsimonia del pueblo y sus gentes cada vez nos van asfixiando más, hasta el punto de volvernos tan insensibles a los extraños sucesos que van aconteciendo, ella nos calma, la mujer del evanescente pelo plateado, de la que sabemos le gusta ir descalza, bailar con los niños ciegos y que la llamen Ela.
Muchas van a ser las desventuras que Ela, Félix y el resto del pueblo van a pasar a la luz de las esferas. Pero ése es un viaje al que cada uno acompañaréis a los personajes como decidáis, ya que olvidados de resolver más misterio que el de la propia vida. Olvidad hablar de buenos y malos, de antagonistas o protagonistas, la vida en el pueblo cambiará para siempre, al igual que sus gentes y las luces se apagarán para siempre o quizás sólo por una noche.
Hernadez y Cooke logran engañarnos con una historia que quizás pudo haber sido terror o ciencia-ficción, pero lograr engancharnos tanto a esta lectura que olvidamos dentro de lo posible esferas y mujeres cegadoras de pelo plateado, pues al fin lo que nos queda es saber que pasa con Félix, Nikolas, Antón, y el resto de mágicos seres de este pueblo del que no sabemos ni queremos saber su nombre.
Un delicioso epilogo que desgraciadamente pone punto y final a la vida y carrera de un artista que cambió la forma de contar historias. Donde quiera que estés, gracias Darwyn por las historias y por ser tu mismo la mejor de todas las que nos contaste.