Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…
La PRIMERA ORDEN impera. Luego de destruir a la pacífica República, el Líder Supremo Snoke envía a sus despiadadas legiones a asumir el control militar de la galaxia.[…] Sólo la general Leia Organa y su grupo de combatientes de la RESISTENCIA se oponen a la creciente tiranía, convencidos de que el Maestro Jedi Luke Skywalker regresará y restaurará la chispa de esperanza en la lucha.[…] Pero la Resistencia ha sido expuesta. Mientras la Primera Orden se dirige hacia la base rebelde, los valientes héroes organizan un desesperado escape….
(Durante toda la introducción escrita poner música de John Williams. ¡¡¡Muy importante!!!!)
Seamos sinceros. Si un libro empezase de esta manera, más de la mitad de sus lectores no pasarían de la primera página pero (ah, este es el quid de la cuestión) no hablamos de un libro, hablamos de» Star Wars-Episodio VIII: Los últimos Jedi» (De verdad, ¿Los últimos Jedi? Si el mismo director ha dicho que el título solo hace referencia a Luke Skywalker. En fin…). Y, dicho esto, se manda al cuerno la literatura. Mejor así porque el guión del director-guionista Rian Johnson (autor de Looper, peli entretenida con más fallos que un colador) no es precisamente “Madame Bovary”, como mucho llega a la coherencia de un cómic de Asterix y Obelix… que no es poco. El guión tiene una parte central un poco lamentable, con intenciones buenistas, ecologistas y contra el tráfico de armas (si, si, hablando del tráfico de armas en Star Wars, la leche), haciendo cálculos mentales sobre lo que puede aguantar un crucero espacial sin repostar combustible (donde estarán las gasolineras espaciales cuando se las necesita…). A pesar de ello, o quizás precisamente por ello, vaya usted a saber, la película funciona, y muy bien, como película de aventuras con un comienzo impactante y brutal y un final coherente impregnado de una belleza visual que quita el aliento. ¿Y que pasa entre la batalla inicial y la batalla final, ambas dos sellos de la saga? Bueno, pues que nos cargamos las señas referenciales de la misma. Tal cual.
Habiéndose estrenado hace casi dos semanas, «Star Wars-Episodio VIII: Los últimos Jedi» tiene ya el dudoso honor de ser la primera película de Star Wars que los fans más acérrimos han pedido que se destruya y se haga de nuevo (Y se lo piden a la Disney, nada menos. Vamos, que antes se enfriará el sol). La cuestión es que estos seguidores sienten que la nueva película se carga el legado de todas las precedentes, los elementos más referenciales de las mismas (lucha luz-oscuridad, caballeros Jedi, la religión de la fuerza, etc.) para que no les den a cambio más que dudas sobre el futuro… y tienen razón. Pero, tras «Star Wars-Episodio VII: El despertar de la fuerza», algo tenían que ir sospechando.
Cierto que la película precedente respetaba con bastante escrupulosidad los elementos referenciales de la trilogía original (los episodios IV, V y VI) pero ya introducía elementos de derribo (como la muerte de Solo, principalmente) que dejaban la puerta abierta a quien tuviese el valor suficiente para sacar el hacha y liarse a pegar tajos a la inocencia infantil, los mitos luminosos y el heroísmo sin tacha que adornaban ese marco fundacional. Rian Johnson (con el respaldo de la Disney, no olvidar ese hecho) ha decidido que hasta aquí hemos llegado, los tiempos son otros, la pulsión sexual existe (si, si, pulsión sexual en Star Wars, la leche) y mejor cortar amarras e irnos con la música a otra parte. Dicho y hecho, empezamos riéndonos de la supuesta grandeza trascendente con que acababa «El despertar de la fuerza» en una escena que es toda una declaración de intenciones. Seguimos con un alegato de la fuerza que hace que toda la jerga midicloriana (señor, como odiaba esa palabreja) se vaya a freír espárragos y a lo largo de la película (casi dos horas y media que en ningún momento se me hicieron largas) la fuerza se convierte en un elemento al alcance de cualquier ser vivo del universo, una promesa que ya estaba implícita en los inicios de la saga.
Puede que parezca a los menos avisados que Johnson (que al parecer va a dirigir una trilogía spin-off de Star Wars situada en un tiempo muy, muy lejano) rompe ligaduras y se decanta por nuevos caminos sin mirar atrás pero, por poco que uno analice la película, se ve hasta que punto eso no es así. Elementos tomados de los capítulos cinco y seis están por toda la película: el maestro cascarrabias, el aprendiz rebelde, la nave hundida, los bichos encantadores (ewoks primero, ahora porgs y zorros de cristal… los porgs serán más achuchables pero yo me quedo con los zorritos), la lucha final de los representantes de la luz y la oscuridad… y hasta aquí puedo leer que si no ya pasamos a los spoilers. Pero a pesar del uso de todas esas referencias la introducción de nuevos elementos (la burla a las claves de antaño, el maestro impuro, la desaparición de figuras que se presuponían claves…) se nota un deseo claro de dar por finiquitada la cargazón de la saga original, de querer acabar de una vez con tanto peso de los capítulos precedentes para tomar vuelo y dirigirse a rincones inexplorados de la galaxia. Rincones donde los malos no son máscaras monolíticas, los buenos tienen sus rincones oscuros y la vida no siempre favorece a los defensores del bien. Lugares que, mal que pese a los fans de antaño, nos suenan muy, muy cercanos.
Era algo que tenía que ocurrir. La saga lleva en pie… ¿cuánto? ¿Cuarenta años? Aquellos que vieron las primeras películas en los años setenta y ochenta han sido quienes han levantado el mito (inocente y luminoso) y lo han sustentado incluso cuando Lucas se tomó a bien reventar la leyenda precedente con los midiclorianos (¿ya he dicho que odio la palabreja?), toda la jerarquía republicana-jedi y más azúcar que en los sueños de diez mil diabéticos. Al fin y al cabo, eran cosas que se daban por sentadas, más o menos. Pero ahora los espectadores potenciales de la nueva saga son otros, con otros gustos y otros intereses, y cuarenta años son muchos pese a lo que puedan decir los tangos. Hay que soltar lastre y, como ya he dicho, conquistar nuevos territorios. Y la Disney quiere ganar pasta, que caray, para eso ha comprado los derechos.
Así pues tenemos una película, entretenida, con un derroche visual impresionante, que tiene referencias claras a la saga original, que revienta, sin embargo, las bases sobre la que esta se asentaba y que, pese a todo, sale con bien del envite. La parte central con Finn en una misión de no-se-sabe-muy-bien-qué (¿acabar en batallita?) es algo más discutible (aunque la vicealmirante Holdo y su historia compensan ese bajón), con un Del Toro desaprovechado (¿reciclaje futuro?) y un bichitos adorables cuyos cuidadores infantiles dan lugar a una escena final que promete la fuerza a cualquier ciudadano de la galaxia. Pero el conjunto tiene una fuerza indiscutible, tal vez no desarrolle a los personajes de la nueva saga con igual garra (Poe gana por goleada sobre Finn y Rey) pero los conduce de manera segura hace la conclusión lógica. Lo único que siento, y en esto si que estoy con los fans de siempre, es la desaparición firme y metódica de los antiguos personajes, a veces en un visto y no visto, a veces poéticamente. Así, aunque la película me entretenga y me guste, me deja también un cierto sabor amargo en la boca, porque se lleva una parte de mi infancia, irrecuperable. Ay….. Nadie puede cruzar un río y bañarse dos veces en la misma agua, que decía el filósofo.
Vale. Basta de lamentos.
Puede que Johnson tire la piedra y nos hurte la mano en múltiples ocasiones (ese no dar explicaciones constante y que los espectadores se las apañen solos tiene su aquel), pero sus ganas de subvertir la trama salen bien paradas gracias a su buena dirección, con un derroche visual apabullante y momentos de una intensidad dramática y épica únicos. Al final la película se muestra como un hito central en la saga, un punto que marca en la misma un antes y un después (a partir de ahora nada será igual). No es una obra perfecta ni mucho menos (ese guión…) pero crea unas nuevas bases a partir de las cuales saltar… a no sabemos donde. Ese nuevo lugar, muy, muy lejano donde nuevas estrellas nos aguardan.