La ventura y la organización han querido que la edición de 2018 del BCN Film Fest (20-27 de abril), el festival de cine barcelonés, coincida con la celebración anual de Sant Jordi, el “día grande” en Cataluña (con permiso de la Diada del 11 de Septiembre), el 23 de abril. Obviamente, ha sido una decisión de los organizadores del festival, que incluyen “Sant Jordi” en su titulatura oficial. Todo quedaría, quizá, en un “aprovechando que Montjuic está en Barcelona”, pero en el programa del festival se han incluido expresamente dos títulos que remiten a la celebración del Día del Libro, a la literatura y sus vivencias y, especialmente, al oficio del escritor. Se trata de dos apuestas cinematográficas muy diferentes, tanto en enfoque como en períodos histórico-literarios a desarrollar: por un lado, y volviendo a coincidir con una conmemoración –el 200º aniversario de la publicación de «Frankenstein o el moderno Prometeo» (1818)–, «Mary Shelley», de Haifaa al-Mansour, que se centra en las vicisitudes personales de la autora en la creación de una de las figuras más icónicas de la literatura (y el cine) de terror gótico; y, por otro, «Rebelde entre el centeno», de Danny Strong, biopic sobre J.D. Salinger y el proceso de escritura de su novela «El guardián entre el centeno». Ambas son unas interesantes (aunque desiguales) cintas sobre el arte de la escritura y pronto las veremos estrenadas en las salas de cine.
Decíamos que se trata de dos aproximaciones muy diferentes al universo literario en el que se ubican dos autores de culto como Mary Shelley y J.D. Salinger. Sobre ambos, de entrada, podríamos hablar de una “invisibilización” de su persona física, como escritores, pero desde puntos de partida diferentes: Shelley, hija de dos “estrellas” literarias de finales del siglo XVIII en Inglaterra –el filósofo político y librero William Godwin y la precursora del feminismo (entre otras cosas) Mary Wollstonecraft–, tuvo que lidiar para que se le reconociera la autoría de una novela tan imprescindible como ha sido, es y será «Frankenstein», que inicialmente fue asumida por su marido, el poeta romántico Percy Bysse Shelley; por su parte, Salinger, que se convirtió en la voz de una generación joven tras la Segunda Guerra Mundial, quiso desaparecer de la escena pública, abrumado por el éxito inconmensurable de «El guardián entre el centeno» (1951), y de hecho lo logró: no volvió a publicar nuevos relatos (sí los que tenía ya escritos) y se recluyó en una casa rural en New Hampshire, de la que apenas salió hasta su muerte en 2010. De hecho, Salinger siempre fue refractario a utilizar cubiertas vistosas en la publicación de su corta obra e impuso que su fotografía no apareciera en la contracubierta o las solapas de las guardas. Como Thomas Pynchon, de quien no consta ninguna imagen personal, Salinger quiso no formar parte del mundillo social que rodea el literario. A Mary Shelley, en cambio, se la condenó a un cierto silencio y la condescendencia masculina (imposible que una mujer hubiera escrito esa novela, se consideraba) por el mero hecho de ser una autora femenina, que además no escribía sobre temas “femeninos”. Un estigma, por cierto, que se sigue perpetuando en la actualidad…
Pero hablemos de las películas. Con guion de la australiana Emma Jensen, y bajo la dirección de la saudí Haifaa al-Mansour –añadamos a Amelia Warner, a cargo de la música, en una película con mujeres en puestos muy destacados–, Mary Shelley nos traslada a principios del siglo XIX con lo que a priori parece una historia sobre la relación de la jovencísima Mary Wollstonecraft Godwin (Ella Fanning) con el poeta romántico Percy Shelley Douglas Booth), figura prominente de una generación de poetas y escritores como Lord Byron (Tom Sturridge) o John Keats, que, casi como si fueran rock stars, se alzaron desafiantes frente el convencionalismo social y conservador de las primeras décadas del Ochocientos. El espectador quizá se espere una historia de corte romántico entre dos jóvenes figuras de aquella época y en cómo su pasión rompió algunos esquemas: Percy ya estaba casado y se fugó con Mary, en un periplo vital que los llevó a acumular deudas y a moverse de hogar en varias ocasiones. Una historia que abundara en tópicos a lo Jane Austen, si se quiere, y en el que la tragedia siempre estuvo presente, agudizada por la muerte de la hija de ambos, Clara.
Con todo, lo que hasta cierto punto es una visión más o menos costumbrista de la Inglaterra (o parte de ella) de la época se convierte, paulatinamente, en una relectura del universo que dio pie a la escritura de Frankenstein: la pulsión entre la ciencia y religión que subyace en la novela, la leyenda del origen de la historia del doctor que juega a ser Dios y de la Criatura abandonada a raiz de una competición que Percy y Byron propusieron mientras residían todos en Ginebra durante una temporada, acompañados del doctor John William Polidori (autor del relato «El vampiro», antecesor del vampiro romántico que casi un siglo después daría pie a «Drácula» de Bram Stoker; un relato que, además, durante un tiempo fue atribuido a Byron, lo cual acabaría por provocar el suicidio de Polidori).
Pero no se trata solamente de una mirada incisiva a un (pequeño) mundo literario como el de los Shelley y Byron, su desaforada vida personal y amorosa, sino también a una revisión de la construcción de Frankenstein. Cómo no, el galvanismo y los experimentos científicos están presentes, de manera muy sutil, pero Jensen y Al-Mansour nos ofrecen una visión “femenina” alrededor de la pasión amorosa y, sobre todo, del abandono, focalizados en la propia Mary y en su hermanastra Claire Clairmont (Bel Powley), hija de la segunda esposa de William Godwin (Stephen Dillane), que entabló una relación tormentosa con Byron, de quien tuvo una hija, Allegra; Byron abandonó a Claire, limitándose a encargarse de la manutención de Allegra. De todo ello fue testigo Mary, que sufrió en sus carnes también un cierto abandono por parte de Shelley, más interesado en una relación abierta. La noción del abandono, del dolor por ver cómo el fruto de una pasión es rechazado por un egoísmo que conlleva consecuencias (en el caso de Byron, por ejemplo), está implícita en la creación de la novela de Mary, en esa Criatura abandonada por su creador, el doctor Victor Frankenstein, nada más “nacer”; un rechazo que para el irresponsable doctor tendrá consecuencias, un castigo por su arrogancia y soberbia al querer imitar a Dios y “crear vida”. Es ese abandono un elemento esencial en la forrmación emocional de la Criatura y en la toma de sus decisiones posteriores.
Un abandono, además, que tendrá otras consecuencias para Mary, que verá como su novela será rechazada por las diversas editoriales a las que la envía por la historia, revolucionaria en sí misma, y por el hecho de ser escrita por una mujer; la primera edición de Frankenstein se publicó en 1818 sin que constara el nombre de Mary y con el deseo del editor de que Percy escribiera una introducción, quedando implícita de ese modo que la autoría era suya. La película refleja esta lucha de Mary por hacerse valer en el tramo final, así como retrata su anhelo de individualidad, de ser respetada como mujer, y escritora, tanto por un Percy como por aquellos que, como Byron, iban de “avanzados” en la época pero en realidad actuaban con el mismo corsé social que criticaban con su comportamiento desaforado (y es que Byron fue todo un “cantamañanas” de aquellos años). Si el tema, o los temas de fondo, son espléndidamente mostrados en un filme que trata de reivindicar la figura de mujeres como Mary Shelley (o el dolor de Claire Clairmont), el envoltorio es también una preciosa radiografía de un entorno social muy medido. Al-Mansour logra trasladarnos a la época de manera muy convincente, haciendo de la etiqueta “película de época” algo mucho más rico matices.
Por su parte, el actor, guionista y productor Danny Strong –es cocreador de la serie «Empire» de FOX, protagonizada por Terrence Howard y Taraji P. Henson– debuta (y con buena nota) como director de largometraje con Rebelde entre el centeno, biografía en la gran pantalla de J.D. Salinger, interpretado por Nicholas Soult. Si en la película sobre Mary Shelley nos esperábamos encontrar con una película de época, en el caso de esa cinta uno se sienta ante la gran pantalla temiendo una película (otra más) sobre un escritor y su lucha por triunfar en la literatura desde (y abusando) del convencionalismo. Y en cierto modo nos sentimos sorprendidos porque el filme, aun moviéndose en el terreno del cliché, logra aportar algo de alma a la historia del escritor que, tras insistir por ser publicado a toda costa, paradójicamente, acaba por apartarse del mundanal ruido (de las “distracciones”, como insistirá el gurú Swami Nikhilananda, que lo inicia en la meditación). Y es que el joven Salinger de este filme es alguien que durante la mayor parte del metraje busca su “voz” como escritor y que debe lidiar con un estrés postraumático por las experiencias vividas como combatiente en la Segunda Guerra Mundial.
Jerome David “Jerry” Salinger se presenta como un ambicioso escritor de relatos que no parecía ir por un camino sólido (abandonó varios estudios) hasta que se matriculó en un curso de escritura de la Universidad de Columbia, dirigido Whit Burnett (Kevin Spacey), editor de la revista Story, medio en el que autores de la (futura) talla de Tennesse Williams, Truman Capote o Norman Mailer publicaron sus primeros relatos. En un mundo literario neoyorquino en el que medios como el magazine The New Yorker se erigieron en cantera de nuevos y consolidados talentos literarios en los primeros años cuarenta, Salinger intentará ser conocido, y sobre todo publicado (“publicar lo es todo”, será su lema, así como el de su agente Dorothy Olding [Sarah Paulson]). La labor de Burnett para domar los impulsos del joven Salinger y hacerle ver que el trabajo, la constancia y la búsqueda de una voz propia y original importan más que publicar a cualquier precio, jalona la primera parte de un filme que nada entre una serie de tópios, incluidos los flashbacks y forwards sobre la neurosis de guerra sufrida por Salinger en Europa. El joven escritor creará a Holden Cauldfield, quien será el antihéroe de su futura novela, «El guardián entre el centeno», y sobre el que aboca mucha de su propia biografía (a fin de cuentas, y abundando en el cliché, toda primera novela no deja de ser autobiográfica).
Pero si esta primera parte del filme resulta algo trillada, y en la que se traza también la relación de Salinger con Oona O’Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill, la segunda parte, en la que se desarrolla la creación de la novela de Salinger, su éxito y las consecuencias no deseadas de ser una “voz” para muchos jóvenes que se sienten como Holden Cauldfield, resulta más interesante. Cierto es que el filme a veces asume una velocidad de crucero y simplifica algunas etapas de la biografía de Salinger, cuyo abandono voluntario de la esfera pública fue más progresivo de lo que se muestra en el filme; y que tanto Hoult como Spacey, con su interpretación, en ocasiones echan más carnaza de la necesaria al fagocitador convencionalismo con el que el filme se reatroalimenta. A pesar de ello, se plantean subtramas no menos interesantes, como la relación de Salinger con su padre, Solomon (Victor Garber), un hombre que olvidó sus sueños de juventud para centrarse en un negocio de importación de carne y queso; el rechazo del joven Jerry de los encorsetados parámetros de la comunidad judía a la que pertenece; la noción del escritor que supera el trauma personal y logra tamizar su bagaje biográfico en un personaje de ficción como Holden, que encarna las angustias vitales y morales de una época y un imaginario colectivo, el de los adolescentes, y con esa visión de Holden de la “falsedad” del mundo que lo rodea (una sensación que el propio Salinger “siente” en ocasiones el el filme).
«Rebelde en el centeno» se estrena en cines el 4 de mayo de 2018; «Mary Shelley», el 13 de mayo.