Con todo, este discurso nuevo tiene la virtud de resultar, a la vez, radicalmente opuesto pero igualmente compatible con las realidades hacia las que parece nos encaminamos en el futuro próximo: la automatización del trabajo, la reducción del empleo -especialmente en puestos de baja calidad, la reducción de los salarios y el aumento de la precariedad, la crisis recaudatoria de los sistemas públicos y las crisis profundas de los sistemas del bienestar, etc. Un contexto en que el aumento de la productividad conseguido por el uso intensivo de la tecnología va acompañado por una reducción del trabajo asalariado.
Con la salvedad, importante, de que Srnicek y Williams renuncian al tradicional pesimismo, cuando no catastrofismo, respecto a este horizonte. Para ellos la automatización y el postcapitalismo representan un futuro inevitable y un contexto de oportunidad para que la izquierda ideológica recupere su dominio intelectual y social de antaño. En este ensayo nos explica: (1) cuáles son los riesgos y dificultades con los que la izquierda se encuentra para el aprovechamiento de esta oportunidad, (2) cómo debería aprovecharla para conseguir realmente una posición contrahegemónica respecto al neoliberalismo y el capitalismo, y (3) por tanto una hipótesis fundamentada sobre cuál es la dirección socioeconómica y cultural-política hacia la que caminamos con paso firme. Un reto mayúsculo, pero ineludible para cualquier manifiesto digno de tal nombre.
El mal endémico: la política folk
El principal problema de la izquierda política, para estos autores, reside en su seno. La política folk es su denominación a un enfoque según el cual la lucha ideológico-política es viable únicamente desde la resistencia. La alternativa reside en el bloqueo, el sabotaje o la construcción de espacios reducidos neutros o alternativos al paradigma dominante, pequeñas islas de realidad ejemplificadora dentro del inmenso océano de dominación neoliberal-capitalista. Un paradigma que prefiere lo local a lo universal, lo inmediato a los medios y/o largos plazos, lo espontáneo a lo permanente, lo consensuado a lo organizado con algún tipo de metodología no horizontal, la democracia directa a cualquier forma de representación o portavocía. Un paradigma que renuncia a ser alguna vez hegemónico, mientras desea ser perennemente resistente, activo y en lucha permanente.
Srnicek y Williams valoran esta alternativa como imprescindible en toda lucha política, pero no como un absoluto, sino como el inicio de algo mayor y la parte de un todo más amplio y, especialmente, más ambicioso. La política folk debe abrirse a nuevos enfoques, engarzarse en un sistema organizativo más amplio y plural dónde tengan cabida otras organizaciones y otros fines, orientados todos a un ideal universal y utópico común-compartido, capaz de movilizar valores universales y visiones particulares con la misma flexibilidad y adaptabilidad que el neoliberalismo ha conseguido hacer durante las últimas décadas. Una estrategia que no es imitar al rival, sino adaptarse igual de bien que él a una lucha por la hegemonía que no es ya más una disputa local sino global.
La izquierda política lleva demasiado tiempo abonada a este paradigma folk y, en la renuncia a su voluntad contrahegemónica, a su conformismo en la humanización del capitalismo y ya no en el planteamiento de nuevas soluciones a nuevas realidades, va implícita su derrota.
EQUILIBRA MUY BIEN EL ANÁLISIS DE LO HECHO, CON EL PLANETAMIENTO DE AQUELLO POR HACER, SIENDO UNA DE LAS PROPUESTAS POLÍTICO-IDEOLÓGICAS MÁS INTERESANTES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Pero hay una oportunidad extraordinaria en el futuro inmediato de un capitalismo en transformación, radical y veloz, hacia un modelo socioeconómico y cultural-político totalmente distinto al que hasta ahora ha defendido y construido junto con el neoliberalismo. El postcapitalismo trae una nueva y extraordinaria oportunidad que la izquierda puede aprovechar. Ahora parece ser, por fin, el momento.
La oportunidad ya está aquí: la automatización y el fin del trabajo
El trabajo en el sistema capitalista está inherentemente vinculado a la industrialización y al maquinismo. Esto es, a la introducción de la máquina como táctica a través de la cual aumentar la productividad y reducir los costes para, así haciendo, aumentar el beneficio neto. Desde siempre, esta táctica llevó tensiones con la mano obrera. Por un lado, desde la mano obrera surgieron incluso movimientos contrarios a la máquina y su incorporación, como el ludismo. Mientras que, por otro lado, desde los dueños de los medios de producción surgían intentos de perfeccionamiento de su incorporación (como el fordismo o el toyotismo) o de intensificación de la substitución obrera como táctica de fragmentación de las reivindicaciones laborales y disolución de los sindicatos (como se reconoció desde el thatcherismo). Ambas fuerzas están íntimamente relacionadas.
Las tensiones no han impedido, con todo, que el proceso de automatización avance hasta nuestros días. Según varios estudios, como los de la Universidad de Cambridge y la Organización Internacional del Trabajo (la OIT), entre el 40% y el 80% de los trabajos actualmente existentes son automatizables. Solo la reticencia de las empresas a dar el salto, o el todavía excesivo coste de algunas tecnologías, o el abaratamiento de los costes laborales (acelerado por la combinación de salarios a la baja e incentivos públicos a la contratación), consigue mantener el freno parcialmente echado a un proceso que es, sin embargo, sostenido e imparable. No sabemos cuándo en concreto, pero indefectiblemente, la mayor parte de los puestos de trabajo necesitados de escasa o nula cualificación desaparecerán. Mientras que aquellos necesitados de alguna o bastante cualificación aumentarán, y por consecuencia de esto, puede que por primera vez en muchas décadas, verán sólida e importantemente reducida su remuneración.
En otras palabras, la automatización nos está llevando al fin del trabajo asalariado y, con ello, a una nueva sociedad completamente distinta a la actual que, denominada comúnmente por postcapitalismo, no sabemos nada de ella salvo que no será igual (ni parecida) a alguna de las que hayamos conocido hasta ahora. Con todo lo que esto implica.
La puerta a la utopía se encuentra, por tanto, abierta de par en par. Frente al escepticismo del “no hay alternativa”, ante el pensamiento cínico y posibilista del “piensa únicamente en ti mismo”, se encuentra la oportunidad de pensar y dar forma desde la izquierda a la nueva sociedad que se aproxima.
Los autores proponen substituir el sentido común neoliberal, fundamentado en estas premisas, por otro nuevo basado en la tecnología y sus posibilidades: donde el trabajo sea interpretado como una actividad y ya no como una obligación, con una nueva ética del trabajo capaz de vincular el trabajo al deseo y ya no más a la frustración o a la alienación, con un Ingreso Básico Universal (IBU) capaz de liberar a las personas de su trabajo y abrirles un horizonte nuevo de oportunidades -más acorde con sus habilidades y competencias-, con una jornada más breve y más tiempo para complementar esa actividad con otras, y con una consideración social más humana dónde no se criminalice al desempleado ni se trivialice a quién sufre las miserias del desempleo.
Un nuevo paradigma contrahegemónico que mira al postcapitalismo con ojos tecnófilos y optimistas.
Conclusión: un punto de vista ambicioso para el postcapitalismo
De los numerosos ensayos dedicados al futuro del trabajo y al postcapitalismo, pocos se atreven a realizar un análisis audaz y a ofrecer alternativas concretas como las que aquí ofrecen Srnicek y Williams en ‘Inventar el futuro. Postcapitalismo y un mundo sin trabajo’ (Malpaso, 2017). Menos frecuente todavía si, además, es la izquierda política el espacio desde el que surge esta propuesta, asentada sobre las bases hegemónicas planteadas por Ernesto Laclau hace ya varias décadas; bastante desaprovechadas por sus seguidores, entretenidos en la discusión en vez de dedicarse a su desarrollo.
Este ensayo tiene actualidad, concreción, audacia y esperanza a raudales. Contagia energía. Pero, sobre todo, equilibra muy bien el análisis de lo hecho, con el planteamiento de aquello por hacer, siendo una de las propuestas ideológico-políticas más interesantes de los últimos tiempos. Coge el guante de la modernidad y lo reformula, para plantearnos una utopía por la que luchar, una metodología para el combate y una meta alcanzable para conquistar. Una lectura edificante en el campo de la contrahegemonía a un sistema que, contrariamente a lo que nos quieren hacer pensar, ni ha sido eterno ni durará para siempre. De hecho, puede que nuestra generación lo vea caer, y por eso nuestra generación debe estar preparada ante lo que viene después.
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