Este modesto artículo (y los siguientes) no tiene(n) la pretensión de convertirse en un índice cronológico de las series televisivas del género, sino una aproximación somera a muchas de las más conocidas y recordadas y a sus variopintos temas que llegan a ir más allá de lo que muchos tenemos en la cabeza cuando pensamos en el concepto de Ciencia-Ficción. Obviamente, he procurado dejar de lado mis propias preferencias con objeto de dar una semblanza lo más completa posible de la oferta que hemos disfrutado en series de televisión de Ciencia-Ficción desde los años 70. No están todas las que son, pero sí son todas las que están.
Así que, sin más, bienvenidos al mundo de la Ciencia-Ficción televisiva. A través de cuatro reportajes temáticos haremos un repaso a las series más conocidas de los 70, 80, 90 y la actualidad (del 2000 en adelante). Sentiremos nostalgia, recordaremos entrañables tardes al calor de la merienda delante del televisor, reviviremos momentos épicos que nos hicieron estremecer en su momento y recordaremos héroes dormidos en los rincones de nuestra memoria. Así que abróchense los cinturones… Saltamos al hiperespacio.
Tras la eliminación de la parrilla de “Star Trek”, la serie original –por supuesto-, se hizo el vacío en lo tocante a series de Ciencia-Ficción. Bueno, no exactamente el vacío, sino que ninguna era capaz de ocupar el sitio que ésta dejó. Los primeros intentos no fueron nada halagüeños más allá de la sobreexplotación de algunas franquicias cinematográficas. Si preguntamos a cualquiera por series típicas de los años 70, las primeras que se nos vendrán a la cabeza son obras como “Bonanza”, “La casa de la pradera”, “Kojak”… No es fácil recordar series ambientadas en un universo de Ciencia-Ficción.
En el 73 encontramos una “rara avis” viendo el cariz que toman las series mayoritarias: “El hombre que costó 6 millones de dólares”, que aguantó 100 episodios a lo largo de cinco años, del 73 al 78. En esta serie se nos contará las peripecias de Steve Austin (interpretado por Lee Majors, conocido por su papel en “El virginiano”), piloto de pruebas que queda horriblemente mutilado tras un accidente: pierde las dos piernas, el brazo derecho, la vista del ojo derecho y la capacidad de oir. Una agencia gubernamental, la O.S.I., decide hacerse cargo de él como sujeto de experimentación, y le someten a una serie de operaciones en la que sustituyen sus órganos dañados y perdidos por otros biónicos, dentro del programa denominado “BIONICA”, que le dan la posibilidad de correr a gran velocidad, fuerza sobrehumana, un oído extremadamente afinado y visión telescópica e infrarroja. El montante del arreglo asciende a seis millones de dólares, y Steve debe pagar trabajando como agente de la agencia. Obviamente, y dado su carácter de superhéroe se verá asignado a las más peligrosas misiones, y tendrá que enfrentarse a su némesis: el hombre de los siete millones de dólares, resultado de otro experimento que resultó fallido y cuyo portador terminó volviéndose loco.
Esta serie fue tremendamente popular en cuanto a audiencia, lo que llevó a generar un “spin-off”: “La mujer biónica”, en el año 76, como fruto de un ejercicio de empatía televisiva a lo largo de algunos episodios de la tercera temporada en los que Jaime Sommers, novia y prometida de Steve Austin, “fallecía” en un accidente practicando paracaidismo.
Sólo pudo desbancarla otro gran clásico de la Ciencia-Ficción televisiva: “Battlestar Galactica”, de la que hablaremos más adelante.
No obstante, según se empieza a encarar una nueva década, el género resurge: del 75 al 77 se emite “Espacio 1999”, una serie en la que la base lunar Alpha se ve expedida fuera de la gravedad lunar debido a una explosión y nos muestra la lucha de sus tripulantes por sobrevivir. Creo que todos los que somos algo más talluditos recordaremos al mítico Martin Landau en su papel del comandante John Koenig, o a la bellísima Catherine Schell en el papel de Maya, aquella alienígena multiforme que formaba parte de la tripulación… Supuso todo un soplo de aire fresco para el género en la época.
Toma su relevo otra serie en plan “space opera”, pero nos duró poco, simplemente una corta temporada de ocho capítulos entre el 77 y el 78, pero de la que guardo gratos recuerdos aunque fuese canijillo: “Quark: la escoba espacial”. El capitán Adam Quark –interpretado por Richard Benjamin– y su tripulación (las pilotos gemelas Betty –sí, se llaman “Betty 1” y “Betty 2”, interpretadas por las hermanas Trisha y Cyb Barnstable-, enamoradas hasta los huesos del capitán; el ingeniero jefe hermafrodita Gene o Jean, según le dé por virarse a mujer o a hombre –Tim Thomerson es el actor que está en su pellejo-; y el oficial científico Ficus Pandorata –Richard Kelton-, un cargante miembro de una raza de humanoides vegetales que se plantan, abonan y riegan y el robot Andy) recorren la galaxia a bordo de su nave de la UGSP (United Galaxy Sanitation Patrol) recogiendo basura… Sí, son los basureros galácticos. Quark, no obstante, no duda en buscar batalla contra una raza alienígena, los gorgones, intentando comportarse como una especie de héroe galáctico con objeto de regresar a su base, la “Perma-1” y que sus superiores, Otto Palindrome y “La cabeza” (un holograma cabezón), le concedan el ser asignado a un destino mejor. Una entrañable serie que satirizaba mediante algunos sketches a clásicos del género.
Pero no terminó ese repunte al terminar esta serie: sólo un año más tarde se comenzó a emitir “Galáctica: estrella de combate”, una “space opera” que supuso en su momento el ser la serie con mayor presupuesto de la Historia televisiva. Duró dos años en antena, del 78 al 80, y supuso un punto de referencia para la implantación del género en televisión. ¿Quién no recuerda a un Lorne Green reciclado desde “Bonanza” dando vida al comandante Adama?¿O al carismático Dirk Benedict junto a Richard Hatch haciendo de Starbuck y Apolo? O uno de los primeros papeles de una jovencísima Jane Seymour como Selene, o a un Noah Hattaway niño en el papel de Boxie, aún lejos de su interpretación de Atreyu en “La historia interminable”. Marcó época, sin duda, planteándonos en aquella época tramas complejas que no se reducían a la lucha entre buenos y malos. Hasta el malo malísimo, el conde Baltar (al pobre John Colicos le tocó ser el villano de toda una generación), tenía motivos sobrados para desempeñar su papel. Los últimos supervivientes de la guerra entre humanos y “cilones” (sí, no lo doblaron como “cylons”) vagan por el espacio intentando sobrevivir y buscar un sitio donde asentarse, protegiendo con sus vidas los últimos vestigios de la civilización colonial, destruida a traición por los centuriones de esta civilización de máquinas.”… Y hay quien cree que, aún hoy, pueden existir hermanos del hombre que siguen luchando por su supervivencia allá lejos… Muy lejos… entre las estrellas”.
Puedes seguir leyendo nuestro repaso a las series de ciencia-ficción en este artículo sobre los años 80 y en este otro sobre los 90.