Antes de 2015, Suecia llevaba muchos años siendo un refugio relativamente seguro para las personas que huían de los conflictos armados de buena parte del mundo. Mucha gente se mostró sorprendida ese año cuando jóvenes de familias refugiadas de Oriente Próximo comenzaron a alistarse para combatir en Siria e Irak a favor del Estado Islámico (ISIS), convirtiendo al país en uno de los mayores exportadores del mundo de yihadistas por volumen de población.
Hombres y mujeres jóvenes -partidos entre dos identidades, la sueca y la musulmana- dejaban a sus familias para luchar a favor del autoproclamado Califato Islámico del ISIS en el frente o en la retaguardia como soporte, con la promesa de regresar a un estilo de vida más apegado al Corán, supuestamente menos materialista y más espiritual, con la seguridad de servir a Alá de la mejor manera posible, y seguramente morir en el intento.
De Gotemburgo, la segunda ciudad más populosa de Suecia, con unos 600.000 habitantes en el área urbana y un millón en la metropolitana, salía en 2016 la mayor parte de reclutados para la yihad. En particular del suburbio de Angered, cuya proporción inmigrante -mayoritariamente musulmana- supera el 70%. Este suburbio se ha convertido en una ciudad conflictiva, por la escasez habitacional, las pocas oportunidades laborales y sobre todo por la cada vez mayor influencia de un grupo oculto, que vela por el cumplimiento de la forma más estricta del Corán, la Sharia.
Este grupo organizado hostiga incluso hoy día a las familias inmigrantes, sobre todo a las mujeres, e intenta controlar su vestimenta y costumbres. Su discurso es especialmente atractivo entre los jóvenes de familias inmigrantes, con un alto grado de abandono escolar y paro juvenil. Los extremistas islámicos influyen en ellos iniciándolos en las interpretaciones más extremistas del Corán, hasta el punto que algunos de ellos renuncian o repudian a sus familias por no abrazar la que consideran es la “verdadera fe”, y son empujados para luchar por Alá en Siria e Irak.
“Kalifat” (“Califato”) es una serie dramática sueca que se estrenó en Sveriges Television en enero de 2020 y llegó a Netflix a mediados de marzo. La historia se inicia en la Suecia de septiembre de 2015, cuando la agente del Servicio de Seguridad Sueco (Säpo) Fátima Zukić (Aliette Opheim) recibe la llamada de una mujer desconocida llamada Pervin (Gizem Erdogan), que siguió a su marido Husam El Kaddouri (Amed Bozan) para unirse a un grupo terrorista del califato del Estado Islámico en Al Raqqa, Siria. Sin embargo, tras ver las condiciones en las que ha de criar a su hija pequeña Latifa y su propio estatus como mujer prescindible y sometida, decide huir y volver a Suecia. Husam y sus compañeros terroristas planean un ataque en Suecia, lo que interesa a Fátima, quien promete ayuda a Pervin a cambio de que espíe a su marido.
En Jarvas, un barrio de la ciudad de Solna, viven dos hermanas adolescentes, Sulle (Nora Rios) y Lisha Wasem (Yussra El Abdouni), de 15 y 13 años, y su amiga Kerim, de 15 años. Apenas tienen formación religiosa, pero empiezan a interesarse por el Islam gracias a la injusta y agónica situación de los palestinos, y a la mala prensa que la religión islámica tiene en los medios de comunicación suecos. Poco a poco son influenciadas por Ibbe Haddad (Lancelot Ncube), un islamista fundamentalista vinculado al Estado Islámico que trabaja en un instituto de secundaria del mismo barrio, hasta que las tres empiezan a soñar con su idealizado viaje a Siria.
Dos hermanos suecos en la veintena y con padres de la misma nacionalidad, Jakob (Marcus Vögeli) y Emil Johannisson (Nils Wetterholm), hasta hace poco cristianos, se entrenan para cometer un atentado en Suecia. El primero, delincuente habitual, se convirtió al Islam y se radicalizó en prisión, y su hermano, con problemas de aprendizaje y emocionalmente dependiente, le imitó sin más. Ambos buscan el paraíso, la Yanna, donde encontrarán todo lo que anhelan. Y por supuesto nada mejor para acceder a sus niveles de dicha que el martirio…
Fátima no vive precisamente sus mejores momentos como policía, y presionada como está por sus compañeros y superiores debido a un fracaso previo, intentará extraer cada vez más información sobre la sufrida y acosada Pervin, poniéndola en peligro de muerte al verse obligada a asumir más riesgos.
Planificada en principio para una sola temporada de ocho episodios, todos ellos escritos por los guionistas Wilhelm Behrman y Niklas Rockström, y dirigidos por el premiado escritor y realizador bosnio-sueco Goran Kapetanović, “Kalifat” entreteje varias pequeñas historias con una maestría sin concesiones, y desnuda las contradicciones y debilidades de las sociedades en las que vivimos, y muestra la devastadora fuerza de la propaganda como aglutinador social, tanto en Occidente como en Oriente Próximo.
Es esta una serie dura de ver, en la que los pacíficos se radicalizan y se vuelven contra sus propias familias, en la que vemos cómo Occidente da la espalda al sufrimiento palestino infringido por Israel y el odio campa a sus anchas por múltiples países y reina en las redes sociales. Es también una historia de inocencia y esperanza, de chicas jóvenes que sueñan con cambiar su vida, con llegar a una tierra de abundancia y altos referentes morales que no existe más que en sus mentes, de hombres jóvenes que buscan ser héroes, formar parte de una sociedad con mentalidad de asedio que tan sólo los quiere como carne de cañón.
Estamos también ante una historia de decepción y dolor, de personas que anhelan huir del supuesto paraíso al que las promesas vacías les condujeron, de la angustia de saberse cadáveres en vida. Nadie ejemplificará la decepción y la desesperación como Pervin y su marido Husam, atrapados entre las lealtades exigidas y las amenazas de muerte, entre los maltratos continuos y las exigencias cada vez mayores de un Estado Islámico feroz transmutado de paraíso en la tierra a gigantesca picadora de carne humana.
“Kalifat” sumerge al espectador en una dolorosa y angustiante realidad en cada episodio, y aumenta sin misericordia la tensión poco a poco a medida que avanza la serie, para concluir en un clímax de rabia y frustración en el que casi ni se nos permite respirar. La serie no nos da tregua a medida que vemos desfilar por la trama a víctima tras víctima de engaños y conspiraciones, engranajes de una maquinaria política, económica y militar con la sangre como único lubricante. Aunque nos pone a prueba, “Kalifat” merece mucho la pena…
La trama de la serie está muy bien hilada y planteada -salvo ciertas prisas al final-, sin recrearse excesivamente en nada ni en nadie, con el metraje justo para explicar las relaciones que unen a los personajes, muy bien dibujados e interpretados. Mención especial merecen la sueca de origen turco Gizem Erdogan (nominada al Premio Estrella Ascendente del Festival de Cine de Estocolmo 2017) y Amed Bozan, ambos actores de teatro, que dan vida al matrimonio que malvive en Al Raqqa, y que nos transmite la angustiosa y agónica vida en el Estado Islámico. Su trabajo, repleto de matices, es el reflejo perfecto del fin del camino en la radicalización islámica, una pareja que amenaza ruina aunque intente aparentar cierta normalidad, y que a veces se traiciona a sí misma por las elecciones que ha de tomar para sobrevivir en un mundo hostil, concebido para el martirio religioso. Erdogan y Bozan culminan una actuación excelente repleta de fuerza y patetismo, que maravilla, repele y asfixia al espectador por su crudeza.
“Kalifat” nos aleja de cualquier extremismo religioso y nos advierte sobre los peligros de tomar un dogma como guía vital. No es esta una historia de buenos y malos, de la razón contra la locura, sino que nos habla de la condición humana, de lo que somos y en lo que nos podemos convertir con las presiones adecuadas. Porque no se llamen a engaño, la radicalización no es un fenómeno exclusivo del Islam, o de las religiones. Si algo nos enseña “Kalifat” es que la solución para la convivencia está en ser más humanos, en convivir pese a las diferencias, en construir aun cuando medie un abismo entre nosotros, en aproximarnos.
Ocho episodios angustiosos que nos hacen mejores. Y según los productores, no descartan una segunda temporada de «Kalifat».