Tomar conciencia de la propia mortalidad es duro, y a menudo esto sucede a raíz del fallecimiento de un ser muy querido; y por imperativos de la edad, es bastante probable que la muerte de los abuelos nos haga darnos cuenta de lo frágil que es la vida en realidad. Y de lo mucho que echamos de menos los vínculos que teníamos con aquellos que nos dejan… y también de lo mucho que nos han dado. De eso trata precisamente el cómic ─o novela gráfica, como ustedes quieran o la publicidad de este volumen reza─ “12.301 días inolvidables con mi abuela” (Grijalbo, 2020), de la ilustradora parisina Églantine Chesneau (1982), con traducción de Noemí Sobregués Arias.
Como consecuencia del empeoramiento de su estado físico, la abuela de nuestra protagonista toma una decisión: mudarse del piso en el que vive desde hace 60 años a una residencia de ancianos, en la que puedan hacerse cargo de las necesidades más engorrosas del día a día, mientras disfruta de su vida. De momento su estado mental, habitualmente disperso pero lúcido desde su juventud, no ha cambiado apenas, así que el cambio de ubicación apenas transtorna al principio la relación entre nieta y abuela, hasta que las cosas se tuercen.
Viuda y acostumbrada a una vida ajetreada y vital, la abuela deberá adaptar sus rutinas a su nueva situación, pero lo que no cambia es la estrecha relación con su nieta; no sólo son familia, también amigas cercanas, cómplices y conspiradoras. Los recuerdos se agolpan y pugnan por salir a la superficie y ambas apuran su relación hasta el final, rememorando la juventud, madurez y vejez de la abuela, el tiempo que han pasado juntas y las situaciones cómicas y emocionantes que han compartido.
“12.301 días inolvidables con mi abuela” no es una historia lacrimógena, aunque a veces la garganta se empantane con un nudo difícil de deshacer o las lágrimas surjan en algún momento. Chesneau celebra ante todo la vida de su abuela, con una alegría desbordante y una ironía mordaz ─rasgo que ambas compartieron y disfrutaron─ que lo tiñe todo de color, hasta en los peores momentos. Es esta una historia sincera, clara, sin artificio, fruto de un intenso amor no sólo por la vida sino entre dos mujeres que, aunque separadas generacionalmente, tenían mucho en común.
Este cómic nos hace reír, soñar, emocionarnos y a veces entristecernos, pero ante todo es un reflejo de lo que es la vida, de cómo encontramos y perdemos, de cómo nada permanece, de que, por mucho que nos empeñemos, vamos a pasar de largo por la existencia. Pero fundamentalmente, esta historia es un testimonio apabullante de la importancia de disfrutar todo lo posible de esta vida consciente que el azar nos ha regalado. De no escatimar al emocionarnos, de agarrar la volátil felicidad que podamos encontrar y no soltarla.
La “abuela hogaza” ─como su bisnieta la llama─ está llena de recuerdos, ternura, bravura, resistencia y un poquito de mala uva, y deja un legado imborrable a su nieta de amor y tenacidad, quien “regala” a los lectores una obra intimista, franca y repleta de vitalidad, que nos ayuda a procesar mejor la mortalidad, la nuestra o la de nuestros seres queridos. “12.301 días inolvidables con mi abuela” se disfruta y en parte se sufre, pero con la mente puesta en el futuro, en lo que resta por venir, en la irresistible inercia de la vida, que todo lo consume pero que también todo lo crea. En definitiva, esta es una lección de vida que nos sacará una sonrisa inadvertida y melancólica, muy muy necesaria.