Lo confieso, cuando me acerqué a ‘Los terranautas’ (Impedimenta, 2020; originalmente publicada en 2020) pensé que se trataba de la primera incursión de T. C. Boyle (Nueva York, USA, 1948) en la Ciencia Ficción. El argumento me indujo a ello: ocho personas, cuatro hombres y cuatro mujeres, se confinan durante dos años en un ecosistema artificial cerrado -simulación de otro extraterrestre, en un entorno terraformado- para demostrar la posibilidad de una vida humana viable más allá de La Tierra. Inmediatamente, a mi cabeza vino un nombre: Kim Stanley Robinson; y un título: «Marte rojo». ¿Sería ésta una nueva vuelta de tuerca a este tema, que tanto me apasiona? Imposible resistirme a averiguarlo.
A las pocas páginas del comienzo averigüé, y más tarde constaté al documentarme, que estaba totalmente equivocado. El experimento que sirve de motor narrativo a la novela no solo existió y fue totalmente real, sino que tuvo dos misiones, y la estructura que sirvió para este experimento todavía puede visitarse. Tras distintas vicisitudes, “Biosfera 2” (así se llama la estructura) le sirve ahora a la Universidad de Arizona para investigar sobre el cambio climático; siendo todavía el mayor ecosistema artificial jamás construido.
La novela nos sitúa ante la segunda misión, pocos meses antes de su comienzo, en 1994. Tres personajes nos cuentan, en primera persona y desde distintos puntos de vista, el transcurso de esta misión. Se trata de Dawn Chapman, una ecóloga insegura y volátil, pero de grandes conocimientos. Ramsay Roothoorp, el portavoz de la misión ante la dirección de la misión, darwinista social depredador, enmascarado ante una falsa amabilidad capaz de engañar a casi todo el mundo. Y Linda Ryu, una de las personas que estuvo a punto de entrar en la “misión 2” pero que fue finalmente excluida, llena de un rencor que focaliza especialmente en Dawn, a quién estima pero que considera incapacitada para ocupar un lugar en la misión, y en Ramsay, cuyos supuestos falsos e insidiosos informes a la dirección de misión cree que han sido los principales culpables de su exclusión.
Estos tres personajes forman el triángulo de tensión a partir del cual se nos van desgranando los distintos entresijos de la misión.
La primera de estas cuestiones nos lleva a debatirnos sobre la mismísima finalidad del experimento. Pues si la misión necesita, para subsistir, de unos recursos externos obtenidos a partir del interés que es capaz de crear en la sociedad; ¿en qué se diferencia este experimento de un espectáculo? El texto se mueve con sutileza y sagacidad alrededor de esta cuestión para que seamos nosotros los que saquemos nuestras propias conclusiones. Y, para ello, es progresivamente que vamos conociendo al Control de Misión y, especialmente, a su máximo representantes, Jeremiah Reed (apodado “D.C.”, siglas de “Dios Creador”), quién todo lo ve y todo lo decide, sin dejar nada al azar.
Precisamente, es este supuesto control total otro de sus principales puntos de análisis interno y de desarrollo narrativo. ¿Es posible controlarlo todo? Y si lo fuese, ¿sería realista, o viable, pensar que todas esas previsiones son sostenibles en el tiempo? ¿No hace nuestra humanidad, imperfecta y falible, de la previsibilidad y la perfección algo siempre provisional, por no decir imposible? Ya no solo en términos experimentales sino, especialmente, en términos relacionales, sociales, de trato a los unos respecto de los otros.
A partir de estas preguntas es que la novela desarrolla otra gran cuestión: la de las relaciones humanas en espacios cerrados, o sea, la posibilidad de una vida comunitaria más allá del individuo (con sus deseos personales y pasiones íntimas siempre en el primer plano). El experimento no es sino un confinamiento voluntario, con nobles fines científicos, pero también con todos los retos inherentes a propia nuestra naturaleza humana. La consciencia del objetivo final vemos cómo se va difuminando con el tiempo y, también con él, lo personal va ganando terreno. ¿Es entonces el humano un ser individual, social, ambas cosas en distinta e irregular medida… qué? ¿En qué medida es el misterio de este `quienes somos’ una barrera o un límite para la vida en sociedad?
Una novela actual y necesaria en plena pandemia
Este tema final sobre la naturaleza humana y sus fronteras es, posiblemente, uno de los principales motores narrativos de la obra de Thomas Coraghessan Boyle, desarrollado aquí con un tono narrativo que se mueve con sapiente agilidad entre el drama y la comedia; usando la ironía y la mala leche como herramientas para tocar simultáneamente, y sin estridencias, los límites de uno y otro.
Cuenta para ello con unos personajes principales claramente antagónicos, tanto en cuanto sus personalidades como en cuanto a sus objetivos, lo que los capacita para llegar a trenzar una trama vívida, realista, capaz de conectar desde distintos puntos con los demás personajes secundarios y, de paso, desgranar las ideas del autor respecto a estas grandes cuestiones.
En este 2020 de confinamientos domiciliarios estrictos, cierres perimetrales, convivencias limitadas o encuentros esporádicos, ‘Los terranautas’ (Impedimenta, 2020) viene a aportar el punto de análisis que la literatura puede ofrecer ante los motivos por los cuales este tipo de limites colisionan, de forma tan intestina, con nuestra propia naturaleza. Pocas novelas tan actuales y necesarias como ésta se pueden encontrar en los anaqueles de las librerías. Leerla es casi una obligación, además de un placer.