De los primeros capítulos de este estupendo libro, una frase llamó especialmente mi atención: “vivimos en una época anticartesiana.” (pág. 46). Contraria, por tanto, al pensar. Opuesta al razonar. Entonces, una pregunta me asaltó: ¿es posible que, en la época de la humanidad con más información y con más datos abiertos y disponibles estemos, justo, en el lado inverso al conocimiento? Esta duda mía se alimentó aún más con otra afirmación, apenas pocas líneas más abajo: “El mercado (…) se encarga de suministrar la información suficiente para un ajuste de todos los intereses en juego.” Ahora mi duda se precisaba en: ¿es entonces la información un elemento imprescindible, pero no necesariamente inherente al conocimiento? Es más, ¿puede ser la información una espía doble, una aliada ambigua, tan favorecedora del conocimiento como de la ignorancia?
Para éstas, y otras preguntas, ‘Conocimiento expropiado’ (Akal, 2020) resulta ser un libro imprescindible. Lo es desde el momento en que, frente al escepticismo de la duda constante, frente al “eterno debatismo” del giro lingüístico que niega “la verdad” o “la realidad” como relevantes, reduciéndolos poco menos que a un consenso Inter partes; reivindica la necesidad del “conocer”. Una razón basta, por su fuerza y potencia, para sumarnos a Fernando Broncano en su reivindicación: defender el conocimiento es un acto de evidenciación de la capacidad humana y su intelecto, de lo que se ha conseguido y lo que se puede conseguir en un mundo basado en “el conocer”. “Por eso seguimos siendo cartesianos a nuestro pesar.” (pág. 50).
En la lucha contra este intento por relativizarlo todo, por reducirlo a una eterna fluidez, cobra una especial importancia para Broncano el concepto de “interpretación”. Y aquí se abre una panoplia de aspectos sobre los que el libro discute, en su explicación sobre qué es el conocimiento.
La primera cuestión es sobre cómo se articula el “conocer” en su relación con el “logro”, si es únicamente algo individual, vinculado al talento y la capacidad, o tiene sin embargo una dimensión “social”. En su opinión, y la nuestra, ningún talento o capacidad podría alcanzar su potencial, incluso su más mínimo desarrollo, sin una participación de las estructuras sociales comunes (sistema educativo, sanitario, inversión en cultura, estructura económica, iniciativa…). Por tanto, claro, el conocimiento tiene una ineludible componente colectiva. Ésa que hoy permanece oculta tras la visibilidad de lo individual y de lo personal y, porque no, también de lo privado y de lo íntimo.
Otro aspecto relevante tiene que ver con la importancia del tan manido “relato” en su construcción de las identidades y, por supuesto, también en el rol (social e individual) del conocimiento. Broncano critica la posición posmoderna de lo “fluido”, del relato entendido, únicamente, en cuanto producto consensuado. Él se fija no en el proceso (cómo se construye el consenso) sino en el resultado (el relato en sí) y de dónde éste surge. Aquí es cuando la estructura social y la construcción de lo común se revela, a partir de un punto de vista relacional, como decisivo. No es tanto si el relato es fluido o no sino cómo se determina y aquí es donde lo económico y lo cultural (lo simbólico) se revelan básicos y necesarios.
Este es el punto en que el libro más conecta con el marxismo clásico. Si bien, su conocimiento actual y profundo de los últimos debates filosóficos lleva a Broncano a trascender sus claves, modernizándolas y proyectándolas hacia la actualidad y contemporaneidad en la que hoy vivimos.
Aquí es cuando comenzamos a mirar más directamente a la aplicación práctica de lo ya dicho y observamos cómo las relaciones de poder en la estructura social determinan el relato sobre el conocimiento y, por supuesto, también su lugar en nuestro mundo. El título del libro, el “conocimiento expropiado”, cobra sentido en cuanto, al entenderse desde un punto de vista individual, se está comenzando a transferir desde el individuo a quién tiene el “poder” en la estructura un conocimiento que, lejos de ser “exclusivamente” particular, tiene un ineludible componente colectivo aislado, entonces, de cualquier retorno inmediato.
«Conocimiento expropiado» se decanta sin ambages por una propuesta transparente, democratizadora, inclusiva, capaz de devolver de forma directa el retorno de esos procedimientos de creación de conocimiento a la sociedad
Y no solo eso. La ironía de esta “expropiación” hace que, incluso cuando el conocimiento especializado se debe, en parte o en su totalidad, a la estructura social común, ésta pueda quedar totalmente excluida de sus beneficios… y sí incluida en sus externalidades negativas. Incluso, alerta Broncano, instituciones de conocimiento, como las universidades, se están viendo cada vez más orientadas a convertirse en agentes activos de este procedimiento de expropiación. No solo en sus decisiones sobre “hacia dónde” orientar sus investigaciones y su creación de conocimiento, sino también a cómo distribuirlo una vez generado.
Aquí es cuando, en nuestro camino desde lo teórico a lo práctico y desde lo general a lo particular, llegamos a la conclusión y a la proposición de alternativas. ‘Conocimiento expropiado’ (Akal, 2020) se decanta sin ambages por una propuesta transparente, democratizadora, inclusiva, capaz de devolver de forma directa el retorno de esos procedimientos de creación de conocimiento a la sociedad, pero, especialmente, reivindica un nuevo “relato” dónde el conocimiento, y la participación de “lo común” en su creación, sea reubicado y reivindicado en el puesto principal que le corresponde. Él lo denomina “democracia radical” si bien no es más que el reconocimiento que hoy se le niega “a lo común” como elemento imprescindible para generar, difundir y aprovechar el conocimiento que se genera a nuestro alrededor. Conseguirlo hará de la nuestra no solo una sociedad más sabia sino también mejor. Y eso siempre merece la pena.