Rubén Darío

Pocos textos pueden presumir de la popularidad que siempre antecede a «Los raros» (Cátedra, 2020; originalmente publicado en 1896 y, posteriormente, modificado y ampliado por el propio autor en su segunda edición de 1905). Un libro bendito en cuanto, casi borradas del todo las huellas del decadentismo y del modernismo de nuestras escuelas -más denostado de lo que debería-, antecede su título al nombre de su autor mismo, Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916), e, incluso, a cualquiera de sus otras demás excelentes obras como «Abrojos» (1887), «Azul» (1888) o «Peregrinaciones» (1901), por ejemplo.

Dos son las razones que, quizás, explican este extraordinario hecho.

La primera es su carácter de obra personalísima, de esas que son un mapa y una cartografía más directa y eficaz de su autor que cualquier otra, la biográfica incluida. A través de sus autores predilectos, y los motivos de su querencia, nos habla Darío sobre su filosofía de vida y su estética. Tema que no resulta baladí en cuanto es Rubén Darío, y en particular este libro, uno de los pórticos a través de las cuales podemos vislumbrar el modernismo de primera luz, ese que apenas tenía nombre y se intuía en el horizonte.

De hecho, es aquí dónde se fundamentan algunas de las razones que vinculan al modernismo español con los antimodernos romanticismo y simbolismo francés. Al poner en primer plano no solo la emoción y el sentimiento en contra de la razón, sino también la religión y el misticismo, interpretados desde las, entonces, tan en boga perspectivas del ocultismo y la teosofía. Frente a ellos, la técnica, industrial y científica, que con sus cifras y sus datos (y sus resultados en forma de maquinaria y, muy pronto, de nuevas disciplinas científicas) comenzaba entonces a emerger con la fuerza disruptiva de un ciclón.

Portada de Los raros, de Rubén DaríoPara los modernistas y demás compañeros de viaje, a partir de su equivocada idea de que el progreso identificaba todo lo nuevo con lo bueno, y asustados ante su rápido avance y los profundos cambios que se estaban observando, emprenden una huida hacia atrás impulsada por la remoción renovadora de las viejas categorías. En su idea, lo viejo con nuevos ropajes, más adaptados a esos tiempos, bien podía lidiar contra lo novísimo, presuntamente desprovisto de un bagaje, esencial y profundidad que lo pasado, en cuanto añejo, sí tendría. Ya se sabe, “leña verde no hace buen fuego”.

La segunda razón, relacionada con la primera, es el conocimiento de las fuentes literarias de la época a partir de una interpretación de “lo raro”, como lo “poco común” o lo “escaso” sí, pero también como lo “insigne, sobresaliente o excelente”. Todas estas interpretaciones mesturadas, a su vez, con aquella que considera “lo raro” como lo “extravagante”, lo “extraño”, lo “peculiar”, aquello que, por ser como es, se “singulariza” frente a lo común, destacando entre la masa, lo demás, la mayoría, con la visualidad de una chispa en medio de la más profunda oscuridad.

Esta interpretación conecta con la primera en cuanto “lo raro” y “lo excepcional” se consideran “infrecuentes” y, por ello, distintos a lo mayoritario, a lo masificado, a lo que piensa o hace el gentío. Este pensamiento sitúa, en la filosofía de Darío, a lo “excelso” y a lo “infrecuente” en igualdad. Si consideramos que es su filosofía tradicionalista, reivindicadora del pasado y de lo anterior, podemos decir que este libro equipara lo contracultural a lo excelso y, al hacer así, critica de paso su presente de las masas, de las revueltas y las protestas como si fuese lo mundano, lo corriente, lo chabacano.

Interprétese esto como simple esnobismo, como elitismo o como ramplona soberbia, hay en Darío una innegable conciencia de lo excepcional vinculado a lo personal y a lo artístico… pero también a lo grupal y a lo colectivo. En cuanto a lo primero, en su forma de interpretar, la poesía no es si no una de las pocas formas habilitadas para la expresión de la excelencia. Entonces, son los poetas aquellos orfebres que, según sus capacidades, mostrarán su “rareza” en un uso del lenguaje, de las figuras y las imágenes, capaz de presentar otros significados o atmósferas. No debe extrañarnos, según lo ya dicho, que en su lista figuren nombres como Paul Verlaine, Leconte de Lisle, Jean Richepin, Rachilde o Édouard Dubus; junto con narradores o dramaturgos como Edgar Allan Poe o Henrik Ibsen.

«Los raros» es una de las joyas de la literatura universal, rara avis dónde las haya, que todavía aletean con fuerza por nuestras vidas

En cuanto a lo segundo, a su sentido de lo colectivo, puede vislumbrarse a partir de las líneas tangentes que atraviesan a todos estos autores, o a un buen número de ellos, entre sí. Aquí están presentes las ideas creativas coherentes con su forma de pensar: simbolistas, decadentistas, autores del horror y de lo extraño… Las ideas comunes que los atraviesan son también las cuerdas que los unen y que, en consecuencia, hacen de “lo raro” menos una cuestión de individualidad o excepcionalidad y más de gusto estético o de forma de expresión; un sentido más delimitado por lo cultural, y por tanto lo gregario, que por lo meramente personal. Es aquí cuando el retrato del “Darío personal” se encuentra con el “personaje de su tiempo”. Aquel que nos sirve para retratar el momento de crisis de un mundo en profundo cambio.

En definitiva, ‘Los raros’ (Cátedra, 2020) es un libro fascinante en su extrañeza que, aún hoy, nos sirve para retratar al autor y su tiempo en unos días que, por sus características, en poco se diferencian de los actuales: teniendo en cuenta que la disrupción industrial de entonces es la disrupción digital de ahora y que las corrientes filosóficas que entonces comenzaban a reaccionar a aquellos cambios son las que, de alguna manera, todavía ahora determinan nuestro mundo reaccionado de igual manera a los cambios.

Esta actualidad ha traído de vuelta a Rubén Darío a nuestras librerías. Otra buena oportunidad para acercarse al nicaragüense si todavía no se ha hecho, y a este libro si se quiere conocer una de las joyas de la literatura universal, rara avis dónde las haya, que todavía aletean con fuerza por nuestras vidas.

Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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