Nada mejor que leer una biografía donde el protagonista, además de mostrársenos destacado por sus hechos y logros, es capaz de introducirnos convenientemente en su contexto, en su entorno histórico y sociocultural. Nos pasa muchas veces al leer una biografía: vamos tan pegados al culo de la persona que, las más de las veces, perdemos cualquier oportunidad de ver con perspectiva. Somos como burros con anteojeras, ignorantes sobre todo cuanto pasa a su alrededor.
Pues bien, gracias al excelente trabajo de Gonzalo María Quintero Saravia (Lima, Perú, 1964) esto no va a pasar aquí. Si acaso, sucederá todo lo contrario. Pues ‘Bernardo de Gálvez’ (Alianza, 2021), el protagonista de esta biografía, abre nuestros ojos a un contexto tan interesante como el de la decadencia del Imperio Español en el s. XVIII. Justo en el momento, además, en que daba ya claros síntomas de agotamiento a pesar de los ímprobos esfuerzos de Carlos III (quizás, el mejor Borbón que alguna vez haya vestido la Corona) por modernizar el estado, permitiendo que entrase -tímidamente- algo del espíritu ilustrado que ya iluminaba a Europa.
Para ello nos lleva al lugar dónde todo comenzó: a la Nueva España. Antaño joya de la corona y principal fuente de recursos del reino, había sido convertida ahora en un nido de corrupción e incompetencia. Las familias añejas, de título y escudo de armas, defensoras del privilegio, tentaban sobrevivir ante el empuje de un mérito que, proveniente de familias menores y/o sin posición en la Corte, situaban como podían a sus vástagos y parientes en la administración y el gobierno que comenzaban por fin a abrirse.
Bernardo de Gálvez entra, precisamente, a través de su tío, José de Gálvez, visitador general del rey en la frontera norte de la Nueva España. Proveniente de una familia menor sevillana, su tío pronto se gana respeto y consideración, algo que le costará más conseguir -aunque finalmente lo haga- a su sobrino.
Comienza Bernardo de Gálvez su carrera en un lugar y momento cruciales: la frontera norte de la Nueva España. Allí se encuentra un lugar hostil, una plaza nada sencilla para un jovencísimo oficial. Internamente, está asediado por los constantes ataques apache (que tiene minada la moral y la economía de la zona) y, externamente, se siguen sucediendo las escaramuzas y batallas de lo que más tarde se denominaría la “revolución americana” o la “guerra de la independencia” de los Estados Unidos. De ambos procesos será protagonista destacado Bernardo de Gálvez.
El primero de sus retos es, en la práctica, con aquella cultura de guerra y recursos, un imposible: estabilizar la situación en la frontera norte frente a los ataques apache. España lucha como un ejército clásico, pertrechado hasta arriba de una impedimenta pesadísima (más de cincuenta kilos cada uno) y en grandes grupos. Los apaches lo hacían en grupos pequeños, ágiles, con escasa impedimenta y ligerísimos de peso (con arco y flechas, alguna arma ligera y, en algunos casos, vistiendo prácticamente desnudos). Fue Gálvez quién realizó los primeros intentos de adaptar su cultura de guerra al enemigo, además de mostrar gran valor en la batalla, ganándose méritos que después le serían útiles, pero sin resultados visibles en el corto plazo.
Con esta amargura, e impelido por la relativa caída en desgracia de su tío, vuelve Bernardo de Gálvez a España. Aquí está cuando, de la mano de Alejandro O’Reilly, es elegido como uno de los primeros oficiales alumnos de la Real Escuela Militar de Ávila; posiblemente, el mayor intento ilustrado de modernizar el anquilosado ejército estamental borbónico. Aunque de este intento queda (por desgracia) poca memoria, sus oficiales y formación destacaron posteriormente. Bernardo de Gálvez lo hizo, por su sensatez, en Argel -su siguiente destino-, y por su inteligencia y valor, en Luisiana, dónde se demostró como pieza clave en la “guerra de la independencia” de los Estados Unidos de Norteamérica.
Retrato fresco y exhaustivo de uno de los momentos de más clara decadencia del Imperio dónde nunca se ponía el sol
Este último destino es la base fundamental del ensayo, el pilar sobre el que Gálvez asentó su gloria. A él le dedica esta biografía sus mejores páginas. Y es por esto por lo que, además de recomendar su lectura, no vamos a decir más que esto: hay que leerlas. El personaje y su contexto lo merecen.
No en vano, a Gálvez se le rinde tributo, por ejemplo, en el nombre de la ciudad de Galveston (en la actual Texas, la Luisiana francesa), de la que fue fundador. Su retrato cuelga en el Capitolio de los Estados Unidos, reconocido como una de las piezas fundamentales a las que debe el país su independencia. E incluso llegó a ser virrey en la nueva España, precisamente, por reunir en su persona los talentos de la sensatez y la audacia. Su olvido se debe, fundamentalmente, a la necesidad de un relato autóctonamente nacionalista de los Estados Unidos; a la vergüenza británica que su intervención les supone; y al reparo español de querer destacar sus meritorias figuras cuando éstas se movieron en alguno de sus momentos de decadencia y fracaso más sonados (como es, entre otros, pérdida de la Nueva España.
‘Bernardo de Gálvez’ (Alianza, 2021) no solo es una estupenda biografía de una figura histórica digna de la mayor de las consideraciones y respetos, sino también el retrato fresco y exhaustivo de uno de los momentos de más clara decadencia del Imperio dónde nunca se ponía el sol. Además, abre una vía nueva a la comprensión de un proceso histórico todavía tan poco trabajado como fue la “guerra de la independencia”, un estudio en el que este libro es una pieza fundamental; así, fue ganador del Distinguished Book Award concedido por la Society of Militar History a la mejor biografía publicada en Estados Unidos durante 2018.
Mucho más podría escribir, pero, si lo hiciese, quitaría tiempo para leerlo.