Porque ¿podremos hablar también de “voluntad” si las posibilidades de acción están condicionadas externamente por otro? (por ejemplo, cuando un caco nos pone una pistola en la cabeza y nos hace elegir entre la bolsa o la vida). En este caso, cuando nos amenaza alguien o nos obliga a elegir entre distintas acciones… ¿podemos entender que existe, realmente, una “elección” y, por tanto, una expresión de nuestra “voluntad” (o no)? Y si consideramos este dilema condicionado como una situación de elección real, ¿podremos dar un paso más y considerar este contexto como una decisión tomada libremente (o no)? Muchos dilemas o situaciones podríamos traer aquí para reflejar que, en verdad, y como pasa en otros tantos temas, tampoco aquí las cosas son tan sencillas como parecen a simple vista.
Esta complejidad esencial obliga al autor a desarrollar un didactismo capaz de hacernos comprender, de forma sencilla, ideas y reflexiones todas ellas con su intríngulis. Pero a veces lo consigue, y a veces (mayoritariamente) no. Lo consigue, cuando ilustra las ideas y los conceptos con ejemplos y dilemas realistas, capaces así de hacernos reflexionar y comprender de forma aplicada, forzándonos a proyectar la abstracción sobre nuestra vida, sobre nuestra cotidianidad. No lo consigue, cuando insiste en desarrollar los conceptos a partir de las propuestas de autores por completo ajenos al lector medio, extendiendo o debatiendo sus argumentos a partir de su punto de vista, hasta perder al lector en una maraña de reflexiones abstractas de difícil comprensión. Pretende ser un libro accesible, incluso se esfuerza en conseguirlo, pero el resultado final está muy lejos de serlo.
De forma que el libro se parte en dos. Por un lado, destacan los aspectos fundamentales de su argumentación, básicos y bien ejemplificados, casi siempre claros y sencillamente planteados. Por otro lado, cada vez que tiene que desarrollar alguna arista o analizar algún problema de su argumento central, tiende a utilizar a autores y categorías especializadas, dentro de la filosofía de la moral, que acaban elevándonos hasta un grado de abstracción cada vez más distante del gusto del lector medio hasta perderlo entre las nubes. Y de ahí pocas veces se baja. Así haciendo, su “estudio filosófico” se convierte en una reflexión y presentación para el lector medio, que sí llega a “estudio” para el lector especializado. Consecuencia de este desarrollo didáctico tan irregularmente desarrollado.
Y es una pena porque este trabajo de Carlos Moya, en su núcleo central, expone unas ideas dignas de consideración, asentadas sobre la posición clásica libertaria que vincula el “libre albedrío” con la “libertad”, y ésta a su vez con la “responsabilidad moral”. Una posición abierta al debate intenso, y que no se discutirá tanto como debería.
Entonces, según Moya, el libre albedrío es la capacidad de tomar decisiones y de, cuando se den las condiciones, actuar con un cierto tipo de control personal respecto a lo hecho y a sus consecuencias. A la vista de esta concepción, y como ya anotamos al comienzo, el “control” resulta ser un aspecto clave: en cuanto permite advertir que la persona tiene, de alguna forma, un control sobre su actuar o forma de hacer, y lo ejerce en consecuencia. Pero ¿qué aspectos debe poseer/demostrar la acción de una persona para saberse controlada? O, en otras palabras, ¿cómo podemos saber que una acción cualquiera responde, efectivamente, a un control por parte de la persona? Moya apunta cuatro aspectos: la acción debe responder a una voluntariedad o intención por parte de la persona (control volitivo), elegida de entre varias alternativas posibles (control plural), de forma racional (control racional) y con una autoría demostrada e indiscutida (control de origen).
En definitiva, y lamentablemente, no podemos recomendar este libro a un lector no especialista. Los esfuerzos de síntesis, en algunos puntos y al final de cada capítulo, son claramente insuficientes para una comprensión básica del texto. Y eso que la intención estaba ahí desde el inicio, cuando Moya nos dice que “En ocasiones, la lectura exigirá cierto esfuerzo, pero he evitado en lo posible escribir una obra solo para especialistas. Confío en haberlo conseguido.” (pág. 13). Sin duda, no ha sido así. Aunque ojalá lo hubiera sido. Pero nos quedamos con las ganas.
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