En un barrio de nueva york

Antes de que “Hamilton” se convirtiese en el fenómeno mundial que es hoy, llevándose por delante las reticencias y nociones preconcebidas del público en un torbellino de talento, ritmo y emoción, Lin-Manuel Miranda ya se había hecho notar en Broadway con otro musical: “In the Heights”, cuya adaptación cinematográfica nos llega este verano bajo el título de “En un barrio de Nueva York”

Dirige Jon M. Chu y no es casualidad que en su curriculum encontremos “Crazy Rich Asians” (2018). Aquella película significó un antes y un después para la representación asiática en el cine estadounidense, como paralelamente lo fue “Black Panther” para los afroamericanos, también en ese mismo año. Ahora, aunque con algo de retraso por culpa de la pandemia, les llega el turno a los latinos.

“En un barrio de Nueva York” es ante todo una carta de amor a la cultura latinoamericana y una celebración. Una historia de soñadores y dreamers, que en vez de hadas madrinas cuentan con esfuerzo, paciencia y fe.

en un barrio de nueva york

El reparto, algo irregular pero generalmente sólido, lo lidera Anthony Ramos en el papel de Usnavi. Le acompañan Melissa Barrera, Leslie Grace, Corey Hawkins, Olga Merediz y (en un papel bastante más secundario, pero aun así memorable) Stephanie Beatriz (“Brooklyn Nine-Nine”), entre otros, incluyendo al propio Miranda.

Los primeros minutos se dedican a presentar personajes y escenario, el barrio de Washington Heights, que es realmente un protagonista más, que vive y respira con sus habitantes. Es ese pequeño lugar del mundo al que pueden llamar suyo (sea cual sea el país del que procedan ellos, sus padres o abuelos), pero sobre el que planea la sombra del cambio y la amenaza de la gentrificación.

El inicio es inmersivo y no pierde tiempo en ponernos al tanto de los sueños y aspiraciones de Usnavi. No estamos ante el típico sueño americano, pues lo que él ansía es volver a su tierra de origen, la República Dominicana. Este detalle ya resulta novedoso. Es una muestra certera de como el deseo de pertenecer y el de mantenerse fieles a su herencia y raíces tiran de los inmigrantes (no importa de qué generación) en direcciones contrapuestas. Más adelante se ahonda también en los anhelos e inseguridades, pasados y potenciales futuros, del resto de personajes. Las subtramas revelan cómo convive cada uno con esta identidad dividida, que si bien les marca, no les define.

Las letras de Lin-Manuel Miranda de «En un barrio de nueva york» no defraudan: son honestas, reales, y así es imposible no empatizar.

A pesar de enseñarnos el mundo a través de un prisma (cultural y geográfico) muy concreto, los sentimientos sobre los que versan las canciones son universales. El comentario social tiene también su hueco en la película, claro está. Se tratan desde el racismo más sutil y cotidiano a la inmigración ilegal, aunque no demasiado profundamente. Prevalece el espíritu festivo que impregna la mayoría de escenas.

Quizás pensemos que todo esto ya lo tenemos muy visto. Curiosamente, a veces es con las cosas que están presentes en nuestro día a día con las que más nos cuesta conectar. Quizás sea por insensibilización o porque es más fácil detectar en ellas la falsedad y el artificio. No sucede así en este caso. Las letras de Lin-Manuel Miranda no defraudan, se te clavan y no sueltan. Son honestas, reales, y así es imposible no empatizar.

En ocasiones se escuchan ecos de “Hamilton” aquí y allá en sus melodías, pero sin llegar a su nivel. Es casi como si se tratara de un ensayo general antes de la gran función. No he terminado la película tarareando, lo cual es una lástima, pero las rimas ágiles y las emociones cargadas de verdad lo compensan.

en un barrio de nueva york

La nueva versión de “In the Heights” comparte varios actores con el musical centrado en Alexander Hamilton (sin ir más lejos, Anthony Ramos ya interpretó a John Laurens), además de ciertos temas, que acaparan la atención y la inspiración del autor: el legado, la contribución de los inmigrantes y la fuerza de unos protagonistas luchadores para los que sus orígenes humildes no suponen en absoluto un freno, sino una motivación, incluso un orgullo. Subyace un espíritu autobiográfico que aporta cercanía y personalidad.

Los números musicales son siempre vibrantes, llenos de color, vida y energía. Destacan las coreografías multitudinarias, aunque desgraciadamente el montaje las desluce más a menudo de lo que las beneficia. Por otra parte, los recursos utilizados para ilustrar algunos momentos me parecieron muy originales. Sencillos, pero llenos de encanto, como pequeños dibujos que surgen en el aire. O más espectaculares, como un número próximo al final que tiene lugar sobre la fachada de un edificio. Todos estos elementos acentúan la atmósfera de cuento de hadas moderno del film, que, a pesar de algunas carencias, constituye un éxito musical y narrativo que merece la pena ver.

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