La mujer del espía

La filmografía de Kiyoshi Kurosawa (Kōbe, 1955) ha tocado muchos géneros, empezando por el de terror, pero hasta ahora no había recalado en el género histórico. «La mujer del espía» puede considerarse una muestra de cine histórico, pero con bastante personalidad y un cierto aire onírico en algunas de sus secuencias. La trama se desarrolla entre 1940 (la mayor parte del metraje) y 1945 (hacia el tramo final), cuando Japón está a punto de meterse en una guerra (a la postre mundial) por el dominio del Sudeste asiático y el Pacífico, y lo hace siguiendo las andanzas de un peculiar matrimonio de Kōbe: él, Yusaku Fukuhara (Issey Takahashi), un comerciante local, viajará con su sobrino Fumio (Ryôta Bandô) a Manchúria –ocupada entonces por el Japón imperial como un protectorado en el norte de China, Manchukuo–; ella, la esposa, es Satoko (Yû Aoi), actriz ocasional y demasiado apegada a las modas y los estilos occidentales que entonces ya empiezan a ser condenados por los sectores más belicistas (y tradicionalistas) de la sociedad japonesa.

No sorprende que Kurosawa se llevara el León de Plata como director por «La mujer del espía» en la 77ª edición del Festival de Cine de Venecia de septiembre de 2020

Amigo de ambos (y pariente de ella) está el joven militar Taiji Tsumori (Masahiro Higashide), exponente del militarismo que conducirá a Japón a la guerra mundial y los horrores de la ocupación para millones de asiáticos. En Manchuria Yusaku será testigo de unas prácticas horribles por parte de los militares nipones y ello le impulsará a tomar cartas en el asunto desde una postura muy personal de la resistencia. Satoko, al descubrir la grabación que ha traído Yusaku, deberá decidir qué hacer y en quién confiar su lealtad.

Estamos ante un filme aparentemente sencillo, pero con diversos niveles de lectura y macguffins (conviene no desvelarlos) que mantienen en vilo al espectador. Qué es lo que ha visto (y registrado) Yusaku será tan importante como saber qué hará Satoko y hasta qué punto será capaz de tomar una decisión personal de enorme importancia en un momento en el que el Gobierno nipón (y los militares) exigirán de sus ciudadanos que no duden ni un segundo de su lealtad. Esa grabación de Manchuria será un juego de muñecas matrioshkas tan interesante como la película que Yusaku y Satoko realizan para uso personal: el juego de ficciones está servido en un filme que, a su vez, deviene una curiosísima cebolla con múltiples capas.

Como documento “histórico” (desde la ficción), Kurosawa mete el dedo en la llaga con un período controvertido (todavía hoy) de la historia nipona del siglo XX; como ejercicio de cine de espías, el director y guionista juega con las claves del género (casi parece una película de cine B) y mantiene en el aire un castillo de naipes que no se desmorona en ningún momento. Qué es la lealtad y qué la traición serán dos caras de una misma moneda para el matrimonio protagonista.

El resultado es un filme la mar de interesante, con un aire de misterio y emoción contenida, y que sitúa en su protagonista femenina el principal foco: en Satoko veremos las dudas y las certezas del amor, así como un coraje que va más allá de los lazos de sangre. El tramo final, cuando las bombas norteamericanas empiezan a caer sobre un Japón encaminado a la derrota y la rendición, quizá ofrezca algunas de las imágenes más hermosas de lo que llevamos de cine en estos tiempos de pandemia (puede que no sea mucho decir, es cierto). No sorprende que Kurosawa se llevara el León de Plata como director en la 77ª edición del Festival de Cine de Venecia de septiembre de 2020 (que también premió «Nomadland» de la cineasta china Chloé Zhao). No se la pierdan…

Óscar González
Historiador, profesor colaborador y tutor universitario, lector profesional, cinéfilo, seriéfilo..

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