La fuerza que oculta Tokugawa se aprecia nada más empezar de la mano de su campeón Heihachirô Tadakatsu Honda, un gran experto en el uso de la lanza yari, que cubre la retirada ante el ejército de Takeda con una maestría amenazadora. El propio Kazuo Koike incluye una canción popular sobre la valía de este guerrero inmerecida para Ieyasu. Pero, como se pudo ver, Tokugawa la acabó mereciendo con reservas.
El ya veterano Takeda acompaña a su hijo Katsuyori en el próximo ataque: el asedio al castillo de Futamata, donde el padre aleccionará al hijo sobre la estrategia y «El arte de la guerra» de Sun Tzu. Ninguna estrategia es deshonrosa si se usa para ganar. En ese caso, incomunicar al castillo con su provisión de agua. Conquistando el castillo conseguiría su verdadero objetivo: provocar a Ieyasu y obligarle a enfrentarse en batalla. El resultado fue la famosa batalla de Mikatagahara, donde Tokugawa creyó pillar desprevenido a un ejercido de Takeda que le daba la espalda, pero que en realidad quería que su enemigo picase el anzuelo.
Sin embargo, Ieyasu demuestra que es uno de los mejores estrategas, incluso perdiendo batallas, al refugiarse en un castillo cercano como si hubiera vencido, con las puertas abiertas y la moral de la guarnición por las nubes. El clan Tokugawa sobrevivió gracias a esa estratagema tan hábil que hizo desconfiar al ejército de Takeda y desestimó hacer un ataque frontal.
Los samuráis de Tokugawa no esperaron mucho para tomarse la revancha, en el siguiente asedio perpetrado por Shingen Takeda. Dotados de un cruel refinamiento y una astucia propia de la provincia de Mikawa, se valen del gusto de Takeda por la música de flauta para atraerle al lugar donde han apostado uno de los raros cañones que aún eran novísimos artefactos provenientes de occidente. El honor del combate uno contra uno desaparecía junto con la vida de Shingen Takeda.
Las páginas de su agonía y sus últimas visiones son de un dramatismo exacerbado. Hemos recorrido junto a Shingen, le hemos visto en la victoria y en la derrota y hemos reconocido sus sueños como propios, y todo eso se arrebata sin un final meritorio, como en casi cualquier biografía. La tristeza de ver a un gran hombre morir sin cumplir su meta es más pesada que cualquier otra. Y aún falta más de la mitad del tomo para que la historia que nos narra el Dúo Dorado termine. ¿Qué más nos pueden contar?
Aunque la serie se ha ido presentando de manera irregular, es obvio que Kazuo Koike se marca un final épico y trágico, con énfasis en el honor y la esperanza que hace justicia con el gran Shingen y su descendencia, abocados a enfrentarse con otro gran estratega como lo fue Tokugawa Ieyasu. Narrar los últimos días de alguien ha sido derrotado y cuyo anhelo jamás cumplirá de forma que la tristeza y el nudo en la garganta se transformen en admiración es algo que sólo Koike podría hacer en una obra de estas características. Atrás quedan algunas tediosas páginas de sucesión de batallas y de menciones a personajes que nunca más van a salir (así son las biografías, también), el guionista se despoja de esos no tan grandes lastres y frena una narrativa acelerada para contar con cariño y poesía estos últimos momentos.
Gôseki Kojima se viste para la ocasión, a sabiendas de la emoción y la transcendencia, y pone sus pinceles al servicio de esta última balada. Nos muestra la astucia de los dos contrincantes, la agonía en el rostro de la muerte, el orgullo de juventud del heredero, el miedo en los ojos de un Ieyasu que aún no se ve triunfante, pese a todo. Los símbolos, los estandartes del clan duelen aquí, convertidos en fantasmas que aún desprenden honor. Es, como los 47 rônin, un canto a los que mueren por un sentimiento.
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