Las Yellowjackets son el equipo de fútbol femenino de un instituto de Nueva Jersey. En 1996, de camino a un importante partido en Seattle, su avión se estrella. Las (y los, que alguno hay) supervivientes quedan atrapados en los bosques de Canadá durante 19 meses. Es una premisa de la que hemos visto decenas de variantes durante los últimos años y que debe mucho a la célebre novela “el señor de las moscas”, de William Golding.
¿El giro? Sabemos que al menos varias de las jugadoras fueron rescatadas. Nos reencontramos con ellas 25 años después, cuando alguien las amenaza con sacar a la luz lo que de verdad ocurrió durante aquellos meses. Desde el primer episodio podemos más que intuir que, fuera exactamente lo que fuese, no las deja en buen lugar. ¿Clanes? ¿Comportamientos ritualistas? Consumo de carne… ¿humana?
De primeras suena bastante a “Perdidos” (2004-2010) con adolescentes, cambiando isla y playa por bosque. Sin embargo, y afortunadamente, a “Yellowjackets” no le interesan los porqués del accidente, sino explorar cómo el aislamiento y la falta de recursos afecta a sus personajes en el pasado y de qué son capaces, mientras el trauma y la culpa moldean sus vidas en el presente.
Existe un elemento sobrenatural que se deja ver más y más con el paso de los capítulos. Aun así, mantiene un nivel de ambigüedad que se agradece. No podemos estar nunca seguros de si lo que sucede, o lo que las protagonistas creen que sucede, es real o solo fruto de creencias supersticiosas, autosugestión o incluso de problemas médicos para los que no cuentan con medicación. En cualquier caso, y ya sea en medio del bosque o de vuelta en sus casas, nada supone un peligro mayor que ellas mismas.
La serie combina géneros con gran acierto. Es un coming-of-age que mezcla drama con terror, a la vez que una historia de supervivencia y un thriller con toques de comedia negra. Cuenta también con una dosis de nostalgia noventera, presente desde los mismos créditos y acentuada por su banda sonora. Sus dos líneas temporales están lo suficientemente equilibradas como para que ninguna acabe yendo a remolque de la otra. Ninguna predomina en exceso durante demasiado tiempo. Tanto las versiones jóvenes de los personajes como las de mediana edad entretienen en sus tramas y ofrecen buenas interpretaciones. Nadie desentona, aunque de tener que elegir entre el reparto me quedaría con Christina Ricci como Misty. Jovial, inquietante y retorcidamente divertida, sus escenas suelen ser imprevisibles y aportan el contrapunto perfecto a las partes más emotivas y serias.
“Yellowjackets” es una de las novedades televisivas más interesantes de los últimos meses.
En los 90, los conflictos adolescentes se desarrollan con naturalidad, explorando cómo las dinámicas y jerarquías sociales, tan importantes en el instituto, se ven alteradas cuanto más tiempo pasan los supervivientes lejos de la civilización. ¿Qué ocurre cuando la chica más popular deja de tener acceso a su dinero, a la aprobación de los adultos y a la admiración de sus compañeros? ¿Qué pasa cuando la valía de cada uno depende de saber manejar un cuchillo o de tener puntería y no del estatus social o el rol en el equipo?
La forma en que se abordan las relaciones entre las chicas, sus intrincadas sutilezas, y la complejidad de unas emociones contradictorias y en constante fluctuación, resulta mucho más llamativa que la típica trama juvenil cargada de hormonas a la que estamos acostumbrados. Hormonas hay, desde luego, y la sexualidad tiene su lugar en el argumento, pero de manera menos forzada y sin huir de aspectos incómodos.
El comienzo de “Yellowjackets” es sólido y enérgico, pero esta energía va diluyéndose. La temporada discurre a un ritmo demasiado lento para lo que se prometía en un principio, y solo se reactiva en los capítulos finales. El misterio de lo que ocurrió hace 25 años, en particular, se resiente por ello. Es comprensible que el cambio en los personajes sea gradual y lleve su tiempo, pero teniendo ya cierta idea del oscuro futuro al que están abocadas las protagonistas, los contados pasos que se dan en su dirección saben a poco. Por suerte, la mezcla de temas, tonos y épocas funciona, y la serie no llega nunca a aburrir, incluso cuando parece que se estanca. Los últimos compases de la temporada recuperan la garra y contundencia perdida, con revelaciones sorprendentes y perturbadoras, pero lógicas.
Lo suficientemente compleja como para enganchar al espectador y mantenerlo tratando de adivinar qué vendrá después, aunque a menudo ligera y variada, “Yellowjackets” es una de las novedades televisivas más interesantes de los últimos meses y, a pesar de la cantidad de estrenos con que contamos cada semana, no debería pasar desapercibida.