Gran serie. Lo es no solo porque el material original en que se basa, las memorias del periodista occidental Jake Adelstein, es excelente. Ni porque tras ella esté la mano inconfundible del siempre solventísimo Michael Mann, productor ejecutivo y director de su impresionante primer episodio. Tampoco porque el reparto, encabezado por Ansel Elgort (‘Baby driver’) y Ken Watanabe (‘El último samurai’), haga un trabajo solventísimo. Si no porque esta serie consigue mantener con firmeza el equilibrio entre su tono realista, sus distintas tramas heterogéneas y la atmósfera absorbente de un Japón ignoto para el espectador.
‘Tokyo vice’ (HBO Max) tiene un objetivo principal claro: retratar la naturaleza y el funcionamiento de la Yakuza japonesa y los distintos clanes que la forman. Una historia criminal contada, en lo esencial, a través de los ojos del periodista occidental Jake Adelstein. Su historia es la llave para adentrarnos en un país hermético respecto a los forasteros (gaijin) y conocer sus entresijos, pero también para contarnos otras tantas historias.
Para un lector foráneo, ‘Tokyo vice’ posee un progresivo ritmo inmersivo muy bien conseguido que hace que, lentamente, pero sin pausa, se nos vaya introduciendo y atrapando en ese Japón desconocido
Por ejemplo, contarnos la vida de los extranjeros integrados en su cultura y su sociedad (gaikokujin), la del frustrante trabajo que las profesiones dedicadas a sacar a flote las inmundicias del país (periodistas y policías, fundamentalmente), o el vacío existencial en la vida de las personas de un país orientado a rendir tributo a sus antepasados a través de la lealtad de grupo (sea este grupo la familia, el clan o la empresa).
Un retrato complementario y coral de la vida en Japón que nos acerca a una cultura cada vez más atractiva para cada vez más personas.
Un trayecto que nos convence para seguirlo con pasión
La serie consigue con éxito acercarnos todas estas historias mediante un apasionante camino recto que, desde la llegada de Adelstein a Japón con diecinueve años, nos va mostrando su difícil adaptación a aquel país (primer capítulo); su progresiva lucha dentro del diario ‘Tokyo Shimbun’ por hacerse un hueco como un periodista con futuro (segundo); y su creciente inmersión en el mundo de la Yakuza japonesa (a partir del tercero). Para presentarnos, de aquí en adelante, una cara de Japón muy necesitada del realismo que ‘Tokyo vice’ aporta; pues estamos acostumbrados a acceder a ella de forma mayoritariamente ritualizada bien a través de la parodia (‘De yakuza a amo de casa’) bien del drama violentísimo (la serie ‘Outrage’ de Takeshi Kitano).
Para un lector foráneo, la serie posee un progresivo ritmo inmersivo muy bien conseguido que hace que, lentamente, pero sin pausa, se nos vaya introduciendo y atrapando en ese Japón desconocido. A partir del tercer capítulo, la serie parece tomar otro cariz más maduro, un tono más firme y decidido del proyecto que ha tomado cuerpo y que, con las cosas claras, se dirige firme hacia su destino. Y es un trayecto que, aún pendiente de acabarse, nos ha convencido para seguirlo hasta el final con pasión.