¿Qué hay de cierto en la historia narrada en la película?
Aunque han pasado más de 15 años desde el estreno de 300, la película dirigida por Zack Znyder y protagonizada por Gerard Butler sigue muy presente en la mente de todos aquellos que disfrutamos con sus brutales escenas de acción. Sin embargo, es muy probable que los amantes de la historia no recuerden con tanto cariño esta película debido a su facilidad para inventar o manipular hechos históricos.
Quizá sea conveniente analizar de forma más consistente el mito del paso las Termópilas (Θερμοπύλαι, “Puertas Calientes”, por las fuentes termales cercanas), transmitido por Heródoto. Tanto la tradición histórica, como el cómic de Frank Miller (también ha trabajado en Batman) y la película inspirada en él, cifran al ejército persa en cifras muy superiores a las consideradas por la mayoría de historiadores contemporáneos. ¿Qué hay de cierto en la Batalla del Paso de las Termópilas?
La derrota de Darío
La historia arranca en el 490 A.C., año en el que Darío I, rey del Imperio Persa, envía un poderoso ejército contra Grecia que desembarca en la ciudad de Maratón. Allí se enfrentan con los griegos, cuyo ejército, comandado por Milcíades, obtiene por sorpresa la victoria. El general envió a un soldado a Atenas para dar la buena nueva a sus compatriotas; éste, tras recorrer 42,191 kilómetros sin pausa, muere de agotamiento tras comunicar la victoria. Tras esta hazaña, entonces poco deportiva, y en honor a esta proeza, se corre hoy en día la maratón.
Pocos años más tarde, en el 480 A.C., el hijo de Darío, el Rey de Reyes, no olvidaría la afrenta de los griegos, y movilizaría contra éstos un poderosísimo ejército para doblegar su voluntad y conquistar las fértiles tierras de más allá del Bósforo. Un año antes, Jerjes I había enviado heraldos a varias ciudades-estado griegas exigiendo sumisión absoluta, chantaje al que cedieron algunas de ellas; otras se declararon neutrales y otras hostiles, Atenas y Esparta entre estas últimas.
Mucho más que 300 guerreros
Según las crónicas de Heródoto, historiador y geógrafo griego, principal fuente del lance, las fuerzas persas al mando de Jerjes I se componían de casi dos millones de efectivos en total, divididos entre 80.000 hombres de caballería, 1.200 trirremes, 5.000 penteconteros y la infantería de a pie. El ejército griego estaba lejos, según Heródoto, de los 300 hoplitas espartanos: junto a ellos, estaban 500 hombres de Tegea, 500 de Mantinea, 1.000 de Arcadia, 400 de Corinto, 200 de Fliunte y 80 de Mecenas. Aparte de estos contingentes del Peloponeso propiamente dicho, entre las fuerzas de los griegos estaban 400 de Tebas y 700 de Tespias junto a 1.000 focenses.
En total, los griegos disponían de 7.000 valerosos hombres, unidos bajo la disciplina espartana de Leónidas. Muchos historiadores contemporáneos no cifran las fuerzas persas en más de 200.000 ó 250.000 hombres, y mantienen más o menos las griegas, especificadas por Heródoto. Aun así, estamos ante una lucha épica, pero enormemente facilitada por las circunstancias geográficas. Pero nada que ver con lo que históricamente se nos ha transmitido.
La anchura les dio ventaja
El paso era un angosto pasadizo entre las montañas y el mar, con una longitud de dos kilómetros y medio, con una anchura media de unos 40 ó 30 metros (en varios tramos de no más de 15 ó 7 metros, según la fuente). Los griegos pretendían contrarrestar la superioridad numérica luchando en un lugar muy estrecho, con el fin de evitar los movimientos envolventes de la numerosa caballería persa. Pero no solo por esa razón las Termópilas eran el lugar ideal para plantar cara a tan poderoso ejército con pocos efectivos: el paso se encontraba muy próximo a los estrechos de Eubea, en el Artemisio, donde la flota griega, también inferior en número a la persa, podría luchar contra aquella en las mismas condiciones que la infantería.
Los numerosos barcos de guerra persas no podrían desplegarse del todo, y en ese escenario serían vulnerables. La trampa era doble: si la armada griega conseguía la victoria, el ejército persa perdería el abastecimiento de suministros por mar, básico en una guerra lejos de territorio amigo; sin él, Jerjes tendría que retirarse. El paso protegía también todo el Ática y Beocia, y era la llave para entrar en territorio griego, sobre todo a Atenas, principal objetivo del ejército enemigo.
Preparados para morir – La Batalla del Paso de las Termópilas
Los griegos que fueron al paso estaban preparados para morir, es evidente. Conocían las fuerzas persas, pero sabían que si conseguían aniquilar la flota enemiga y dejarles sin suministros, las fuerzas enemigas no durarían mucho en territorio griego. Las anécdotas del carácter griego, y sobre todo espartano, alrededor de las Termópilas, son numerosas. Cuentan que la reina Gorgo, esposa de Leónidas, que tomó el mando de las fuerzas aliadas griegas en las Termópilas, se quejó del escaso número de compatriotas que éste había movilizado, tan solo 300, a lo que éste contestó que sus paisanos jamás contaban los hombres antes de la batalla. El diálogo posterior, según cuenta Heródoto, que supuestamente tuvo lugar, es muy esclarecedor:
-«¿Qué he de hacer si no vuelves?”, preguntó Gorgo.
-«Si yo perezco cásate con uno digno de mí y ten hijos fuertes para que sean soldados dignos de Esparta”, respondió Leónidas.
Cuando los persas llegaron al paso y vieron que los griegos lo habían ocupado, enviaron hombres a observarles. Se encontraron con las tropas helénicas ejercitándose, limpiando sus armas y aseándose el cabello como si nada. Finalmente, Jerjes envió emisarios, anunciando el inminente ataque. Orgullosos de su poderoso ejército, éstos hablaron con Leónidas y le emplazaron a retirarse. Su rey le perdonaría la vida a cambio de entregar las armas. La respuesta del caudillo espartano no se hizo esperar:
-«¿Qué respuesta debo llevar al Rey?«, preguntaron los persas.
-«Dile a tu rey que venga a cogerlas«, respondió Leónidas.
Pero no todos los griegos estaban animosos; cuenta Heródoto que un hoplita llamado Traquis aseguró durante la noche precedente al ataque que al día siguiente las flechas de los persas taparían el Sol, a lo que un espartano llamado Dienekes respondió: “Mejor, así lucharemos a la sombra”.
Preparados para la guerra
Dejando un poco de lado la mitología de Heródoto y las exageraciones propias de la habitual manipulación histórica, lo cierto es que las tropas griegas estaban mejor preparadas que las persas para luchar en escenarios estrechos. Los primeros estaban muy acostumbrados a la lucha continua, ya que los pueblos Helénicos tan solo dejaban de contender entre ellos si sobrevenía una grave amenaza exterior, como era el caso.
La falange hoplita, una sólida formación militar cerrada que avanzaba compacta y protegida por escudos y lanzas para evitar las flechas enemigas, era la base de sus ejércitos y responsable de muchos de sus éxitos en el campo de batalla. En cuanto al soldado, una lanza larga de dos metros, una espada corta, llamada “xifos” y un escudo de casi un metro de diámetro eran todo su armamento ofensivo, junto a la típica coraza de bronce o lino y un casco y protecciones para las piernas, también de bronce.
La equipación espartana
Los espartanos estaban incluso mejor pertrechados y eran más disciplinados y brutales, gracias a su temprana educación militar y a lo inflexible de sus leyes. En cambio, los persas tenían otras costumbres a la hora de combatir y estaban también condicionados por las amplias extensiones sin excesivos accidentes del terreno del Imperio Persa, donde solían moverse. La infantería carecía de armas pesadas, sus lanzas eran más cortas y sus escudos más ligeros. Su composición era también muy dispar, ya que junto a fuerzas de choque de élite, como los renombrados 10.000 Inmortales, estaban también otras reclutadas mediante levas en las satrapías ocupadas, de mucha menor motivación y profesionalidad.
Precisamente la falange hoplita y el escasísimo espacio de maniobra fueron la llave de la resistencia heroica de los griegos. Tras entonar el “peán”, un canto en alabanza a Apolo, se prepararon para la embestida. La falange, con los flancos protegidos por las paredes del paso de las Termópilas, hizo de tapón frente a las numerosas y aguerridas tropas persas, que se toparon con algo que no esperaban. Por la tarde, los griegos habían dejado cientos de cadáveres ante sí, sin apenas sufrir bajas.
El ejército enemigo se replegó, y los temidos 10.000 Inmortales, la guardia personal de Jerjes, fue enviada al ataque. Éstos lucharon de forma denodada y valerosa, pero fueron igualmente rechazados con numerosas bajas. Al mismo tiempo, la flota griega también resistía en Eubea, por lo que Jerjes estaba atrapado. Sus tropas morían a cientos y su flota se encontraba atrapada sin posibilidad de enviar suministros… ¿por cuánto tiempo?
Efialtes: el traidor
En este estado de cosas, entra en escena un traidor, Efialtes, un pastor autóctono del paso que esperaba una recompensa de Jerjes. Se dirigió a su campamento, y le informó de un sendero que llevaría a sus tropas al otro lado del paso de las Termópilas, rodeando de esta forma a las tropas helénicas. El sendero estaba protegido por los griegos, que habían acantonado allí a 1.000 focenses. Jerjes mandó allí a los 10.000 Inmortales, llamados así porque, cuando uno moría, otro tomaba rápidamente su lugar en oleadas sucesivas.
Leónidas fue informado de la cercanía de los persas y del cerco que pronto iba a cerrarse sobre ellos, así que decidió evacuar al ejército griego. Pero él permaneció en su puesto junto a sus 300 espartanos, no sin ordenar antes que también 400 tebanos se quedaran a luchar con él; por lo visto, en Tebas dominaba una fuerte tendencia política a pactar con los persas, y el general espartano temía que posteriormente estos soldados se aliaran con sus enemigos. Además, 700 soldados de Tespia, al mando de Demófilo, se negaron a abandonar a Leónidas. En total, unos 1.400 se enfrentaron al resto del imponente ejército persa. Famosa es la frase de Leónidas previa a la desesperada lucha final:
-“¡¡Esta es nuestra última comida entre los vivos, preparaos bien porque esta noche cenaremos en el Hades!!”
¿Supervivientes?
Uno puede preguntarse quien sobrevivió para transmitir la famosa y épica frase de Leónidas, así que muy probablemente estemos ante una nueva licencia literaria. Algunos historiadores cifran en dos los supervivientes: Alejandro y Antigono de Esparta, pero nada se sabe de forma irrefutable. El caso es que todos los hombres se aprestaron a formar una última y grandiosa falange, para enfrentarse a los ya menos de 10.000 Inmortales. Leónidas pretendía evitar una rápida llegada de Jerjes a Atenas, y dar tiempo al resto del ejército griego a plantear batalla y organizarse.
Según Heródoto, los espartanos y los tespieos fueron masacrados, mientras que algunos tebanos se rindieron y fueron marcados y utilizados como esclavos. Los persas encontraron el cuerpo de Leónidas y lo crucificaron. En total, habían sufrido unas 20.000 bajas.
El final del conflicto
El ejército de Jerjes, una vez pasadas las Termópilas, se dirigió a Atenas, previamente evacuada, que fue saqueada e incendiada. Más tarde, en Salamina, la flota persa fue casi destruida por la griega, lo que forzó a Jerjes a dividir el ejército. Dejó en Grecia la mitad de los supervivientes, mientras que él mismo volvía a sus dominios con la restante. Tras varios meses de tanteos, el ejército aliado acabó con el ejército persa que aún seguía en suelo heleno, en la batalla de Platea.
La victoria final griega supuso un punto de inflexión en la lucha por el poder en el próximo oriente. Toda la cultura griega, con su incipiente democracia (al uso peculiar de la época), fue salvada del régimen tiránico y monárquico persa en aquella ocasión, gracias al sacrificio de un puñado de hombres y a la clarividencia militar de sus jefes.
En honor a esta lucha, en el lugar donde los espartanos plantearon la última resistencia, el poeta Simónides de Ceos escribió: “Caminante ve a Esparta y dí a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes”.
Una base real
¿Cuáles son las bases reales sobre las que se basa el mito? Como todos los hechos históricos, la gesta de las Termópilas está también sujeta a la manipulación informativa. Sin embargo, este caso es muy especial. La civilización occidental siempre vio en él el origen de sus propias señas de identidad, un modo panfletario de afirmar su resistencia a los valores que provienen de Oriente. Frente a la incipiente y amenazada democracia griega, oriente imponía el valor de la monarquía, el despotismo y las religiones asiáticas. Un terreno abonado para los mitos, desde luego.
300, incluso más allá de la tradición de Heródoto, impone una visión tópica del Imperio Persa: un puñado de héroes contra un enjambre de carne enemiga. Mientras que los griegos son disciplinados, pulcros, moralmente limpios y sobre todo, valerosos, los persas son corruptos, débiles, confían en el número por encima de la organización y son moralmente deleznables, gentes que solo son capaces de conseguir la victoria mediante la traición.
Tópicos y desprestigio
Los personajes persas cumplen a rajatabla los tópicos de la «chusma salvaje» tan propios de los occidentales cuando quieren denigrar a un enemigo, y nada acorde con la realidad. Y esto viene de la propia tradición histórica de Heródoto, con lo cual no es difícil pensar en una manipulación, sobre todo cuando este episodio, que desembocó en una victoria posterior, pudo servir como aglutinante de la identidad griega, tan necesaria en una sociedad dividida como la helena.
El cómic de Frank Miller y la película de Zack Snyder ahondan en esos tópicos nada justos para con la memoria de la Historia: Jerjes es visto cómo un corrupto déspota cubierto de piercings y con costumbres sexuales nada convencionales, el ejército persa es grotesco, cobarde, cruel, traicionero y sin verdadera organización. Uno se pregunta como una banda tan numerosa pudo haber mantenido semejante imperio a lo largo de los siglos… Desde luego, tras la victoria griega, sucediera como sucediera, los persas tuvieron que sufrir cuantiosas bajas, ya que no volvió a darse una invasión semejante por su parte, aunque el poder persa se mantuvo intacto tras este episodio en sus territorios. No fue el paso de las Termópilas el inicio de su declive, ni mucho menos.
En opinión del que suscribe estas líneas, es necesario ver el mito de las Termópilas con unos ojos más razonables que los que nos proporciona la tradición histórica, y sin duda, la tradición literaria o cinematográfica. 300 es un maravilloso ejercicio de estilismo y épica, y no tiene por qué transmitir la verdad de lo que sucedió en La Batalla del paso de las Termópilas, que por otra parte continuará siendo un misterio para siempre.