Uno de los motivos para nuestra alegría es que estamos ante la mejor obra del primer Habral. Un autor con amplia libertad creativa. En sus obras existía una fuerte carga de lo autobiográfico o de aquellos aspectos que conocía de manera directa el autor. Además, este Habral posee un humor intenso, tanto en lo dialéctico como -especialmente- en lo escénico. Con este humorismo resulta plenamente coherente su marcado surrealismo, con personajes de comportamiento extravagante; más todavía si tenemos en cuenta el contexto dónde se les suele situar (en esta novela estamos en pleno frente europeo de la IIª Guerra Mundial). Todo ello engarzado dentro de un texto fragmentario, construido por escenas hiladas, cada una a forma de breve relato, que incluso podrían ser disfrutadas plenamente en una lectura independiente -a pesar de su publicación conjunta-. Una serie de trazos que hicieron de él un autor único, y convirtieron a esta novelette en una de sus lecturas imprescindibles.
Pero nada podría caracterizar mejor a este libro como la riqueza de su universo.
En pocas páginas, con un elenco de personajes muy reducido -aunque magistralmente caracterizado-, el texto posee numerosas capas, mensajes radicalmente diferentes que son capaces (individualmente, o en asociación con otros temas) de aportar una lectura distinta a cada lector/a o a cada forma de acercarse a esta novela.
Por un lado, Habral abandona la crudeza del contexto general para centrarse en el paso de la infancia a la vida adulta de su narrador-testigo y protagonista: el aprendiz de factor de circulación ferroviario Miloš Hrma. De él sabemos, de primeras, muy poco. Apenas el hecho que, en su pasado próximo, ha intentado suicidarse y, en su presente, asistimos con él a la reincorporación a su trabajo. Con extraordinaria intensidad vivimos su apertura a los demás: a través de esa reverencia debida ante sus compañeros de trabajo y superiores, de su inocente sorpresa ante la atracción y las relaciones sexuales, de su pavor ante los trenes que pasan delante de sus ojos con cargamentos de sufrimiento y muerte, de su confusión por no ser capaz de encontrar su lugar en un mundo en formación (o, mejor dicho, en escombros) sin sitio aparente para él.
Cuando la voz narradora abre más el foco es cuando vemos a los demás miembros de esa estación fronteriza, y accedemos así a nuevas capas de lectura y a nuevos temas. Con el jefe de estación, aspirante a inspector y eficaz servidor del mando nazi, estamos ante un personaje ambiguo, con una fuerte carga de moral y tierno humanismo, que ante su casi imposible libre expresión debe acudir cada poco al palomar para poder darle rienda suelta a ese sentimiento con otros seres vivos. Si miramos sin embargo al factor Hubička vemos a un personaje también ambiguo, mejor balanceado en su expresión del humanismo y la moralidad, más claramente comprometido con la libertad, pero bastante más frívolo a la hora de valorar y enfrentarse a las relaciones humanas. Eso sí, ojo con la escasa caracterización y riqueza de los personajes femeninos, bastante apegados al contexto sentimental y a los roles tradicionales de madre, mujer y esposa; suponemos que es más un trazo de contexto que de voluntad del autor.
Otro grado de apertura más en el enfoque de la mirada nos lleva a ver el análisis duro y ácido que Habral hace de la vida. Esos trenes rigurosamente vigilados van repletos de muerte y podredumbre, pero al mismo tiempo son un símbolo de lo valiosa que es la dignidad ausente en sus vagones. La voz narradora comunica con nosotros no solo describiéndonos con pasmoso detalle lo que tiene ante sus ojos cuando mira a esos trenes, sino también cuando a través de sus ojos analizamos aquellos que debería haber y no hay: la vida sustraída, la dignidad robada, la humanidad secuestrada. La crueldad del ejército nazi se manifiesta en ausencia de sangre y de violencia, mostrándonos sin embargo las consecuencias de su ejercicio. Otra forma de expresar el mensaje machaconamente repetido en las novelas históricas centradas en la IIª Guerra Mundial.
Un estilo más abierto y próximo, una perspectiva narrativa que insinúa en lugar de contar, un humor que ayuda a denunciar al mismo tiempo que a reír. He aquí el Habral inteligente al que tanto admiramos y se debe dar a conocer.
Pero todavía nos queda el grado de apertura mayor de todos: el del ser humano. Hemos partido del individuo, de Miloš Hrma y sus problemas personales; nos hemos abierto un poco más para acceder a tipos sociales, a perfiles de seres humanos reconocibles; seguimos avanzando hasta caracterizar a todo un régimen, una ideología y una forma de ser; y con la suma de todos estos enfoques llegamos a esa pintura colectiva que es el retrato del humano. La representación global de una especie capaz de lo mejor y de lo peor: del humor más tierno a la muerte más atroz, del surrealismo más inocente a la muerte más cruel. Ese ser que en ‘Trenes rigurosamente vigilados’ (Seix Barral, 2017) se disecciona de forma precisa por un Bohumil Habral inspiradísimo, en una de sus mejores obras, magistral pieza de postguerra, que ahora llega a las librerías para ser conocida y reconocida como lo que es; una de las mejores piezas del mejor escritor checo de todos los tiempos.
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