Lo primero que llama la atención es su innegable actualidad. Todavía no pocas personas están intentando explicarse el éxito de Donald Trump: ¿cómo millones de estadounidenses, muchos de ellos pertenecientes a estados obreros (el conocido como Rust Belt, o Cinturón del Óxido, de clara relación con el título de la novela) y antiguos votantes del Partido Demócrata, han podido confiar de repente en un magnate con evidente inestabilidad mental? Meyer se introduce en uno de estos estados, en la decadente localidad de Buell (Pennsylvania), para mostrarnos los efectos de una globalización internacional que ha sumido a la región, otrora próspera y de evidente bienestar, en una sombra de sí misma. Un lugar plomizo, coloreado por el negro de los lodos industriales y el gris del hormigón, salpicado de las caravanas y los adosados maltrechos de familias arruinadas, desalojadas unas y destrozadas otras, pero todas sumidas en la más evidente miseria.
Si el lugar es la huella del delito, la familia es la víctima.
Meyer habla en esta novela del fin de la familia, de su desmantelamiento, de cómo los roles estables de esta unidad de socialización se han volatilizado y, con ella, los lazos humanos que unen a las personas unas con otras. Las figuras masculinas y femeninas se han desconfigurado no por un cambio cultural, como sí está aconteciendo en las comunidades urbanas -donde la diferencia de sexos parece estar limándose poco a poco-, sino porque el lazo que les permitía ser quiénes eran se ha roto, ha desaparecido. Las personas, todavía fuertemente sexualizadas y poseedoras de una clara identidad de género, parecen vagar por el espacio de Buell en busca de esa masculinidad y esa feminidad antaño ejercida y, de repente, desaparecida sin dejar rastro.
Como síntoma de esa honda pérdida, además de la desesperanzada búsqueda sin fin, solo quedan la rabia de esa pérdida entendida como un robo, y la frustración de unas personas que creen que lo perdido jamás podrá volver.
"El valle del óxido" destaca por ser una novela de personajes, perfectamente construida, con un elenco protagonista heterogéneo, representativo de distintos grupos sociales y, por ende, de distintos sueños frustrados por el advenimiento de la deslocalización industrial y de capitales.
Isaac, el guía por este espacio desolado que es Buell y sus gentes, ha visto morir a una madre amada por sus hijos, pero despreciada por su marido (se insinúa muy livianamente a su condición inmigrante como posible causa de ese odio): un padre despótico cuyo rudo carácter parece ya definitivamente desbocado tras la pérdida de su empleo. Estos dos motivos tienen un peso más que considerable como para explicar que tanto él como su hermana, Lee, albergasen indisimuladas ganas de huir de allí. Sin embargo, mientras Lee sí ha conseguido irse a otro lugar para vivir otra vida, incluso conservando el beneplácito de su padre -así como ciertas pequeñas dosis de afecto-, Isaac vive con la amargura de sentirse despreciado por su padre y abandonado por su hermana.
Pero en la vida no es oro todo lo que reluce. Es cierto, Lee ha conseguido huir de Buell, pero no ha conseguido cerrar las cicatrices y aliviar las cuitas producidas allí, profundas y todavía supurantes. Entre estas heridas está Poe, antigua estrella de fútbol americano en el instituto y, posiblemente, el único amigo de Isaac a día de hoy. Por él alberga aún unos fuertes sentimientos, una pasión casi irrefrenable, tanto, que solo fue capaz de aplacarla un tanto con su huida hacia adelante. Un abandono con consecuencias también para Poe, que ha decidido abandonarse a sí mismo, renunciar a la posibilidad de cumplir un sueño, por esperar a Lee. Dos sueños rotos, dos oportunidades de felicidad truncadas. Dos víctimas más de la globalización depredadora y sus consecuencias.
La novela está dotada de un elenco de personajes amplio y rico en matices, completado con la familia de Poe, o la familia que Lee ha conseguido construir en la lejana California, o las otras numerosas víctimas que vagan por Buell. Pero si un personaje principal vaga por estas páginas como un fantasma, verdadera víctima de la globalización en estas tierras, ésa es la humanidad definida por sus mejores valores y principios: el amor ha sido substituido por el cinismo de Lee o el egoísmo de Grace (la madre de Poe), la inteligencia de Isaac o de Lee ha sido ahogada por la amargura y la rabia, la generosidad inherente a todos ellos ha sido abandonada en aras de la violencia y la supervivencia más primarias y abyectas. El prometedor Buell, la trabajadora Pennsylvania, ha sido reducida por las invisibles e incontroladas fuerzas globales a cenizas y desesperanza.
Meyer nos muestra con viveza magistral al terreno sobre el que Trump ha sembrado su mensaje y recolectado su victoria, explorando además las razones por lo que su populismo barato (y en apariencia desquiciado) ha sido sin embargo un abono tan eficaz. Al acabar de leer esta páginas podremos comprender mejor el lado humano, la razón íntima, de muchas personas que con su voto han manifestado no solo su rabia y frustración por cómo están ahora, sino también su esperanza porque Trump pueda -con sus decisiones- dar hacia atrás las manillas del reloj y devolver sus vidas al punto feliz dónde estaban antes de que comenzase lo que ellos entienden como globalización, inmigración y pérdida de sus trabajos y sus vidas.
Estamos ante un escritor prometedor llamado a ser quién nos dé la próxima gran novela norteamericana. Un apasionado explorador del alma contemporánea estadounidense.
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