En "Azul marino" volvemos a la vida de Ana Martí y el comisario Castro, esta vez con varios sucesos que ocurren en la Barcelona de las tropas americanas. Por una parte, una costurera que trabaja para un taller de caridad aparece muerta en su habitación, mientras que en un bar de mala reputación de la ciudad condal, un marinero es encontrado, también sin vida, y en extrañas circunstancias.
Aunque Castro quiere llevar el asunto por sus propios medios, necesita recurrir a Martí para que ejerza de intérprete de los americanos, porque estos parecen querer ocultar los hechos más relevantes con el único motivo de culpar a los españoles de la muerte el marinero. Así, las tramas se entretejen hasta resolverse en el que es el último libro de la trilogía de Ana Martí.
Leer a Rosa Ribas es un lujo, aún más cuando los libros están firmados también por Sabine Hofmann. Y es que este dúo de escritoras cuida los detalles de una manera increíble en todas las novelas, desde lo más nimio hasta lo más importante.
La atmósfera de la Barcelona de finales de los 50 está cuidadísima, notándose un buen trabajo de investigación que ofrece veracidad a toda la novela. Desde el desembarco americano, el ambiente en los calabozos de la policía o las casas de beneficencia, todo está estudiado al detalle para que la novela no pierda verosimilitud en ninguno de los puntos.
Ana Martí es una protagonista fuerte, creíble, que ofrece y se beneficia de la ayuda de Castro, pero que no se conforma con ser la mujer en el segundo plano de la época, cuestión que hace más atractiva la novela. Castro, por su parte, es un personaje que produce sensaciones encontradas al lector, como miembro de la BIC comete atrocidades espantosas, pero tiene también un sentido del honor y de la justicia que ayudan a avanzar el relato y que no dejan al personaje en el negro de la maldad sin más contemplaciones.
La historia está muy bien llevada, mantiene la tensión constantemente y obliga a meterse en la trama sin que ésta se despegue del cerebro del lector. Cuando no está pasando una cosa, sucede otra que puede tapar la primera, así los personajes están obligados a mantenerse en movimiento y no dejar a la narración perderse en caminos que no llevan a ninguna parte. Una de las virtudes de Ribas y Hofmann es eso, saben a dónde quieren ir y van directamente, sin florituras, contando los acontecimientos como van sucediendo y tensando la cuerda en la mente de sus lectores.
Es una pena que este sea el último libro de Ana Martí, puesto que el personaje había crecido mucho desde que nos cautivó con “Don de lenguas” y podría haberse convertido en una serie más larga y con más bagaje, pero su brevedad, el saber que estamos degustando la última obra maestra de la trilogía, también da alas a la lectura y permite saborearla lentamente, paladearla desde la primera a la última página y despedirse como merece.
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