Smalland, un viaje fuera de La Colmena: Diario de un Smallfolk muerto
Escribo estas últimas líneas desde el anonimato. Mi nombre ya da igual porque aunque lo escribiese nadie me recordaría. Resulta que el mundo exterior es muchísimo más grande de lo que habíamos estudiado en los libros, y los peligros que he ido encontrando, peores que los que relatan los viejos de La Colmena. Quizás nunca debí haberme ofrecido a salir, ojalá me hubiese quedado a la lumbre de mi vieja lamparita de lectura, leyendo y leyendo sobre el mundo de fuera pero alejado de su violencia e injusticia.
No sé cuánto tiempo hará desde que salí de La Colmena, quizás 13 o 14 rotaciones lunares…
Al igual que mi padre, me alisté en la Vanguardia: los honoríficos guardias reales de la Reina de la Colmena. Mi labor, como la de mis compañeros, no era otra que salvaguardar los intereses de la corona. Y eso ocurrió. Nuestra reina enfermó de un día para otro y el médico de la corte, después de innumerables y erráticos tratamientos, encontró la solución en una medicina que requería de una vieja encina de árbol muy difícil de encontrar.
Hacía relativamente poco que los nuestros habían empezado a caminar por el exterior, pues los gigantes, sin motivos aparentes, habían desaparecido. Nosotros somos gente diminuta que nos hemos llevado siglos habitando el interior de la tierra, por lo que las primeras expediciones a la superficie corrieron a cargo de los más veteranos de la Vanguardia, gente experta y aventada en el liderazgo y la exploración.
Una pizca de aire fresco
Era cuestión de tiempo, y el tiempo pasó hasta que llegó el día: tuve que salir. Mis ojos tardaron casi dos horas en adaptarse a la luz solar, astro que solo había visto en libros. Fuera todo era verde y hermoso, lleno de vegetación y vida. Anduvimos un trecho considerable cuando nos topamos con un vasto pantano que se extendía hasta donde podían ver mis ojos… Sí o sí debíamos de cruzarlo si no queríamos volver y escalar el árbol en el que se escondía nuestra madriguera para salir de la zona «sin peligros» que nos mantenía alejados de depredadores. Éramos una expedición de 4 (contando conmigo), por lo que tiramos del manual que nos habían proporcionado en la formación previa a nuestra expedición y comenzamos a fabricar una pequeña embarcación con el material que estuvimos recolectando. Aquella noche la pasamos trabajando en el bote y apenas dormimos…
Knox y Mati, dos de mis compañeros, estuvieron recogiendo frutos para sumarlo a los suministros que ya teníamos mientras yo y Luca, ultimábamos los retoques finales a nuestro improvisado bote.
… nuestro primer contratiempo…
Como el resto de expedicionarios que han salido de La Madriguera, estoy utilizando mi diario como cuaderno de campo para que cuando volvamos a casa, Los Ancianos tengan constancias de nuestras misiones y así poder seguir elaborando los libros con los que se enseñan en las escuelas.
Actualizo entonces para contaros que hace ya… ¿tres?, ¿cuatro?, ¿nueve? no sé cuántos días que estamos en el bote atravesando el lago. Puedo escribir estas líneas tranquilo, bajo un sol que nos ha dado una tregua a tantísimos días de lluvia. Creo que fue el segundo día cuando la lluvia, que nos acompañó desde el principio, trajo consigo a un monstruo de las profundidades. Se trataba de una carpa (según nuestro diario de exploración) que tras combatirla ferozmente pudimos espantar. Eso sí, el bote sufrió daños que no hemos podido reparar. Calculamos y aguantaría antes de hundirse unos días más, ¿el problema? que en ese momento aún no veímos tierra…
Al fin, y cuando el bote ya estaba en las últimas, divisamos tierra… Llegamos y lo primero que hicimos fue reubicarnos sobre un árbol no muy alto. Fabricamos con las ramas y materiales de los alrededores un pequeño puesto de mando para trabajar en nuestra misión. También, colindando con la base, construimos un pequeño departamento para descansar. Humilde, muy humilde, pues nuestro viaje era de trabajo y no vacacional.
La verdad es que la travesía en bote fue apoteósica, así que decidimos dar por finalizado el día justo cuando el astro rey se puso. Os he adjuntado una fotito que tomé para el recuerdo de nuestro nuevo hogar.
El mundo no se apiada de nosotros
Hace varias semanas que no actualizo, por ello me dispongo a hacerlo ahora, en una cueva en mitad de un campo de juncos, con mucho frío y con la perdida de Mati…
Avanzamos siguiendo el rastro de unas hormigas rojas que viajaban en fila hasta pasada una pequeña ladera. Según nuestros textos, las hormigas rojas en este tiempo descansan en boquetes subterráneos a los pies del árbol del que tenemos que tomar su encina. Parecía que nuestra misión iba sobre ruedas, demasiado fácil todo pese al incidente de la carpa. Anduvimos a una distancia considerable de los insectos porque nos duplicaban en tamaño, y aunque a priori son inofensivas, cuando se sienten acorraladas, las hormigas pueden llegar a suponer un problema.
Todo bien hasta que al doblar la colina, junto a la orilla de otro pantano que apestaba a muerte nos topamos con un lagarto que, a juzgar por sus colores, se trataba de un geco. Como acto de supervivencia, todas las hormigas desaparecieron bajo tierra, dejándonos al descubierto tanto a mí como a mis compañeros. No sé de donde saqué el valor para fotografiar al reptil, pero tengo por seguro que no lo volvería hacer una segunda vez.
Corrimos todo lo que nos lo permitían nuestras diminutas piernas, adentrándonos en un campo de juncos con la idea de dificultar a nuestro depredador. Parecía que lo habíamos conseguido. Pero la triste noticia nos asaltó cuando vimos que Mati no aparecía.
Gritamos y gritamos su nombre, e incluso nos atrevimos a desandar lo andado. El geco ya no estaba y donde las hormigas se habían esfumado, lo único que encontramos fue el cuerpo de Mati sin extremidades… No quiero ni recordarlo.
Llegó la hora de armarse
No pudimos recuperar el cuerpo para unirlo a la Madre Tierra porque cantidad de insectos se estaban cebando con el cadáver; «menudo recuerdo vamos a llevar hasta el final de nuestros días», así que decidimos volver a nuestra base de operaciones para poder seguir otra nueva pista (las hormigas habían desaparecido y con ellas nuestras esperanzas). Al llegar nos encontramos con lo peor, porque sí, aún podíamos ir a peor: toda la base y nuestra casa estaba destruida. Todo estaba lleno de plumas… debió ser algún tipo de pájaro.
Destruidos emocional y físicamente, los tres decidimos reutilizar los materiales, y añadiendo algunos más fuertes como piedras, fibras y resina, además de mandíbulas de hormigas que cazamos por los alrededores, nos hicimos tanto armaduras como armas.
Andamos durante mucho tiempo hasta pasar el campo de juncos por el que huimos del geco. Allí, en una hendidura gigante que había en una piedra, decidimos descansar. Era un buen sitio donde intentar montar nuestra nueva base, así que aunque llegó la noche, hicimos un fuego y nos pusimos manos a la obra a levantar un nuevo asentamiento.
Pese a los ruidos de la noche y el ulular de los búhos, conseguimos establecer nuestro hogar en el interior de la piedra, esta vez más cobijado y fuera de peligros. Eso creíamos, pero tras unas semanas de frío y lluvia, mientras terminábamos una investigación, un ruido rasgador se apoderó de toda la estancia. Venido del exterior apareció en nuestra base un enorme escorpión que, tras una ardua batalla y el destrozo nuevamente de todo lo que habíamos hecho, conseguimos abatir. Cenamos su carne y preparamos nuevas armaduras y armas más potentes. Estos artrópodos arácnidos son de climas cálidos, por lo que debido al frio seguramente iba a cobijarse en su madriguera, que la habíamos convertido en nuestra base.
Una nueva pista que seguir
Pasaron las semanas y con ello nuestra investigación avanzó: debíamos buscar unos anfibios que habitan en lagos llamados ranas. Al parecer se embadurnan el cuerpo con la encina que buscamos para protegerse de las picaduras de chinches y otros chupasangres.
Nos preparamos para el viaje y salimos una fría mañana. Deducimos que en las aguas apestosas donde perdimos el rastro de las hormigas rojas podría haber alguna rana. El geco ya no era un problema porque según los libros, son animales de sangre fría y solo salen cuando hace calor.
Justo al llegar saqué mi cámara porque la habíamos encontrado
Maldita rana… Knox estaba a una distancia considerable como capté en la foto, pero lo que jamás podríamos imaginar es que ese monstruo lanzaría su lengua a tantísima distancia y devoraría a Knox en un segundo. «Otra vez a correr joder».
Nos siguió saltando (detalle que tampoco supimos hasta que lo experimentamos nosotros mismos). Solo quedábamos Luca y yo. Teníamos a la rana justo encima, iba a devorarnos también a nosotros… Me golpeó con su lengua con la suerte de no atraparme, pero me lanzó al suelo. Rápidamente saque la lanza de aguijón de escorpión y la puse en ristre. Saltó desde lejos, iba a caer encima mía. Escuché los gritos de desesperación de Luca, escondido bajo el tallo de una flor. Pero entonces entendí que muchos animales carecen de inteligencia, o que al menos no todos tienen la misma. Cuando abrí los ojos, concienciado ya de que era mi final, la rana estaba ensartada y tiesa en mi lanza. Se había lanzado a la muerte ella sola.
No recuerdo el tiempo que pasó, solo sé que no pude incorporarme por el peso del cadaver cuando me vi aferrado a mi lanza, clavada en el anfibio y sobrevolando el suelo… Un pájaro había tomado con sus patas a la rana (seguramente en un acto de supervivencia para comérsela). Luca gritaba que me soltase, pero si lo hacía sería el final; estaba muy alto. Recé para que la lanza no se soltase y apreté los ojos sin mirar abajo.
Echo de menos La Colmena
He conseguido escapar. Estoy en el interior de un árbol rodeado de arañas. Ahora mismo no me pueden coger porque estoy encerrado en un montículo, pero tampoco tengo salida. Es cuestión de tiempo que se me acabe el oxígeno o que las arañas consigan llegar hasta mí. Aprovecho estas líneas, que muy probablemente serán las últimas, para contaros cómo he llegado hasta aquí.
Hice un esfuerzo titánico para trepar por la lanza, por el cadáver de la rana y por el pájaro hasta ponerme en su lomo. No se dio cuenta que lo estaba montando, así que en cuanto vi que había copas de árboles a una distancia en la que no me mataría si caía, le clavé un pequeño cuchillo en la nuca. El pájaro empezó a graznar, soltando a la rana y cayéndo en picado. Me aferré a él como si se me fuese la vida mientras intentaba deshacerse de mí moviéndose y zarandeándose. Cuando estaba volando a una altura que intuí segura, le arranqué una pluma, y con la inercia del viento, planeé hasta la copa del árbol más cercano. El pájaro recobró el vuelo y desapareció en el horizonte. «¿Qué cojones hago ahora?»
Había empezado a llover de nuevo, y las hojas de los árboles se habían convertido en una trampa mortal. Resbalé y caí a causa de la lluvia, con la suerte de caer en una rama y no al suelo; una vez más había burlado a la muerte.
Una guarida que será mi tumba
Bajé hasta el suelo para reubicarme e intentar volver y buscar a Luca, pero no sé cuántos metros volé ni hacía qué dirección me llevó el maldito pájaro.
Tras un breve camino, detrás de un arbusto vi el cuerpo de la rana, aún atravesado por mi lanza. Me debatí en abrirla y mirar si Knox aún seguía con vida. Pero algo me dijo que no era buena idea, y menos mal que no lo hice. Solo me había alejado unos metros mientras me debatía en si debía o no abrir en canal a la rana cuando empezaron a salir arañas por todos lados. Conseguí hacerle una foto a una de ellas antes de salir corriendo de allí… es espeluznante.
Por alante, por atrás, desde arriba, también desde abajo… de todas partes. Salían y salían arañas, decenas de araña. El único hueco que vi fue en el interior del árbol del cual bajé minutos antes. Así que sin pensármelo dos veces, entre corriendo en la oscuridad húmeda del viejo sauce. Lo trepé desde dentro, aferrándome a todo lo que sobresalía en mi ascenso. Abajo, el rasgar de infinidad de patas anunciaban que todas las arañas que cabían por el hueco estaban entrando y persiguiéndome. Era mi fin, de hecho lo es. Aquí sigo encerrado en un pequeño hueco dentro del árbol que he conseguido tapiar con ramas y clavitos que tenía en mi mochila. Fuera escucho el vil sonido que hacen las arañas lobos, impacientes por entrar y devorarme. Algunas patas ya asoman por debajo de mi improvisado barracón.
Si tú has encontrado mi diario de campo te recomiendo que vuelvas cuanto antes a La Madriguera. Este mundo no es para nosotros. A fin de cuentas, si los gigantes han desaparecido por algo será.
Atentamente, alguien sin nombre.
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