El 7 de enero de 2015 una célula islámica extremista asesina a la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Francia se sobrecoge ante la sistematicidad y la crueldad del ataque. Europa se blinda porque, además del peligro ante otras posibles réplicas de esta violencia, la invisibilidad del enemigo lo hace imprevisible y peligroso como pocos hasta entonces. El mundo se echa a la calle para reivindicar la vida y la libertad de opinión al grito de: Je suis Charlie! En medio del batiburrillo de cámaras y conexiones en directo, de declaraciones grandilocuentes y de gestos para la galería, reclamando manifestaciones y unidad contra el terrorismo, los análisis sobre las causas del ataque casi no encuentran espacio. Con todo, las preguntas flotan en el aire: ¿cómo se ha llegado a esta situación?, ¿Cómo ha sido posible?, ¿Son las manifestaciones y las declaraciones, palabras al viento después de todo, medidas suficientes para conjurar al peligro del terrorismo?, ¿Es cierto eso de que la religión no tiene nada que ver, que el Islam es una fe de paz en nada relacionada con los ataques a Charlie Hebdo?
En lógica con su pensamiento, Onfray nadó a contracorriente y defendió que fue la traición de Francia a un proyecto político republicano pacífico y pacifista, culminada por François Mitterrand y el Partido Socialista Francés en 1991, la que sembró los vientos de los que este ataque era solo una primera tempestad. Francia había participado desde entonces en una alianza militar responsable de bombardear distintos países de creencia musulmana y, a consecuencia de ello, de forma bastante menos quirúrgica que la enunciada por su propaganda, había participado también en la muerte de más de cuatro millones de civiles creyentes de esta fe (mujeres, niños y ancianos, muchos de ellos). Aquella era su respuesta a los ataques sufridos. Una respuesta que solo acababa de empezar. El Islam estaba en guerra abierta con un Occidente que llevaba años atacando sus territorios, y lucharía sin cuartel con la confianza puesta en sus opciones (hasta entonces inéditas) de poder ganar. Una confianza alentada por la inversión de las tornas: la ascensión del islamismo contrasta con los síntomas de decadencia de Occidente.
Otra de sus opiniones contracorriente es que, efectivamente, esta sí es una guerra de religión. No eran solo unos desalmados a título individual, ni un puñado de organizaciones peligrosas (agregadas bajo el paraguas malévolo del ISIS), las únicas responsables asépticas de la guerra en curso, sino que se trata de algo más amplio, profundo e importante: la contraposición de dos modelos de creencias religiosas (el judeocristiano vs. el musulmán) con códigos morales totalmente distintos y con formas de luchar también muy distintas. Una guerra de civilizaciones. Onfray se adentra en los textos religiosos para mostrarnos ese Islam contradictorio donde conviven la paz con la guerra, el respecto con la intolerancia, la comprensión con la violencia. Ambos igual de posibles, ambos igual de legítimos, ambos igualmente promulgados por Dios al profeta. Por ello, definir al Islam como una religión de paz es confundir la parte con el todo.
Sin embargo, Onfray adopta los valores de la paz y el pacifismo. ¿Cómo se puede afrontar una guerra civilizatoria desde aquí? Para Onfray la solución comienza con el ponerle fin a la esquizofrenia que supone el ejercer una política interior islamófila, poniéndole puentes de oro al Islam de la paz y creando islas de excepcionalidad en el derecho común para favorecer la integración, y al mismo tiempo ejercer una política exterior islamófoba, bombardeando por intereses poco claros los territorios de países islámicos en base a un derecho de injerencia torticeramente manipulado y conscientemente mal ejercido. Una vez conseguido esto, lo urgente es construir un islam republicano: definido por la compatibilidad de la creencia (personal) con el derecho (común), garantizando un espacio privado para la religión, despolitizando la experiencia religiosa para conseguir que vuelva a ser algo de una persona-para-sí y no (como acontece con su politización) de una persona-para-con-los-demás.
Tales metas no solo le parecen a Onfray ya algo muy improbable, sino que las da por perdidas. La élite política tiene la cabeza puesta en una política pequeña orientada a la reelección. Los medios masivos de comunicación fomentan la reacción y desplazan al análisis causal. Ya no parece importar otra cosa que el acontecimiento, desproveyendo a los hechos de la de circunstancias que los contextualiza y los explica.
Su pesimismo se fundamenta en la victoria de lo políticamente correcto. Una actitud más preocupada en vaciar a las palabras de su significado que en tomar medidas claras y directas para atajar al problema grave del islamismo extremista; más centrada en realizar declaraciones a la galería y encabezar manifestaciones, que en tomar decisiones. Esta actitud se refleja en los eslóganes y los clichés blandidos hasta la saciedad tanto por la derecha como por la izquierda pseudoliberales: la clase política que lleva las últimas décadas gobernando Europa desde un turnismo impostado ahora en crisis. Como consecuencia a sus malas decisiones, con tal de rehuir a la etiqueta (mal empleada) de “islamófobo”, se le ha permitido a la extrema derecha, sin otro mérito que el de enunciar en voz alta lo realmente existente (un islamismo extremista en guerra), convertirse en una alternativa política viable. Un panorama éste que ha empujado a los extremismos de antaño hacia el centro de la escena, y ha desplazado su pretendido liberalismo a una una posición política liberticida que, en esencia, implica traicionar a sus propios principios y valores.
Un panorama en absoluto halagüeño, si miramos su proyección al corto plazo.
En "Pensar el Islam" (Paidós, 2016), Onfray sintetiza todas estas, y otras muchas ideas, de una manera directa, inteligente y sagaz. En un pequeño libro que se tuvo que posponer por las virulentas reacciones en contra que estas opiniones causaron en su momento, y por la creencia del autor respecto a la conveniencia de un contexto más alejado de aquel 7 de enero para someter estas reflexiones a una justa consideración. Ahora es ese momento. Y es un momento más que conveniente pues, tras los incidentes en el mercado navideño de Berlín o en la discoteca de Estambul, la amenaza extremista islámica merece una nueva consideración; a la que Onfray ayuda a observar con nuevos ojos, nuevos argumentos y nuevas razones.
Todavía estamos a tiempo.
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