Para reafirmarnos en esta vocación siempre vienen bien libros como el que ahora tengo entre las manos, "Adelaida & Coco" (Grijalbo narrativa, 2017), cómic elaborado y perpetrado por Eire, alias Irlanda Tambascio… Sí, ya sé que debería ponerlo al revés pero, que quieren, me gusta más así. Además, para propios y foráneos, recordar que Eire es el nombre celta de Irlanda que, además, alude a la parte femenina que complementa al hombre encarnándose en la reina mitológica de Irlanda (otro día hablamos de los habitantes mitológicos de Irlanda, los Tuatha Dé Danann), una Diosa/Madre de la fertilidad, la poesía, la música, las cualidades creativas, la herrería, las manualidades, la metalurgia, el pastoreo y la agricultura. Vamos, que dada la versatilidad de Irlanda Tambascio, montadora y realizadora de profesión (desde hace años guionista a ratos libres), ilustradora, escritora y gatófila de vocación, Eire es un nombre que le cuadra perfectamente.
De esta mujer de origen venezolano, pero afincada en Madrid desde su infancia, conocía su anterior trabajo "Aves metropolitanas" (Alianza, 2014), que es una serie de ilustraciones sobre los diversos elementos de la fauna humana del metro madrileño que, en sus manos, se definen gracias a rasgos ornitológicos bastante chistosos. Por eso me sorprendió saber que su nuevo libro, de tintes un tanto biográficos, trataba de una chica y su gato. Dije entonces a Zuri, mi contertulio gatuno: “Qué curioso, ¿no?”.
Vi en la red un adelanto del libro, viñetas chistosas e intrigantes, y me propuse firmemente lanzarme encima de él en cuanto tuviese oportunidad. Hubo que esperar a que Eire lo presentase el 6 de abril en la Gatoteca de Madrid, lugar desconocido para mí hasta entonces donde los gatos viven a su aire a la espera de que alguien los adopte (al parecer hubo alergias varias en la mesa de presentación debido a la muchedumbre felina). Pasados estos trámites por fin puede hacerme con el libro que, lo confieso honestamente, no me ha gustado tanto como esperaba… me ha gustado mucho más.
El libro de Eire está perfectamente meditado, desde la cubierta anterior hasta la posterior, desde los dibujos de las guardas hasta el lomo, con una portada hecha de bigotes y orejas gatunas y la preciosa dedicatoria a Fígaro. Formalmente hablando, Eire juega continuamente con su restringida paleta de colores, el negro y el blanco, el negro de Coco y la blanquísima Adelaida que de ser entes separados al comienzo del libro pasan a ser parte de un todo, dos miradas diferentes a la vida que se complementan. La cuestión cromática determina mucho del cómic: solo hay dos elementos que escapan al bicromatismo negro-blanco (con los diversos matices que la acuarela aporta entre ambos extremos), los ojos miel de Coco y la mata fosca y pelirroja que tiene Adelaida por pelo, ambos con la misma tonalidad entre marrón y rojiza.
Con estos puntos de referencia Eire nos da desde el mismo inicio del libro la clave de la personalidad de sus protagonistas: el misterio insondable que subyace en todo gato y la pasión caótica y desordenada que rige la vida de Adelaida. Para subrayar ambos extremos Eire encierra sus historias en marcos de trazo grueso, movible, orgánico, siempre en movimiento como sus personajes. Y los bocadillos de los diálogos, consecuentemente moldeables, nos recuerdan a los de los tebeos de toda la vida, ondulados como mares cuando reflejan pensamientos, conteniendo grafía que recuerda a la manual cuando nos hablan de filosofía trascendental, con letras bien gruesas cuando Coco exige, y exige y, leches, exige que le hagan caso. Según confiesa la misma Eire, la tipografía de los bocadillos se la proporcionó su amiga Itziar Goñi que se inspiró en el trazo del dibujo. Lo cierto es que el trabajo de ambas es impecable y se imbrican de forma tan natural que nadie pensaría en dos manos creativas.
En cuanto a los dibujos de Eire concluir que son perfectos para las historias que nos cuentan, muchas con un puntito trascendental pero siempre vistas desde una perspectiva humorística. Caricatura pura y dura. El tono de la obra queda perfectamente plasmado ya desde la primera página donde se nos presenta a Coco cual si fuese el escualo de la peli "Tiburón" (Steven Spielberg, 1975)… y a continuación aparece Adelaida como si fuese un zombi a su servicio. Los personajes son de trazo maleable, tal y como son las viñetas y los bocadillos, seres dibujados de forma sencilla e infalible, que reflejan su personalidad gracias a una apariencia perfectamente captada de un solo golpe visual: la hippy-hada, la trascendental-oriental, el robot-más humano-que el humano…y el novio equilibrado que contrarresta la locura de Adelaida y tiene que soportar que Coco le dispute el territorio junto a su chica. Ah, y no nos olvidemos del amor platónico de Coco que Adelaida cree que no le conviene.
De la maleabilidad de los personajes y la perfecta adecuación del trazo a lo que Eire pretende reflejar nos lo dan las dos páginas en las que la autora plasma las formas extrañas de sus máximos protagonistas durante el día y la noche. Una gozada irónica-visual.
Y si ya nos metemos en la cuestión temática… Este es un libro en el que se rinde una completa admiración al gato y a todo lo que este representa, a su libertad e independencia pero también a su forma de vivir la vida en presente. La relación entre los dos protagonistas de la obra, Adelaida la humana y Coco el gato, se convierte en un reflejo de la vida actual en la que el ser humano crece gracias a la compañía de los animales.
Adelaida es una joven que trabaja con el ordenador en su casa donde tiene por única compañía a su gato Coco. Cuando comienza el libro, Adelaida no entiende bien a Coco ni tampoco se entiende demasiado bien a si misma. Condenada a pasar un verano agobiante en la ciudad, entra en una crisis existencial que la lleva a los libros de autoayuda mientras Coco intenta que le haga caso y juegue con él.
Hay una página muy certera de la vida tan opuesta que llevan Adelaida y Coco al comenzar el libro en la que el gato aparece tomando el sol frente a la ventana, como un dios antiguo acariciado por el sol, mientras que Adelaida está frente a la pantalla luminosa de su ordenador como una poseída que reverencia a un extraño todopoderoso.
Sin embargo la relación entre ambos a lo largo de ese verano se va a ir estrechando poco a poco y, gracias a mordiscos varios, curaciones necesarias del cuerpo y el alma y otras experiencias entre lo tierno y lo surrealista, los dos se van a encontrar viviendo un presente lleno de pelos gatunos y pelirrojos. Además, ¿para que se necesita un despertador digital si se tiene uno biológico infalible?
Así la relación de nuestros dos protagonistas enriquece a ambos a lo largo del libro…Bueno, a Adelaida si la enriquece; la opinión de Coco se la guarda para si mismo, que un gato es mucho gato.
Y es que hay que hacer caso a los gatos o al gato en esta ocasión, dejarse de inseguridades, de liarse la cabeza pensando en el futuro, de filosofías que no nos llevan a ninguna parte y empezar a dar de comer a nuestro felino lo que le gusta, jugar con él más a menudo y acariciarle siempre que le apetezca porque ya se sabe que él es el dueño de la casa y nosotros solo pagamos la renta. O, como dice más líricamente Eire en la entrevista que se encuentra en la web de RTVE: “ellos quieren que se les trate con respeto, amor y atención. Ese lenguaje es universal”.
Temas universales y gato para todo. ¿Qué miau se puede pedir?
(¡Huuuuuy, que chiste más malo! Menos mal que mi gato no sabe leer…espero, porque si no esta noche me deja sin cenar).
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