Antes de “Adiós”, Paco Cabezas y Mario Casas colaboraron por primera vez en “Carne de neón” (2011), un thriller urbano con toques de comedia negra que no acabó de aprovechar las potencialidades de un guion del propio Cabezas que pudo dar más de sí. En estos ocho años de interludio, Cabezas no ha estado precisamente quieto, tanto en el mercado en español –guiones para «Aparecidos», que también dirigió, “Sexykillers: morirás por ella” y “Spanish movie”– como especialmente fuera de nuestras fronteras, dirigiendo a Nicolas Cage en “Tokarev” para la pantalla grande y diversos capítulos de series televisivas como “Penny Dreadful”, “Into the Badlands”, “Dirk Gently: agencia de investigaciones holísticas”, “The Alienist”, “Fear the Walking Dead”, “The Strain” y “American Gods”. Cabezas regresa ahora a España con otro thriller, esta vez en Sevilla y con una historia ambiciosa que bien podría tener salida en el mercado internacional.
Juan (Casas), convicto por un delito que no cometió, consigue el tercer grado. Fuera le esperan su esposa Triana (Natalia de Molina) y la pequeña Estrella (Paulina Fenoy), que recibirá la primera comunión. También le espera el clan familiar, los Santos: una matriarca (Mona Martínez), un tío (Vicente Romero) y aquel hermano por el que se comió el marrón carcelario, Chico (Mauricio Morales), que desean que Juan arrime la espalda para sacar a la familia de la situación actual, marginados en Sevilla tras ser desposeídos de su zona de influencia. Y es que los Santos, como los Fortuna o los Taboa, se dedican a asuntos nada limpios y sobreviven al margen de la ley; si acaso, la justicia la aplican estos clanes entre sí y con la connivencia de una policía que hace la vista gorda o prefiere no meterse en los barrios que controlan estos clanes (las Tres Mil Viviendas, por ejemplo). Pero cuando la tragedia afecta a Juan y Triana, que pierden a su hija en un accidente de tráfico, ligado de alguna manera al asesinato de unos rivales rumanos de los clanes locales, la búsqueda de esa justicia, de venganza pura y dura, se abrirá camino. En medio del meollo, y en paralelo al drama de esos padres en busca de respuestas, estarán Eli (Ruth Díaz) y Santacana (Carlos Bardem), policías que investigan el asesinato de los rumanos y que verán cómo las cosas se complican, a la vez que se trata de ocultar una red de corrupción entre las fuerzas del orden.
Estructurada en tres actos, casi como si de una obra teatral (¿de Federico García Lorca?) se tratara, la película de Cabezas, con de José Rodríguez y Carmen Jiménez, nos lleva a una Sevilla a menudo nocturna y muy parecida a la diurna (y ochentera) que retratara Alberto Rodríguez en «Grupo 7» (curiosamente, también con Mario Casas de protagonista, entonces en el lado gris de la policía). La oscuridad tiñe los barrios alejados de la Sevilla alejada de postal turística, con clanes mafiosos que no dudan en disparar a matar, con códigos de justicia propios, con mucha dureza en cuanto al retrato de la marginalidad social (en especial con las drogas) y también con una mirada nada complaciente sobre la redención. Quiera o no quiera, Juan se verá obligado a volver a recorrer los senderos de la violencia y el crimen, esta vez para encontrar a los culpables de la muerte de su hija, cuya ausencia es demasiado dolorosa. Triana deberá lidiar con el apoyo a su marido y la necesidad de encontrar consuelo al margen de un clan violento como los Santos. El poder de la sangre familiar es superior a la razón y la ley, como también descubrirá Santacana en relación a su hijo Nando (Pablo Gómez-Pando), también policía, y los chanchullos que tiene con su jefe Barroso (Sebastián Haro).
Quizá el principal problema que tiene «Adiós» es que quiere abarcar demasiado en un filme de casi dos horas (que se hacen algo largas precisamente por ello). Se subsana esto en parte gracias a un crudo tono negro en general bien planteado y que aporta una enorme solidez a la trama, que en cierto modo evoca series como «Gigantes» (Movistar+): como en esta, el filme trata la crudeza y la violencia constantes, la lucha de clanes mafiosos nada glamurosos y los muchísimos grises entre los policías (de la más idealista Eli al pragmático Santacana, pasando por el viscoso Barroso). La fotografía de Pau Esteve Birba (ganador de un Goya por el trabajo realizado en «Caníbal» en 2014) es otro de los alicientes de la película, junto a una selección de canciones de flamenco que el espectador reconocerá (por ejemplo, una versión de “Me quedo contigo” de Los Chunguitos a cargo de Rocío Márquez y que no tiene nada que envidiar a la reciente de la ubicua Rosalía) y que acompañan el filme en sus secuencias más íntimas, aquellas relacionadas con el dolor de una familia por la pérdida de una niña.
Mona Martínez como la matriarca de los Santos llena también la pantalla en prácticamente cada secuencia en la que aparece (valiéndose de frases quizá manidas pero muy poderosos como «ustedes no saben de lo que es capaz una madre»), del mismo modo que Casas y De Molina, haciendo méritos (sobre todo el actor gallego) con un deje sevillano que llamará la atención a los habitantes de aquellos pagos, interpretan con aplomo sus roles torturados. Carlos Bardem y Vicente Romero convencen con sus papeles, así como Ruth Díaz, que ya destacó en otro thriller reciente, «Tarde para la ira» (Raúl Arévalo, 2017). En el aspecto interpretativo no se puede decir que este filme no destaque y probablemente le caerán varias nominaciones en los próximos Premios Goya 2020.
“Adiós”, para ir concluyendo, demuestra la versatilidad de Paco Cabezas tras la cámara y certifica que el cine de género negrocriminal en español no tiene nada que envidiar al de otros países: desde «La isla mínima» (Alberto Rodríguez, 2014), si no un poco antes, vivimos una particular edad dorada. Los excesos argumentales en el tercer acto y un cierto deseo de abarcar demasiado puede que le pasen factura, pero la película, en su globalidad, destila una calidad innegable y en diversos apartados, especialmente el técnico. Hay mucho talento en un filme en el que el dolor, la venganza, la justicia y, en última instancia, el amor de unos padres, se plantean con solidez.