Ariadna, novela de Jennifer Saint, nos lleva a la antigua Creta, a sus mitos y leyendas, a sus terrores y sacrificios. La novela de mitología y fantasía oscura ha sido publicada por el sello Umbriel.
La historia nos lleva a la vida de Ariadna, princesa de Creta y testigo de la inquina de los dioses. Ella crece bajo el amor dorado de su sala de baile, pero también lo hace sobre el terror y el reclamo que nace bajo sus pies, en un horrendo laberinto en el que habita su hermano, el Minotauro, un monstruo usado por su padre Minos para demostrar su poder inquebrantable y dictatorial.
Ha pasado un tiempo desde que una lectura me ponía tan rabiosa. Sí, me he encontrado con novelas que tenían aspectos de drama, de dolor, en momentos puntuales. Pero con Ariadna me he encontrado con un sentimiento constante de horror, de espanto, de coraje. Porque conozco la historia de Ariadna. Incluso sin el minotauro, sin Teseo, sin dioses ni reyes, la conozco. La historia de una mujer considerada un objeto, una muñeca fácilmente maleable por el género masculino, que solo sirve como objeto decorativo, objeto de deseo, objeto reproductor. Objeto, objeto, objeto.
La novela nos lleva por la frustración, la furia, la exasperación y la desesperación constante que sufren las mujeres al ser considerados sujetos pasivos en la sociedad, siempre a la espera de que un sujeto activo, los hombres, nos utilicen como bien les parezca. Es difícil no conectar con ella o con todas las mujeres con las que ella misma empatiza y sufre en algún momento de la historia.
Saint hace un trabajo extraordinario mostrando los claroscuros de la vida de Ariadna y de su hermana Fedra, de cómo se enseña a las mujeres a vivir el conflicto entre ellas en lugar de alimentar la sororidad; de cómo la culpa de todo siempre es de ellas ellas, sin importar si cometieron activamente la afrenta o si eran víctimas. Son las que reciben el castigo, la represión y el confinamiento.
La sororidad, el camino para avanzar
Ariadna nos comparte los relatos de Medusa y de Pasífae, tan distintos entre sí como semejantes. Medusa, una sacerdotisa de Atenea que fue violada en el templo por Poseidón. Ante la afrenta que eso supuso para Atenea, diosa virgen, castigó a la sacerdotisa. Convirtió su cabello en un nido de serpientes y su mirada una maldición. Pasífae, madre de Ariadna y reina de Creta, fue maldecida con una atracción hacia el toro de Creta, que fue enviado a Minos para que fuera sacrificado a los dioses pero que él decidió esconder, creyéndose más listo y superior a cualquier dios. Así fue convencido el medio hermano de Ariadna, el Minotauro. En ambas mujeres, ellas fueron víctimas de los pecados de otros, responsabilizadas y castigadas a causa de las acciones de otros, usadas como armas arrojadizas y símbolos de vergüenza.
Nos señalan a Medusa como un monstruo vil y rabioso y a Pasífae como una indecente que se hunde en su silencio y depresión. Ariadna las compara, pero la realidad es que son más similares de lo que la historia nos intenta retratar. Comparten el dolor, el abandono, la soledad y la desgracia. Comparten vivir en un mundo machista donde ellas apenas son útiles de guerra. De la misma forma en que Ariadna y Fedra, por muy dispares que se nos muestren en carácter y deseos la una de la otra, son muy parecidas y las une más de lo que piensan.
Toda la novela parte de ese sentimiento de desvinculación por parte de Ariadna con sus semejantes. Comprende el dolor de las otras mujeres, pero no lo interioriza. No al principio. Son los años, la experiencia de ver a su madre apagarse, de verse abandonada, de confiar y verse traicionada, de hablar y empatizar con los relatos de otras mujeres que la historia nos muestra el sendero de la sororidad que establece Ariadna, cuyo objetivo se convierte en crear un mundo seguro para otras como ella, para niñas y niños indefensos ante aquel juego de guerra y poder.
Creta, Atenas y Naxos están representados con mucho mimo y los personajes están creados al detalle. No hay ni uno que se encuentre sin defectos, aunque canónicamente algunos de ellos pueden haber llegado a nuestros oídos como seres dechados de virtudes. sí, destaco el ellos en ese aspecto. Lo que hace tan cruda, tan cercana y tan doliente la novela es que puedes conectar con ellas por lo reales que parecen sus voces, sus historias y sus luchas.
No voy a entrar en mucho decir mucho más sobre la trama, los personajes y los significados que encierran en palabras de Saint. Quienes conozcan los mitos de Pasífae, Ariadna y Fedra, bueno, ya saben por dónde van los tiros la historia. A los que no, les guardo la sorpresa.
Ariadna supone una novela que se sumerge en conceptos como la sororidad, la empatía y la búsqueda de la seguridad y el libre albedrío. Me gustaría decir que es un libro que recomendaría a todo el mundo, y en parte lo hago, pero antes tengo una advertencia. Es una lectura dura, que te rompe e indigna, que despierta la cólera, la tristeza y las cicatrices.