En este sentido, "Baby Driver"(2017, Edgar Wright) nos ofrece una trama y un desarrollo muy convencionales, propios del género criminal, con tintes románticos y épicos, y un ritmo frenético constante con pequeñas pausas dramáticas. Su sinopsis no apela a nada nuevo, y si no tuviéramos a mano un tráiler de la película, no sabríamos diferenciarla de otras del mismo género, mil veces disfrutadas pero cuyas coordenadas están demasiado transitadas.
Sin embargo, "Baby Driver" tiene algo más, un punto de fascinación que descansa sobre todo en su puesta en escena, tanto visual como sonora, y que compite en ritmo y protagonismo con otras creaciones de tinte criminal. Por supuesto, esta mezcla de clásico thriller de acción y enloquecido musical está cosida con no pocas puntadas torcidas, que no siempre dejan el corte impecable, pero aún así no deja de ser un ejercicio disfrutable de innovación relativa que rara vez hemos podido siquiera entrever.
Wright, como realizador y guionista de la cinta, intenta algo casi imposible y sale airoso. El espectador agradece el intento, y al menos durante la primera mitad de la película, la ilusión de asistir al estreno de algo diferente domina sobre todo lo demás. Esta sensación se diluye un poco durante la segunda mitad, con un protagonismo casi absoluto de la acción trepidante y el desesperado drama romántico, que ahoga al delicioso punto cómico y musical que sobrevuela al principio.
"Baby Driver", como puro producto de entretenimiento, funciona a las mil maravillas. No deja minuto de respiro al espectador, algo que por otra parte seguramente no buscaba al elegir este estreno. Uno sale del cine convencido de haberse divertido, y con la sensación de haber visto algo emocionante y distinto de lo habitual. Pero también es imposible evitar pensar que tanto el reparto como la historia en sí están algo desaprovechados y tienden al caos, más que a enmarcarse en una estructura definida.
Kevin Spacey, Jamie Foxx y Jon Hamm están solventes; no es para menos, con el talento que atesoran, ya de sobra demostrado. Pero sus papeles no terminan de encajar del todo, de ser coherentes consigo mismos y el criminal y despiadado entorno en el que se mueven. Aquí también se manifiesta claramente ese cambio de tono global en cuanto se atraviesa el ecuador del metraje. Los tres reaccionan a los acontecimientos de forma totalmente inesperada, "casualmente" para ceder protagonismo a los personajes interpretados por los jóvenes Ansel Elgort (Baby) -espectacular, apunten este nombre para el futuro- y Lily James (Deborah) -versión edulcorada de la pareja protagonista de "Amor a quemarropa" (Tony Scott, 1993), de la que es fiel reflejo la otra pareja de la película, la criminal, formada por Hamm y Eiza González– un dúo trágico cuyo amor transciende y supera a todo, como si fuera capaz de detener las balas en medio del infierno.
Si algo me ha desagradado bastante es el final, que por supuesto no relataré aquí. En mi opinión, ahí Wright no ha estado a la altura de las circunstancias y ha optado por no desairar al espectador, cuando ya lo tenía ganado por una apuesta arriesgada y relativamente solvente.
Si bien hay temas a discutir en el guion y el planteamiento de la trama, como ejercicio de estilo visual y musical "Baby Driver" es una maravilla que incluso logra disimular las carencias que señalaba. Y que conste que no hablo de fuegos de artificio para distraer al espectador, sino de auténtico talento artístico. En ese aspecto, la película logra destacar, e imprimir originalidad y otra dimensión a una trama por lo demás arquetípica. Wright ha hecho todo lo posible por agradarnos… y creo que lo ha conseguido.