¿Es “Bajo cero” de Lluís Quílez (Morena Films, Amorós Producciones, Televisión Española, ICIC, 2020) ese magnífico thriller que parecen reflejar sus increíbles números en Netflix?
Estrenada el 29 de enero, leo que se convirtió en la película más vista en la plataforma digital en todo el mundo, que la crítica la saluda como un film impecable, de sólido guión, gran tratamiento de personajes, escenas de acción muy conseguidas, etc. Y si… pero no. Sobre todo lo del “sólido guión sin fisuras”. Quizás si la hubiese visto en una gran pantalla (¡qué traidora me siento viendo películas de estreno en la tele de mi casa, leñes!) estuviese más de acuerdo con algunas críticas pero, aún así, yo no logro ver el extraordinario largometraje que otros ven.
Por partes.
Hay que reconocer que la sinopsis del film es de lo más estimulante:
“En una noche helada de la meseta española, en una carretera despoblada, un furgón de la Policía Nacional trasladando presos es asaltado de forma brutal. El conductor sobrevive mientras sus compañeros desaparecen en la niebla que los circunda. Atrincherado en el furgón, mientras los presos buscan la manera de eliminarle y escapar, una voz se revela. Quiere a uno de los reclusos y no se detendrá ante nada hasta que se lo entreguen”.
Por supuesto, estamos ante una película de intriga que se imbrica en una corriente que últimamente tiene muchos ejemplos en la filmografía nacional.
Aquí tendría que hablar de los grandes thrillers (¿se escribe así en plural?) creados en estás dos últimas décadas del cine español. Yo empezaría citando “La caja 507” (2002) de Urbizu, maestro donde los haya (la serie “Gigantes” (2018-2019) de Movistar es enorme y feroz como su título, y… ¡mierda, otra vez citando a las digitales!) pasando por “Celda 211” (2009), que es sin duda una de mis películas favoritas con ese Luis Tosar que se sale por las costuras o “Que Dios nos perdone” (2016), traumática y excelente experiencia de Sorogoyen, acabando con otras no tan deslumbrantes pero si más recientes como la fallida “Cuando los ángeles duermen” (2018) de Gonzalo Bendana o la más sólida “Quien a hierro mata” (2019), del RECiclado Paco Plaza con Luis Tosar otra vez (un día hablaré de lo mucho, mucho, mucho, mucho que admiro el trabajo de este hombre). Y podría seguir en plan historia del cine pero no íbamos a sacar más en claro.
Por mucho que estemos ante un momento de numerosas aportaciones de thriller español a la cartelera eso no quiere decir que estemos ante un panorama brillante del mismo ya que muchas de estas películas, en mi humilde opinión, salen del examen con un cinco justito.
Vamos, que Islas Mínimas (La Isla Mínima, Alberto Rodríguez, 2014) en estos últimos tres o cuatro años hay pocas.
Saco a colación el film de Rodríguez porque en ese trabajo Javier Gutiérrez, protagonista también de la película que ahora comentamos, está que se come la pantalla pero aquí, por más que cumpla su papel de nuevo con acierto, da la impresión de estar desaprovechado. Todo ello por un guión demasiado moroso que deja a la imaginación del espectador rellenar los huecos que sus creadores (uno de ellos el propio director) no han sabido o no han querido rellenar. Y que no me salga el director con ese «a buen entendedor con pocas palabras bastan» que ha dado en alguna entrevista. Parece el consejo de un torturador a su víctima antes de empezar la faena. Una forma de justificar lo injustificable. Quizás haría bien en no dejar caer que algunos de su espectadores son incompetentes… Es una opinión.
A ver… No es que las ideas sean malas.
Las presentaciones de los personajes, se ve a posteriori, son bastante simbólicas, sobre todo en cuanto se refiere a los tres grandes protagonistas, Karra Elejalde, Javier Gutiérrez y Luis Callejo. Este último seguramente es el personaje mejor definido de toda la película, que crece según esta se desarrolla y llega a un final comprensible sin necesidad de que repasemos el argumento a ver si nos hemos dejado algo atrás. Porque ese es el mayor “pero” de la película el “¿pero esto salía en alguna parte?”.
Vale que en «Bajo cero» Luís Quilez quiera hacer paralelismos entre los personajes de Javier Gutiérrez y Karra Elejalde, vale que haga quiebros en el guión para hacerlo más sorprendente, vale que las relaciones entre los personajes estén muy bien definidas, vale que nos lance a las retinas un bambi de vez en cuando para hablarnos de la inocencia perdida, vale ese frío que cala (metafórica y literalmente) hasta los huesos, pero nada de esa estructura, tratamiento y ambientación sirve si hay faltas en el guión. Y las hay.
Luis Quílez
Hay escenas que me han confundido muchísimo pero que revelarlas aquí son spoilers seguros así que lo dejo para otra vida…aunque hay un agujero tan grande que tengo que comentarlo aunque sea de puntillas.
Las escenas de acción están muy bien filmadas, si, y la intriga crece hasta la escena final, bien. Pero… a ver, sobre esa larga escena, primero, si el agua está helada y hace un frío madrugador de tres pares de narices, llevar ropa mojada produce hipotermia. Ahí lo dejo. La lógica es la lógica. Segundo y más importante, las revelaciones en plan “fíjate como son las cosas” tienen que tener también una lógica detrás y esa lógica, aquí, brilla por su ausencia, es decir, no aparece en toda la película y yo no tengo que suponer, que tal vez, quizás, puede ser, que para eso existe un guión, leñes.
Así pues todo el gran trabajo actoral de los protagonistas y los reclusos del furgón (todos muy bien en su papel, lo dicho), incluido al “aquí hay más de lo que parece” Patrick Criado (cada vez más alejado de la dichosa “Aguila roja”), se ve lastrado por un guión que no acaba de cuajar todas las ideas que bullen por las cabezas de sus forjadores, quedándose algunas por el camino y búscalas con linterna.
Puestos así, yo le daría un bien alto por las intenciones, la plasmación (me quedo sobre todo con todo el viaje en el furgón), y los actores, con ese metafórico viaje de la oscuridad a la luz donde se revelan los monstruos que habitan en nuestro interior y con esa lección (oscura de nuevo) de que si lo legal falla solo queda un camino para la justicia.
Y, para acabar sobre «Bajo cero», solo un apunte más. Señor Quílez, hacer un homenaje efectista a Verhoeven es solo eso, efectista. De verdad. Y, en ese punto, creo que solo se ríe usted.Aunque no tiene porque hacerme caso. Quizás es que mi escena favorita de los dos Robocop del holandés es diametralmente distinta de esa y concluye con un «solo somos humanos». Pues eso.
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