Hay libros que, a pesar de la experiencia que se pueda tener o las ideas preconcebidas, te sorprenden. Esa sensación de ilusión, de hallazgo, ante cada nueva idea, giro o puñado de páginas, es indescriptible. El terror no es ajeno a esa sensación pero, como casi todo, es un género que se nutre de modas, de tendencias. «Bajo el barro» de Rubén Sánchez Trigos y publicada por el sello de bolsillo de Planeta, Booket, es una novela de terror tan excelente como sorprendente, y ese no es un fenómeno demasiado común. Y ahora, el gran milagro: ¿soportará durante 600 páginas la idea de un malvado Pasaje del Terror ideado por unos adolescentes en el que la gente desaparece?
(Spoiler: Si, lo consigue).
El argumento.
Cuando Rebeca dejó la colonia Monte Laurel pensó que también dejaba atrás lo peor de su adolescencia: el sobrepeso, el bullying, el recuerdo de su madre fallecida. Ahora, cuatro años más tarde, no puede creer que tenga que regresar al lugar en el que tanto daño le hicieron y verse obligada a participar en el juego que su hermano y dos chavales más han construido en el instituto: un inocente pasaje del terror de resultados, sin embargo, inexplicables.
Quienes lo han probado ya no han vuelto a salir.
Nadie sabe qué pasa tras aquella puerta, pero todos los vecinos quieren confirmar el rumor que se ha extendido por toda la colonia: el pasaje sabe algo de todos ellos, de cada vecino, incluso lo ya olvidado, aquello que fue enterrado bajo el barro para que nunca más volviese a emerger a la superficie.
«Bajo el barro» es una novela de terror. Pura y dura. No hay medias tintas, ni giros que la hagan virar hacia el thriller. Nada de ese estilo. Es una novela de terror con mayúsculas, desde la primera página hasta la última. Para conseguir esa tensión durante toda la extensión, además de tener las ideas muy muy claras, Sánchez Trigos hace uso de una excelente narrativa y de una planificación milimétrica. «Bajo el barro» es, ante todo, una novela muy bien escrita. Cada frase, cada diálogo, su estructura en capítulos cortos dentro de unas divisiones mayores, alguno de sus juegos metanarrativos y un poder de evocar sensaciones con apenas una ideas y unas buenas elecciones de palabras. Su manera de narrar es cinematográfica, visual, y eso ayuda a la inmersión y al ritmo.
Tan sencillo y tan complejo como eso.
Mientras la estás leyendo ya percibes, de manera casi subconsciente, de que se trata de un texto muy trabajado y pensado. Cada idea, cada información, giro o cambio de narrador, están colocadas de manera puntual y precisa en el texto, construida de esa manera para provocar una respuesta en lector. Casi podría aventurarme a decir que la extensión de cada capítulo está planificada de esa manera.
Por otra parte, «Bajo el barro» hace uso de todos los mecanismos a su alcance para que la novela avance. A pesar de su extensión (casi 600 páginas… y supongo que algunas más que se quedaron en la edición) la novela mantiene la intensidad durante toda la extensión y a unos niveles muy altos. Casi no hay altibajos, «Bajo en barro» comienza en alto y termina más arriba aún. La narración tradicional en tercera persona, con Rebeca casi como protagonista absoluta, se entremezcla con fragmentos de revistas, libros, transcripciones policiales y de reportajes para televisión e incluso de grabaciones y chats de redes sociales. Todo un manejo de situaciones que abren puertas, aportan contexto y dan visos del discurrir de la historia. Sánchez Trigos se adapta a cada estilo: si es un artículo periodístico utiliza un lenguaje afín, si se trata de recreaciones o transcripciones saca un perfil casi de guionista, para acotar la escena y los diálogos. Una colección de elementos inmersivos que encajan a la perfección con el tono de la novela y tienen un alto valor narrativo.
«Bajo el barro» es una de las mejores novelas de terror del año. Una historia potente, llena de referentes pero con una marcada personalidad propia, donde brilla un talentoso escritor como Rubén Sánchez Trigos. Novela extensa pero que se lee con un ritmo veloz, muy bien planificada, pensada y ejecutada.
La galería de personajes aporta la variedad suficiente para no desgastarse con el transcurso de las páginas pero no resulta inabarcable. El autor podía haber caído en la trampa de querer retratar a toda la población de la Colonia Monte Laurel, a semejanza de Stephen King con su Maine, Derry o cualquier ciudad de sus novelas, pero Sánchez Trigos hace uso de aquellos personajes que necesita, tanto protagonistas como secundarios, los justos para que la novela tenga entidad y que Monte Laurel y los hechos ocurridos sean creíbles.
La propia Monte Laurel crece durante la narración como un personaje principal más. La contextualización de «Bajo el barro», dentro de las estructuras sociales de la España de finales del siglo XX y XXI, resulta esencial, retratando con precisión esas ciudades que nacen pegadas a las grandes capitales, llenas de personas de distinta índole, con sus propias normas, leyes… y leyendas, que terminan fagocitadas por la gran urbe cercana. Las parte social no termina ahí y dedica buena parte de su texto a problemas tan silenciados (aunque parezca lo contrario) como el acoso, maltrato y violencia escolar, la homofobia, la xenofobia, el papel de los centros educativos en la sociedad, la religión, la familia… todos esos temas tratados desde la cercanía y con una pulcritud lejana al morbo, con una intención clara y directa de describir nuestros miedos desde esos puntos de partida.
El terror y los miedos.
«Bajo el barro» es, como decía, una novela de terror. Y como tal, no es ajena a los propios códigos del género aunque posee una potente identidad propia. Sólo hace falta echar un ojo a la biografía de Rubén Sánchez Trigos para comprobar que es un experto en los códigos y fuentes del terror cinematográfico y, por extensión, literario. Hablar de Stephen King como referente no tiene mucho mérito, pocos autores son ajenos a esa tremenda influencia, pero se perciben retazos de otros autores como Paul Tremblay, Joe Hill o toques de un comedido Clive Barker. En la propia estructura de la novela se perciben detalles típicos del terror como pueden ser las «normas» (hay que tocar tres veces la puerta del pasaje para entrar…) y un tono y ritmo general inconfundibles.
No todo es tan clásico en «Bajo el barro» y, partiendo de un inicio que puede recordar a un ejercicio de Pesadillas de R.L. Stine con mala leche o un episodio de The twilight zone, se va llenando de una extrañeza, de una oscuridad, que la emparenta con los creepypastas actuales, llevándola al abyecto terreno de un Channel Zero de Nick Antosca. Puro aire fresco y actual. En esa mezcla de actualidad y clasicismo es donde «Bajo el barro» ancla su propia, terrorífica y oscura identidad.
No es ajena a corrientes modernas (o no tan modernas, ¿os acordáis de los ladrones de cuerpos?) del terror cinematográfico con temas como la pérdida de identidad que hemos visto en las películas de Jordan Peele «Get out» o «Us» o esos castigos ineludibles frente a comportamientos, a nuestros miedos al fin y al cabo, de «It follows».
«Bajo el barro» también tiene, como no, coletazos de la fase adulta del «It» de Stephen King o de «El visitante» pero su parte centrada en Monte Laurel nos lleva a casos de leyendas urbanas y mitología urbana como «Candyman» o «Pesadilla en Elm Street».
Los referentes y su ceñido papel al género de terror pueden hacer que, para conocedores del género, se reduzca parte de la sorpresa de su tramo final, pero no le resta ni un ápice de interés. Tramo final, por cierto, que se convierte en un auténtico tren de la bruja, un pasaje del terror, con resonancias del cine de James Wan como la saga Insidious, la enorme «Verónica» (en la que Sánchez Trigos colaboró) y una manera de describir situaciones que llevan a escenas de «REC».
Hay mucho y muy buen terror en «Bajo el barro», literario y cinematográfico, pero tratado desde un respeto y un cariño, ajustando el ritmo perfecto entre ideas propias y recicladas, que le hacen adquirir una potente y oscura personalidad propia.
En resumen.
«Bajo el barro» es una de las mejores novelas de terror del año, al menos de las que han desfilado por mis manos. Una historia potente, llena de referentes pero con una marcada personalidad propia, donde brilla un talentoso escritor como Rubén Sánchez Trigos, que espero que no deje pasar tanto tiempo para una nueva incursión en la ficción (su anterior novela, «Los huéspedes», data del 2008).
Comenzaba la reseña hablando de sensaciones y experiencias y quizás «Bajo el barro» me ha gustado tanto porque, con su lectura, me he sentido transportado a otra época de mi vida. Una etapa en la que me refugiaba en viejos libros de bolsillo, de tapas rojas y letras céreas, de cierto autor de Maine, que me acompañó durante toda mi adolescencia (y lo sigue haciendo). Esa sensación de intriga, horror y maravilla al pasar cada página, al detenerme en cada idea, que tenía hace años, me acompañó durante la lectura de «Bajo el barro».
Una extensa novela (600 páginas) pero que se lee con un ritmo veloz, muy bien planificada, pensada y ejecutada. Pese a su marcado acento en el terror, es una novela que se deja leer por cualquier lector que soporte cierta oscuridad y se atreva a sumergirse en sus páginas.
No hace falta llamar tres veces a la portada…
Podéis comenzar a leer «Bajo el barro» desde el siguiente enlace.