El pasado mes de mayo llegaba a librerías de la mano de La Galera “Bajo el metal”, la primera novela de la joven autora abulense Irene Morales, a la que antes pudimos leer en antologías como “Iridiscencia” o “Maldita la gracia”.
Su primera historia en formato largo nos sitúa en el Japón de 2304, concretamente en la ciudad de Tokio, que se ha convertido en un desierto de acero y neón estrictamente dividido por castas. La más alta gobernada por el Emperador Nakahara, mientras que la yakuza se ha hecho con el dominio de los bajos fondos.
En medio de unos y otros, rozando en muchas ocasiones la ilegalidad, se encuentra el Katowl, un taller donde tres afamados mecatrónicos, Hotaro, Ishiro y Nanase, trabajan para una u otra casta sin importarles de que tipo de encargo se trate.
O así es hasta que el jefe de la yakuza les propone reparar y actualizar a Akaashi, el último neómano del país, un androide fuera de la ley al que pretende subastar entre las altas esferas. La recompensa es tan alta que les permitirá incluso subir de casta, pero el riesgo iguala o supera al beneficio.
Especialmente cuando Hotaro, encargado de arreglar al neómano, se da cuenta de que hay una línea muy fina entre el humano y la máquina, y empieza a desarrollar sentimientos hacia Akaashi. Pero un solo paso en falso podría llevar a la destrucción no solo de su taller, sino de toda la ciudad, pues el enigmático androide se encuentra en medio de una lucha de poder que podría estallar en cualquier momento.
Un romance más que humano
Después de leer la contraportada de “Bajo el metal”, algo distinta a mi propia sinopsis, esperaba encontrarme con una historia diferente. Un libro apocalíptico, donde la destrucción y la lucha descarnada por el poder fuesen los auténticos protagonistas. Y, en cierto modo, esto también lo encontré, pero no es para nada lo más importante. Porque estamos, a mi entender, ante un romance. Con un contexto de ciencia ficción, sí, en una ambientación muy bien lograda y con una subtrama cargada de misterio, traición y vueltas de tuerca inesperadas. Pero un romance al fin y al cabo.
Uno muy, muy bien escrito. Gracias a unos protagonistas tan bien desarrollados que enseguida enamoran al lector. La amabilidad e ingenuidad de Hotaro contrastan poderosamente con el enigmático silencio lleno de secretos de Akaashi, su inteligencia e inesperada humanidad. Los dos tienen una química irresistible, que demuestran en cada una de sus interacciones. Pocas veces había leído unos diálogos capaces de dejarme sin aliento, con el corazón acelerado y ganas de saber más, más y más. La tensión sexual entre ellos ha mantenido a mi fangirl interior a pleno grito durante casi toda la novela y su relación es, en pocas palabras, el pilar indiscutible de “Bajo el metal”.
Subtramas de luces y sombras
Pero hay mucho más escondido en esta novela. El resto de personajes no se quedan atrás. Cada uno con sus motivos, se retuercen en una maraña de luces y sombras que refleja como pocas veces he visto la dicotomía del ser humano. ¿Quién decide sobre el bien y el mal? Cuando todos guardan sus secretos, ¿en quién puedes confiar? Claro que no te hará falta la confianza para amarlos a todos con locura. Nanase, Ichiro, Karma, Sen; ninguno de ellos te dejará indiferente en el inmenso tablero de traiciones, mentiras, venganza y juegos de poder que es el libro con sus diferentes subtramas, cada una más interesante que la anterior y que confluyen en un final explosivo.
En medio de todo ello, Irene Morales aprovecha para arrojarnos algunas reflexiones sobre lo que nos hace humanos, nuestra relación con la tecnología, el cuidado del planeta y sus recursos o el clasismo, entre otras.
Worldbuilding inmersivo, técnica perfecta
Pero “Bajo el metal” no cuenta solo con un gran desarrollo de personajes y uno de los mejores romances del año. Su ambientación es otro de sus puntos clave. El Japón futurista al que nos invita la autora, una mezcla de pureza y suciedad, bondad y corrupción, calor sofocante y noches de lluvia, no solo es el contexto perfecto para la historia y sus personajes. El worldbuilding te hace sumergirte al instante en esa sociedad de contrastes que resulta, en ciertos aspectos, reflejo de la nuestra. Y enseguida te encontrarás paseando por los barrios bajos de un Tokio tan terrible como hermoso.
Los diálogos son sencillamente magníficos, el misterio está bien contenido, desvelándose a cuentagotas hasta el final, y las tramas quedan cerradas de forma más que satisfactoria.
Por ponerle una pega (y esto es más a tenor personal), me hubiese gustado un epílogo algo más largo, pues, aunque sabes qué ha sucedido con todos los personajes, su vida posterior al desenlace me ha sabido a poco.
Una edición a la altura de la novela
Finalmente, debo hacer mención a la edición de La Galera. La maravillosa portada es obra de Evo Estudio. Ese brazo de androide y el acabado metalizado de las letras contribuyen a sumergirte en la historia nada más verla. La maquetación está cuidada, y, aunque se ha colado alguna errata menor, se nota que la editorial ha puesto mimo en la novela.
En definitiva, “Bajo el metal” es una pequeña joya. Realmente resulta difícil de creer que estemos ante una primera novela. El nivel de la trama, el desarrollo de personajes y de su universo nos hablan de talento y experiencia. Y, permitidme fangirlear un poco, Hotaro y Akaashi son una de las mejores parejas que he leído en mucho, mucho tiempo (preparaos para el crush con el neómano porque se las trae).
Lo que yo no entendí es que si Hotaro y Akashi son chicos los dos o uno es chica. No me lo dejó muy en claro, por que le tratan como chico pero en una parte le dicen muñeca.