¿Cómo llegué a esta conclusión? Viendo el reflejo historiado del peculiar carácter del barón, mucho más turbio que el aceptado generalmente y que aparece reflejado en su propia biografía (“El avión rojo de combate”, editado en 2013 por Macadán Libros), y que casi presentan como una especie de superpoder premonitorio. En los dos tomos precedentes, ese talento aparecía de forma anecdótica; pero en éste adquiere un inesperado protagonismo que considero improcedente. No obstante, la explicación de por qué pinta su aeroplano de rojo es histórica y da cabida a la excentricidad más conocida del barón.
En fin, que Pierre Veys se ha permitido grandes libertades tanto con los acontecimientos históricos como con el final de esta figura de la aviación de guerra y eso me causa cierto disgusto. Aunque… reconozco que me ha sorprendido. Es lo que tiene el saber cómo termina la historia en principio y que me rompan el esquema. Así y todo, me resisto a pensar que esta saga termine de esta manera, y menos cuando se puede encontrar una excusa para extender la serie, pues… ¿No sabíais que fue herido el 6 de julio de 1917 en la cabeza? ¿Y que, aun así, siguió volando? Lo malo es que en ese momento pilotaba un Albatros D.I, y no el triplano Fokker Dr.I. Así que me da que la posibilidad de continuación está fastidiada.
Con respecto a Carlos Puerta no puedo menos que seguir quitándome el sombrero: sigue obsequiándonos con su gran dibujo hiperrealista y su color de aspecto artesanal, prácticamente pura acuarela con un toquecito digital, así como su talento para imaginar combates aéreos en una época en la que la fotografía de calidad al respecto era prácticamente inexistente. Y , como siempre, una calidad gráfica excepcional.
Y eso sin olvidar el siempre reconocido y reconocible esfuerzo documental del artista. ¡Qué detalles! Tenemos perfectamente representado el Albatros D.I (también el D.II), el primer caza alemán de superioridad aérea diseñado para medirse con los hasta entonces superiores Nieuport 11 y Airco DH.2 británico diseñado por Geoffrey de Havilland que, por cierto, también sale (reconocible por su planta motriz trasera y su peculiar armazón triangular de cola). No nos olvidemos tampoco del popular, enorme y majestuoso bombardero pesado Gotha G.V , reconocible sobre todo, además de por su peculiar tamaño y envergadura, por sus dos motores Mercedes D.IVa en línea de propulsión trasera, y que era capaz de transportar hasta media tonelada de bombas. Toda una “bañera flotante”, tal y como la denominan en el cómic.
Pero no sólo de aviones vive la documentación: ojo a la perfecta representación del obús alemán Mörser M10/16 de210 mm desarrollado por la Krupp con las ruedas con patines desarrolladas para terreno blando (pág. 17), o al carro de combate británico Mark IV , muy bien representado y descrito merced tanto al depósito de combustible situado entre las barquetas de las orugas como en la viga para su recuperación en caso de que quedase inmovilizado en una zanja, así como por su empleo con éxito en Cambrai y su doble montaje de cañones de caña corta Hotchkiss QF de 6 libras. También resulta llamativo para el lector profano el ver representadas las máscaras que usaban los artilleros de estos primitivos carros de combate para evitar que las esquirlas metálicas que saltaban hacia adentro les hiriesen en el rostro.
Y tampoco nos olvidemos de la fidedigna representación e los entornos geográficos, esta vez representados, por ejemplo, en la cuidadosa reproducción del “Hotel de Ville” de Cambrai.
Otro detalle muy bien llevado es la aparición estelar de Oswald Bölcke , considerado el padre del arma de caza aérea alemana. Aunque no han logrado muy bien el parecido.
Sólo me queda por ver cuál será el próximo proyecto de este dúo de creadores que han demostrado trabajar tan bien juntos. Y seguiré lamentando que esta saga no hubiese tenido un final más ortodoxo y un desarrollo un poco más largo. En fin… No siempre se obtiene lo que uno quiere.