Runas ha publicado en nuestro país la primera entrega de la saga Wayward Children, una novela corta de 2016 que se alzó con el ansiado tridente: los Premios Hugo, Locus y Nébula 2017. En línea con el resto de títulos de esta colección, la edición en tapa dura es de alta calidad y la mimada traducción ha corrido a cargo de María Pilar San Román Navarro.
Seanan McGuire (California, 1978) es una prolífica autora que vive en una vieja granja en la costa noroeste del Pacífico de Estados Unidos. Es autora tanto de novelas como de relatos de fantasía urbana y escribe ficción oscura con el seudónimo Mira Grant. En 2010 obtuvo el premio John W. Campbell al mejor escritor novel. Si todavía no la conocéis, sin duda este título os enganchará a su genial estilo e imaginación.
Nancy Whitman llega a la residencia y a través de sus ojos iremos descubriendo esta burbuja que se supone la ayudará y protegerá una vez cerradas las puertas a sus espaldas. Los alumnos no tendrán ningún contacto con el exterior y eso, se pupone, es bueno para ellos y ellas. Nancy es recibida, pues, y le asignan una habitación que compartirá con su acelerada compañera Sumi. También conoce a Kade Bronson, un guapo muchacho que pasó tres años en el país de las hadas.
De la mano de Nancy, el lector también va descubriendo la terminología empleada para lugares y acciones. Conoceremos a más residentes y las habitaciones que alberga la casa. Está claro que este no es el lugar que esperaba Nancy con muchachos tranquilos intentando ser curados. Actualmente lo habitan más chicas ya que son cuarenta frente a sólo tres chicos. El entorno más cercano a Nancy lo completarán las singulares hermanas Addams: Jack (Jacqueline) y Jill (Jillian).
Todos tienen en común que en un momento u otro han franqueado una puerta que les ha trasladado a un lugar fantástico ubicado entre los Puntos cardinales: Sinsentido, Lógica, Maldad y Virtud
Aquí es donde radica la belleza de este libro, en que se elabora una sublime metáfora donde la realidad estrecha la mano de la fantasía para resolver los traumas de estos jóvenes. Para ellos, esos lugares a los que fueron los consideraron su verdadero hogar. No les importaba si eran buenos, malos, neutros o lo que fuera. Lo que les importaba era que por primera vez no tenían que fingir ser algo que no eran. Les bastaba con ser. Eso era lo que los convertía en algo especial. La anorexia, las crisis de identidad, la asexualidad, la hiperactividad, los miedos,… se esfumaban en un mundo en el que encajaban.
Nadie puede decirme cómo termina mi historia salvo yo misma.
Cuando he pasado las páginas he vuelto a ver lo que significa el transcurrir de los años, las consecuencias de la pérdida de la imaginación y la frescura de la ingenuidad. De esta manera uno ya no cree en la fantasía y todo se hace más real, más gris. Esta idea no es nueva, pero aquí está tratada de una manera original al tratar con personas que tienen una fantasía desbordante y que abren muchas posibilidades.
La historia tendrá un antes y un después con el asesinato de uno de los jóvenes, lo cual provocará la sospechas de los alumnos sobre alguien a quien por supuesto amargarán la existencia. El desfile de personajes se amplía con la terapeuta Lundy, la eterna joven, y algún que otro residente. Todos ellos cimentarán la historia.
Me quedo con un cuento fabuloso que no juega con mundos ficticios tipo Narnia, sino los lugares espejo donde cada uno de los protagonistas ha vivido y a los que ansían volver, ya que en sus casas sólo encuentran rechazo e inadaptación. Esto no es un manicomio, ni estos niños están locos, pero… ¿qué pasaría si lo estuvieran?
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