Existe una tendencia general a calificar a la ciencia como un conjunto de disciplinas del saber humano que acumulan datos y conocimiento de forma metódica, precisa y medible, y los analizan con el fin de establecer conclusiones firmes sobre el mundo que nos rodea, que en ocasiones muy concretas tornan nuestro universo en predecible, o que al menos facilitan una visión sobre él que semeja mucho a la de un reloj, que se rige por movimientos arreglados por anticipado que dependen de la disposición de sus partes. Según esa visión, el universo se concibe dentro de un orden establecido, de corte determinista, donde lo que ocurra es consecuencia inevitable de una serie de variables que pueden mutar pero también ser tenidas en cuenta para realizar predicciones a gran o pequeña escala.
Según esta visión de la ciencia y del universo, los fenómenos que podemos prever se derivan de nuestra incapacidad para tener en cuenta todas las variables de algunos sistemas o de causas incontrolables, como los movimientos de la bolita de la ruleta del casino. Pero la estadística se encargaría en estos casos de establecer una idea general de las cosas, que llegarían a ser absolutamente predecibles en el momento exacto en el que pudiéramos tomar en cuenta todos los movimientos de la bolita de la ruleta -quizá debido a un aumento en la capacidad de procesamiento de los aparatos de medición-, y todo lo que podría afectarla en el medio que la circunda.
La ciencia nació con la necesidad de anticipar, de prever, de darnos un asidero fiable y facilitarnos la supervivencia material, y en ello se ha centrado durante siglos.
El pequeño ensayo “Caos y complejidad” (2019, Shackleton Books), del físico mexicano Sergio de Régules, trata precisamente del fin de esta visión determinista de la ciencia y del universo que habitamos. En el siglo XIX aparecieron fenómenos gobernados por ecuaciones simples pero cuyo desarrollo no es predecible a largo plazo, ya que su comportamiento depende de forma muy sensible de las condiciones iniciales del fenómeno. Un cambio muy pequeño en estas conduce enseguida a diferencias tan grandes que, a menos que se conozcan las condiciones iniciales con una precisión enorme, no se puede predecir el comportamiento de un sistema más allá de unos cuantos ciclos de vida. A finales del siglo XX, a esta complejidad inaprensible se la denominó “caos determinista”, inaugurando con esta definición una nueva visión de la ciencia.
A partir de entonces, el caos se introdujo por todas las grietas de la ciencia, lo que obligó a reevaluar infinitud de fenómenos y métodos de análisis. Se encontraron comportamientos impredecibles por doquier, desde un sistema formado por tres cuerpos que se mueven en el espacio en función de la influencia de sus mutuas atracciones gravitacionales, hasta el ritmo de los latidos del corazón, la economía mundial, la atmósfera y los fenómenos metereológicos en general, los anticuerpos de nuestro sistema inmunitario… El caos como concepto científico reinó durante dos décadas, y aunque no llegó a encarnar la “revolución” que se esperaba cuando se descubrió su influencia en nuestro día a día, abrió caminos que llevaron a un nuevo movimiento cultural científico (en palabras del autor de este libro), denominado “ciencia de la complejidad”, hermano del caos, y que más que una disciplina científica rígida es una postura que adoptar ante los problemas de la ciencia.
Un sistema suele denominarse (no hay una acepción canónica) esencialmente como complejo en términos científicos cuando en él existe una conexión entre escalas muy diferentes, que hace imposible desentrañarlas del todo, y que para su estudio necesita de gran número de especialistas multidisciplinares por la asombrosa complejidad de sus interacciones. Un ejemplo arquetípico lo tenemos en un estanque situado en un bosque. En él hay plancton, mosquitos, peces, otros animales y plantas… en algún momento alguien vierte un tóxico que afecta al plancton, pero que no afecta al resto de organismos que viven en el estanque. Muere el plancton y este hecho afecta a todo el sistema, pero ¿cómo? ¿Qué ocurrirá en el estanque? Si el plancton era el alimento de una especie, que a su vez es el principal alimento de otra, etc… ¿Cómo afecta eso a la vida del estanque?
Desentrañar todas las variables y consecuencias en un sistema complejo como un pequeño estanque es tarea imposible, pero aproximarse a ello requiere del análisis multidisciplinar, ya que todo en él está conectado, y cada acontecimiento marcará la vida de las especies que lo habitan. Lo mismo ocurre con otros sistemas complejos, como la evolución de la vida en una ciudad –a menudo comparada con un fractal-, el movimiento de un banco de peces, la economía mundial, la evolución general de la vida en la Tierra, etc. Incluso ciertos movimientos de protesta, como los de Hong Kong de estos días, el chileno o algunos originados en nuestro propio país.
No existe una definición rigurosa de la complejidad como tal, y por lo tanto tampoco del ámbito de su estudio, pero sí hay pautas aceptadas que permiten reconocer ambos, sacadas de este libro:
1.- Los sistemas complejos están compuestos de muchos objetos, o agentes, que interactúan a muchas escalas.
2.- Manifiestan comportamientos emergentes (el todo es más que la suma de sus partes).
3.- Se autoorganizan (no requieren autoridad centralizada ni “mano invisible” para generar orden: ¡temblad, autoridades!).
4.- Operan al borde del caos (son flexibles y capaces de adaptarse).
5.- Están abiertos a su entorno (intercambian con este materia, energía e información y extraen orden de la turbulencia ambiente).
6.- Los aspectos dinámicos de su comportamiento son universales (los mismos patrones generales se observan igualmente en sistemas biológicos que físicos y sociales).
“Caos y complejidad” es un pequeño ensayo de apenas 170 páginas, pero que se apaña muy bien a la hora de ofrecer una visión básica del paso de la ciencia tradicional al caos (como sinónimo de desorden puro) y más tarde a la complejidad. Un librito en el que el físico Sergio de Régules logra tornar accesibles conceptos complicados, con los que tratamos de aprehender los fenómenos más intrincados conocidos hasta ahora. Por supuesto, para profundizar en conceptos como caos o complejidad serían necesarios otro tipo de ensayos, más voluminosos y técnicos, pero si eres neófito, antes hay que disponer de una visión general de estos temas. Y este título de Shackleton Books la da de forma adecuada, con un lenguaje accesible y ejemplos con los que alguien que se aproxime a estos temas por primera vez logrará no sólo una visión inicial clara, sino muy posiblemente interesarse más en serio por los temas que trata.
Sergio de Régules (Tampico, México, 1964) es físico y divulgador científico. Desde hace más de veinticinco años escribe columnas, artículos y libros e imparte charlas, así como cursos para divulgadores en México y varios países de América Latina. En 2014 obtuvo una beca en literatura de la Fundación Civitella Ranieri de Nueva York por su trabajo como escritor científico. Ha sido dos veces finalista del Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamay, convocado por el Fondo de Cultura Económica con los libros “Cielo sangriento” y “El mapa es el mensaje”. Trabaja como coordinador científico y colaborador de la revista ¿Cómo ves? de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Compré el.libro y me apasiono. Siempre me llamo la atención como eventos muy complejos (en otro sentido) como poner una capsula en la Luna o Marte, o desentrañar Miles de decimales de Pi, o predecir un eclipse con muchos años de antelación, podían resolverse, pero no si lloverá la semana que viene, o a cuánto cotizara el dólar, o el resultado de unas elecciones. Este libro ofrece una guía y una explicación amena y entendible, con muchos ejemplos.