La entrega se abre con una saga en seis partes (231-236 USA) en que el Capitán América se enfrentará a un grupo terrorista, la Fuerza Nacional, cuyos miembros recurren a la autoinmolación cuando se ven capturados, muriendo envueltos en llamas. No es la primera vez que el Capi se enfrentaba al odio, ya se las había visto con el Aborrecedor, con Cráneo, o con los mismísimos nazis, pero el tema de llegar hasta la muerte era bastante nuevo en la serie. Además los malosos tenían un cierto aire a lo Ku-Kux-Klan, con esas cruces ardiendo y esos uniformes tan blancos, lo que daba una buena ambientación a la saga. Sin embargo lo más importante de la misma fue, a mi modo de ver, descubrir quién estaba detrás de dicha organización. Y no sólo bajo la máscara del Gran Dictador, el líder de campo del grupo, sino también en el personaje que mueve los hilos detrás de él. Es evidente que McKenzie le dio un buen repaso a la etapa de Englehart en la serie.
La aventura empieza cerrando los últimos coletazos de la historia anterior, lo que fue el enfrentamiento contra La Corporación. Un placer leer este tipo de continuidad. Incluso el Capi arregla los destrozos ocasionados en su apartamento por el Volkswagen. Con este punto cerrado pasa a la nueva historia: un nuevo grupo terrorista está sembrando el odio y la violencia. Sharon Carter, como agente de SHIELD disfrazada, asiste a uno de sus mítines al aire libre, para acabar presa del odio y vistiendo el traje blanco del grupo. Un buen síndrome de Estocolmo, que tendrá sus consecuencias.
Varias consecuencias se desprenden de estos números. El destino del Gran Dictador parece ser su final, aunque luego volvería. La mente maestra detrás de todo queda confinada a una silla de ruedas, y así le veríamos en su siguiente aparición en la serie, que por cierto tardaría bastante, (aunque con el tiempo recuperaría su movilidad). Y le decimos adiós a cierta secundaria. Punto en el que merece la pena detenerse, pues estamos ante una de las muertes más absurdas del Universo Marvel.
¿Cómo puede el Capitán América aceptar como prueba de que cierta espía ha muerto, una simple grabación en vídeo? ¿No pensó que podía estar manipulada? Algo parecido debió pensar Mark Waid cuando se encargó de la serie del abanderado años después, pues no tardó en desmontar su defunción. Pequeño aplauso para un buen artesano.
Todo esto se ve en el 237, número guionizado a medias por Claremont y McKenzie, donde como epílogo a la saga anterior se muestra el trágico destino del personaje comentado. Pero además el número sirve para llevar a Steve Rogers por otros derroteros: su nueva identidad civil será la de dibujante/ilustrador, colgando el uniforme de policía, y se mudará a una nueva casa, donde sus vecinos (un joven negro, una anciana judía…) le harán entender que debe seguir adelante, que el mundo necesita un Capitán América. A estos secundarios, autores posteriores como J.M. De Matteis o Mark Gruenwald les sacarían su partido.
Desde luego fue una de las sagas donde ese villano segundón, típico mandado de otros como Zemo o Cráneo, más en apuros ha puesto al Capitán América por su propia cuenta. Además los dibujos de Sal Buscema, clásico y dinámico a la par, agilizan bastante la lectura de la saga, amenizándola. Y después de esta gran saga, pasamos al número 238, empezando una serie de entregas de relleno, algunas más acertadas que otras.
En los números 238-239 se desarrolla una de esas extrañas sagas, con cierto toque onírico y fantasioso, además de incluir aspectos relacionados con gadgets y el mundo del espionaje. Un antiguo enemigo de Namor, Steven Tuval, autoproclamado Amo de la Mente, tras ser derrotado por el Hombre Submarino acabó encontrando asilo en un alejado refugio, un enclave llamado El Palomar, que Marvel no ha vuelto a utilizar pese a que su acceso y guardianes (quienes cabalgan halcones y dodos gigantes) pueden dar bastante juego. Es una aventura donde el villano usa sus ilusiones mentales, a las que se añaden las de otra telépata que tiene prisionera, lo que me hace preguntar si el final de la historia es realmente el que vemos o una ilusión.
El 240 es un fill-in donde el Capitán América se enfrenta a una banda de matones, bastante variopinta (ametralladoras, pistolas, escopetas… e incluso un calvo con cadena), cuyo jefe es un hippie barbudo en sandalias playeras. No le cuesta mucho despacharlos. La curiosidad del número es que viene firmado por los hermanos Alan y Paul Kupperberg, en uno de los pocos trabajos de Paul para Marvel (mientras Alan se vinculó más a la Casa de las Ideas, Paul se centró en DC) y en una de las escasas colaboraciones de ambos en un mismo comic.
En Capitán América 242 nos encontramos con un fill-in que a su vez es la continuación de otro fill-in, el Avengers 178, donde el sintozoide Manipulador estuvo incordiando a la Bestia. Además de presentarnos el regreso del “androide”, el número recupera también al Sgto Muldoon, a quien no veíamos desde la etapa de Englehart, y retoma también el tema de cierta reciente muerte en la serie, aunque de modo tangencial.
Roger McKenzie regresa en el 243, apenas para tres números, para cerrar así su etapa, si bien lo bueno de la misma ya lo había contado. La historia es un poco bobalicona, aunque con moralina. Un anciano a quien su cuerpo está fallando, y que se conecta a una máquina para mantenerse vivo, planea transferir su mente a un SDV de SHIELD y vivir así eternamente, sólo que la mala relación con su hijo y la investigación del Capitán América sobre el SDV robado llevan a un resultado no deseado: el moribundo se alza como un monstruo deforme, irónicamente llamada Adonis. Lo cierto es que el dibujo descuidado de Don Perlin contribuye a la atmósfera de la historia. Al finalizar el arco, McKenzie nos ofrece un número auto conclusivo que retoma el tema del nazismo, con bastante poca chicha, tanto a nivel de guión como de dibujo, en este caso de un Carmine Infantino en horas bajas, demasiado esquemático e inexpresivo.
Y finamente llegamos al Capitán América 246, último número englobado en el presente tomo, y de nuevo un fill-in, el último antes de la llegada de Stern y Byrne a la serie. En esta ocasión Peter B. Gillis recupera a un villano secundario de Amazing Spiderman, de la época de Lee y Ditko, uno de quien nadie se acuerda, “el tipo llamo Joe”.