Netflix cuenta con un modesto catálogo de series y películas de animación para adolescentes y adultos tanto de producción y estilo norteamericano como japonés. Así que no causó extrañeza cuando, hace unos meses, desveló el tráiler para una nueva serie, un “original”, que caía en este cajón. Además, no era la primera serie de animación para adultos que encargaba la plataforma ("BoJack Horseman" es de 2014). Pero a algunos nos sorprendió un poco tanto el tema como el estilo de la serie: se trataba, ni más ni menos, que de la adaptación animada de “Castlevania”, y el estilo de animación era totalmente oriental a pesar de ser un producto norteamericano.
Vampiros y demonios con almas de bits
Castlevania es una saga de videojuegos de Konami relativamente conocida entre los jugadores de cierta edad que nació en 1986, cuenta con una treintena de títulos en múltiples plataformas y también con diversidad de estilos de juego. No se trata de una saga masiva (de hecho, es más popular en occidente que en el propio Japón a pesar de ser japonesa), ni, salvo excepciones, destaca por su calidad. Así que es un nombre reconocible, porque los más aficionados a los videojuegos pueden haber jugado a alguno de esta saga: pero es una franquicia desconocida para los jugadores ocasionales. Por otro lado, es una elección peculiar como material para una adaptación: no es ya sólo que sea un producto minoritario, sino que es una mezcla de elementos de lo más barroca.
La trama de la que parte la saga es bien sencilla, muy propia de las películas de terror de la Hammer o de los animes más modernos: una estirpe de cazadores de vampiros ha de adentrarse en un castillo laberíntico y espectral poblado de monstruos y demonios para acabar con un resucitado Drácula. Para ello, se ayuda de un látigo mágico, sus acompañantes ocasionales y sus muchas habilidades de cazador sobrenatural. Es una sinopsis que, con muchos matices, suele repetirse en toda la saga, al igual que lo hace una curiosa mezcla de elementos tecnológicos, mágicos y estéticos: porque un cazador de vampiros del s. XVII que se viste de pieles y traje de cuero mientras acaba con robots a golpe de látigo es de lo más normal en los Castlevania. Anacrónico es un calificativo que se queda corto, pero forma parte del encanto de estos juegos, y hasta cierto punto de su trasfondo argumental.
La aventura llama al héroe
Esta misma mezcla en principio tan poco inspirada, pero que resulta tener bastante encanto, es la que nos vamos a encontrar en esta miniserie de cuatro episodios animada por Powerhouse Animation. En concreto, la primera temporada, de cuatro episodios de veinticinco minutos de duración, pretende adaptar “Castlevania III: Dracula’s Curse”. La sinopsis es la siguiente: Trevor Belmont es el heredero de una otrora influyente familia de cazavampiros que regresa como un vagabundo a Valaquia, su tierra, en el momento en el que esta se ve amenazada por una oleada de demonios orquestada por un viejo conocido de la familia: el vampiro Vlad Tepes, Drácula. Será entonces cuando nuestro héroe, a regañadientes, se verá envuelto en una trama para acabar con dicho vampiro.
Y digo que pretende adaptar porque, aunque la serie es respetuosa con el material en el que se basa, esas escasas dos horas no son más que un prólogo en el que nos presentan el origen del conflicto, a los protagonistas, sus personalidades y sus motivaciones, y la realidad que se vive en Valaquia. La verdad es que como presentación es correcta. A excepción del primer episodio, en el que Drácula, Lisa y los claramente villanescos y malignos magistrados de la Iglesia son casi caricaturas, y en el que las escenas se suceden con unas transiciones demasiado aceleradas y algo torpes, el resto de episodios relajan el ritmo y hasta nos dan algo más que acción. De hecho, para algunos puede que hablen demasiado, y algunas escenas les podrían parecer un relleno y una excusa para alargar la historia.
Pero están justificadas: sin el drama y las interacciones de esos momentos, no podemos entender las acciones del último episodio. Y pisar el acelerador para llegar antes a la parte en la que salen demonios y se reparte leña no es la mejor de las ideas. Los juegos, que además son antiguos y presentan argumentos mucho más simplificados, se pueden permitir unos lujos que una narrativa para televisión o cine no puede permitirse. Cada medio tiene sus reglas y sus ritmos. Además, sin esas escenas nos quedaríamos sin la parte que realmente tiene gancho en la serie en cuanto a guion se refiere: los diálogos de los personajes, firma de Warren Ellis ("Transmetropolitan", "Planetary", "Inyección"), que también es uno de los productores ejecutivos. Una vez descubres quién firma el guion, empiezas a explicarte muchas cosas, como la caracterización de Trevor o el diálogo de la cabra. Por otro lado, la violencia es bastante explícita y, aunque no se recrea en ella, tampoco se avergüenza.
El mayor problema de la primera temporada de la serie es algo que resulta evidente cuando la terminas: estos cuatro episodios están pensados como una película, y como la primera de una serie de películas, para más inri. Ha sido un error liberarla en la parrilla con tan poco que contar: el espectador la termina con la sensación de que realmente, aunque no ha desperdiciado su tiempo, tampoco lo ha llenado.
Americano, pero a lo japonés
En cuanto a la parte más técnica de Castlevania, es una serie en la media en cuanto a animación que, a pesar de ser occidental, sigue por completo las pautas, los estilos y las técnicas de una serie de animación oriental. Es ahorrativa pero funcional, salvo en algunas escenas como las de los combates en las que invierten muchos más fotogramas y más recursos: de hecho, las peleas tienen una animación francamente buena y un dibujo consistente entre fotogramas clave. Estéticamente, en cuanto a diseños de personajes, de fondos y paleta de colores, también es muy “anime”. Los diseños, por cierto, aunque no son los clásicos de Ayami Kojima, sí parecen inspirados en ellos.
La música de la serie está compuesta por Trevor Morris. Es un score discreto, instrumental y muy ambiental, y utiliza fundamentalmente sintetizadores. Es una música bastante moderna que contribuye a construir la atmósfera anacrónica y misteriosa de la serie, pero pasa desapercibida la mayor parte del tiempo. Lo que es una lástima cuando uno se da cuenta de que la música era, precisamente, uno de los apartados en los que la saga de videojuegos solía brillar.
La promesa de algo más
En definitiva, la primera temporada de Castlevania se podría decir que es un buen prólogo, un producto entretenido y bastante fiel a la fuente, pero insuficiente; y una promesa de lo que podría ser una serie interesante para adolescentes y adultos aficionados a la animación, al terror fantástico y a la saga original de videojuegos. Veremos en qué queda cuando se estrenen los ocho episodios que compondrán la segunda temporada y que, esperemos, lleguen este mismo año.