“El dolor es, seguramente, el primer sentimiento que nos acompaña con la venida al mundo […]”. (p. 21)
No hay persona en este mundo, viva o ya desaparecida, que no haya experimentado el dolor. Llamamos dolor a dos tipos de experiencias: el dolor físico, que es una sensación, y el dolor como sentimiento, que es sinónimo de pena y congoja. El señor Juan Andrés Pedrero Santos, autor de interesante ensayo “La imagen desgarrada. El dolor en el cine fantástico contemporáneo” (El Transbordador, 2018), también establece esa diferencia desde un primer momento aunque él lo hace de forma más científica y filosófica: “El sufrimiento en todas sus formas, tanto el emocional como el físico […], es una experiencia que actúa frente al hombre tanto para concienciarlo de sí mismo en términos globales como para hacerlo advertir su escisión en dos planos, el físico y el intelectual” (p. 20-21).
Juan Andrés Pedrero es un director financiero que ha dedicado buena parte de su vida a escribir sobre cine. Desde el año 2008 ha publicado, tanto de forma individual como colectiva, numerosas obras que tienen al cine como tema de fondo. Lo cierto es que Pedrero se ha interesado por numerosos personajes y temáticas de este mundo (“Johnny Weissmuller. Biografía”, T&B, 2010; “Ridley Scott. El imperio de la luz”, T&B, 2012) pero ha procurado centrarse en el cine fantástico y, dentro de él, en el cine de terror (“Terror cinema”, Calamar, 2008; “James Whale. El padre de Frankenstein”, Calamar, 2011; «John Carpenter. Un clásico americano» T&B, 2013; «Las fábulas mecánicas. Guillermo del Toro» Calamar, 2016; etc.). En noviembre de 2018 presentó su último libro, el ya citado “La imagen desgarrada…”, que es una visión personal sobre el dolor en el cine de terror.
La mayor virtud de este ensayo es que es el fruto de una persona que conoce a fondo la temática de la que habla. El análisis que hace de las películas de terror que nombra, y de varias de fantasía que también cita, es siempre acertado, bien contextualizado (el autor confiesa que a veces demasiado), bien imbricado en el momento actual. A partir del capítulo “El cuento de hadas: superando sufrimientos infantiles”, el libro va creciendo exponencialmente en calidad y profundidad. A medida que el autor nos va mostrando las formas de plasmar el dolor en las películas de terror a través de los sufrimientos infantiles, el paso a la madurez, el dolor como experiencia específica en el hombre contemporáneo, el dolor del diferente, el dolor que se experimenta más allá de la muerte, etc., vemos como los diversos largometrajes nos ofrecen una visión del dolor no únicamente reducida al lenguaje cinematográfico sino que abarca toda nuestra sociedad de la que son un claro reflejo, más bien un espejo.
Buenísima es su crítica de las sagas “Saw” y “Hostel”, las cuales a excepción de la primera obra de cada serie me parecen prescindibles pero que como fenómeno social desde luego tienen una lectura muy interesante. También me gustan sus lecturas de numerosas películas como “El laberinto del fauno”, “Jeepers Creepers” (la de 2001 que me encanta; otra idea sobreexplotada con demasiadas secuelas), “La cabaña en el bosque (2016)” (otra peli buenísima) y muchas más que forman parte del legado del cine de terror de este nuevo milenio.
¿Y cómo no compartir el análisis negativo que realiza de las películas Disney como corruptoras del mensaje de los cuentos tradicionales? Cuentos que son un método para advertir a los niños del dolor que alberga la vida y no esas cosas edulcoradas donde todo el mundo acaba siendo feliz, feliz, feliz hasta la náusea.
Pedrero reivindica el cine de terror como uno de los últimos reductos de creación artística (malinterpretada muchas veces) donde la sociedad se ve plasmada sin maniqueísmos ni hipocresías, de una forma casi siempre violenta y abrupta que nos obliga a enfrentarnos a nuestras peores pesadillas… y a unos sueños casi siempre ridículos y absurdos que surgen de una sociedad enloquecida y alienada. En ese sentido Pedrero realiza un trabajo a la vez documentado y ameno que lleva a leerse el libro de un tirón, finalidad que ya nos dicen que busca desde el prólogo, desde una óptica personal y sin preocuparse del aspecto académico… y aquí es donde me parece que surge el mayor problema de la obra.
Creo que Pedrero, para decir que siempre se ha guiado por el deseo de huir del academicismo y de cualquier referencia científica, ha empezado el libro con demasiadas influencias universitarias aunque luego se vaya centrando en lo que verdaderamente busca, dar su opinión sobre cómo se expresa el dolor en el cine de terror de las últimas décadas. Tenemos en primer lugar que nunca llega a acotar ese periodo que llama “cine contemporáneo” puesto que llega a referirse a los primeros trabajos del cine fantástico con “El gabinete del doctor Caligari (1920)” a la cabeza, transita de puntillas el periodo que va desde finales de los años treinta del siglo pasado hasta los años 60 del mismo y se mete a fondo con las obras que surgen tras “La noche de los muertos vivientes (1968)”, “La última casa a la izquierda(1972)” y “La matanza de Texas (1974)”, todas ellas obras seminales para el cine de terror posterior. Dado que en algún momento del libro Pedrero dice que los años 90 del siglo pasado fueron penosos en cuanto a las películas de terror se refieren, un lector suyo podría pensar que cuando habla de “cine contemporáneo” se refiere al posterior al año 2000 pero también hace análisis a fondo de obras anteriores como pueda ser, por ejemplo, “Al final de la escalera (1980)” (cinta de la que siempre he sido rendida admiradora), “El hombre elefante (1980)” (que, el mismo Pedrero admite, no es una obra de terror), o “Blade Runner (la de 1982 aunque cita también la de 2017). El caso es que aunque se suele centrar en las películas posteriores al 2000 una no sabe nunca a que se refiere exactamente cuando habla de “contemporáneo” ya que el término tan pronto se dilata como se encoge.
Y, sobre todo, lo que me ha hecho escribir “no, no, no” varias veces es el análisis que hace de la historia de la pintura como antecedente y fuente de inspiración del cine de terror actual. No cuestiono la tesis en sí, que tiene bases cinematográficas demostradas, y sé que me dejo arrastrar por mi condición de historiadora del arte pero es que algunas cosas que dice… en fin. Voy a reprimirme y dejar de lado el análisis que hace de varias obras de Van Gogh como fuente “arquitectónica” nada menos que del motel Bates de “Psicosis (1960)”. Al parecer ese horror que fueron los edificios victorianos, mezcla espantosa de la arquitectura gótica y la clásica más formal, tuvo poco que ver en el asunto… Si, voy a dejar de lado varios asuntos, y voy a centrar mi colleja en su análisis de la pintura barroca (incluye también el Renacimiento pero, bueno, eso otro día) que califica de fase en la que “se dulcifican” los temas y la truculencia aparece de modo puntual (p. 50) y luego va y salta a Goya con lo cual se quita de encima el siglo XVII y casi todo el XVIII en quince frases. Bueno… No sé como se le ocurre hacer ese análisis de un periodo en el que el poder católico se esforzó en hacer de forma patente para todos sus fieles el dolor de Jesús y los santos para conmoverlos y llevarlos a la piedad y al redil de la iglesia. Mira que obviar de esa manera todos los pasos de Semana Santa que en ese periodo alcanzan rango de verdadero arte: los crucificados del vallisoletano Gregorio Fernández están llenos de heridas, llagas, piel de cera y un rostro que refleja el sufrimiento extremo. Y estoy hablando del primer gran escultor del periodo. Pero, bueno, vale, no es pintura.
El mismo Pedrero cita una obra del pintor flamenco Rubens, “Saturno devorando a sus hijos”, donde un anciano devora a un bebé; tenemos todas las escenas de matanzas de inocentes (ya se sabe, Herodes, el niño Jesús que huye y todo eso) donde se dedican a destripar niños, matar mujeres y donde madres se arrojan sobre los soldados tratando de evitar inútilmente el degüello, pongamos también a Rubens de ejemplo; pongamos las alegorías sobre guerras como la de, sí, Rubens, donde el dios Marte se dedica a pisotear a una madre angustiada que se abraza a su hijo lloroso mientras la tierra (la diosa Cibeles) se dedica a clamar de forma desolada a los cielos. Esto Rubens. Véase la serie de cabezas cortadas de Valdés Leal muchas de las cuales parecen haber sido cercenadas en medio de un tremendo dolor. O las versiones del mito de Apolo y Marsias (el primero desuella vivo al segundo tras vencerle en un combate musical) realizadas por José de Ribera. O las de Prometeo encadenado cuyo hígado es devorado todos los días por un águila, pintado por Rubens, Ribera, Tiziano… Etc, etc. Pongo imagen del «Prometeo» de Salvator Rosa (1648) y lo dejo aquí. Otra cosa.
Por último una cosa que me ha llamado mucho la atención por su falta. Pedrero cita al filósofo Nietzsche casi al comienzo del libro (cita de cita, por cierto). Creo que el autor desperdicia una gran oportunidad de analizar, aunque fuese por encima, la forma visual de representarse el dolor en un antecedente claro del cine, el teatro. Nietzsche es autor de la obra “El nacimiento de la tragedia (1886)”, donde analiza los orígenes del teatro en la antigua Grecia. Una obra que vendría al pelo para analizar la importancia de la tragedia en el reflejo del dolor en la época actual pero Pedrero se da por satisfecho con decir que la tragedia, aunque importante en la evolución hacia la representación contemporánea del dolor, está “demodé (sic)” y deja al teatro de lado así como a la novelística afín. Pues vale.
Se que, una vez leída esta reseña, parece que me he cebado en el texto de Pedrero pero, en realidad, si he podido criticarlo tan a fondo es porque lo he leído a fondo. El autor ha conseguido lo que se proponía, llamar al debate. Su texto no es perfecto, él mismo lo dice, pero aporta una visión del cine de terror muy profunda. Es original en su planteamiento aunque no se atreva o no quiera llegar a unas conclusiones extensas después de exhibir tantas ideas. Posiblemente porque desee que seamos los lectores los que lleguemos a ellas. En ese sentido el libro es magnífico pese a todos sus defectos: aporta enormes dosis de información no solo en torno al cine sino en torno a la sociedad donde se ha originado, su historia, su pensamiento, su literatura, su arte… Un recorrido ambicioso para plasmar de forma efectiva el recorrido del cine de terror hasta nuestros días en torno a esa temática, aquí tan humana, del dolor.
Chapeau señor Pedrero.
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Muchas gracias por tu reseña Eidian, incluso a pesar de las collejas, que desdes luego justifican muy bien. En serio, muchas gracias, las collejas bien documentadas y con respeto se agradecen. Un abrazo¡¡
Juan Andrés Pedrero
Siempre da gusto recibir un comentario como el tuyo de un autor. A veces se olvida que los que hacemos reseñas siempre procuramos tratar las obras con respeto porque sabemos todo el tiempo, interés y trabajo que se ha puesto en ellas. Lo menos que podemos hacer, si tenemos que destacar algo por lo brillante o por ciertos defectos, es demostrar porque lo consideramos de esa manera para bien o para mal. Yo creo que es lo honrado y te doy las gracias por reconocerlo así. Ah, y tu obra ha sido un verdadero descubrimiento para mí. Es lamentable pero últimamente no tengo mucho tiempo ni para ir al cine ni para leer sobre cine. Un libro como el tuyo es fresco y trata de temas muy interesantes. Ójala pueda ver más pronto. Gracias de nuevo y nos vemos por aquí.
Gracias a ti, yo creo que ese es el camino adecuado, la crítica honesta, que cuando tiene su parte negativa es verdad que no todos saben aceptarla-. Un abrazo