Aunque el título «Cómo se convirtieron en líderes de sectas» refleja bien uno de los objetivos de la serie, en absoluto afronta otro de sus objetivos y -quizás- incluso más evidente: el de mostrar los inmensos y anchos límites de la estupidez humana. Y decimos “estupidez”, con todas las letras, porque, en contra de las numerosas otras peligrosísimas y nocivas sectas con las que la serie no parece atreverse, se centra solamente en sectas extintas y, mayoritariamente, de fines risibles o poco creíbles, o con líderes mayoritariamente tan débiles que fueron incapaces de evitar la crisis y caída inevitable de su credo.
No queda claro si el tono de «Cómo se convirtieron en líderes de sectas» es documental, humorístico o crítico
Esto nos lleva a reseñar la paradoja de la serie pues, si su intención es darnos ejemplos y recetas de cómo otros fueron líderes sectarios para, nosotros, llegar a hacerlo también siguiendo su ejemplo… ¿No sería mejor seguir ejemplos de sectas vivas y poderosas?, ¿por qué centrarse en sectas extintas y fracasadas?, ¿puede el mal ejemplo de otros servirnos para hacerlo de forma distinta y, esta vez sí, exitosa? Es imposible resolver la paradoja sin intentarlo, pero desde luego sí nos llama la atención.
Tampoco nos gusta el tono de la serie. Nunca queda claro si es documental, humorístico o crítico; pero lo que sí sabemos es que no puede ser todo esto a la vez. Por eso, el esfuerzo del guion y de la narración de Peter Dinklage por mantener cierto equilibrio entre todo ello, acaba siempre resultando confuso, dándonos la sensación de que se trivializa el sufrimiento de los seguidores. A veces cae, incluso, en el pecado de reírse de ellos y, así haciendo, también hacer chanza del sufrimiento de muchas personas -y sus familias- en estos mismos momentos inmiscuidas en la dinámica de alguna secta de este u otro tipo.
Un producto intranscendente, de consumo rápido y sin ninguna aportación nueva al tema
El fenómeno de las sectas da para muchos enfoques, pero esta serie, al optar por tantos puntos de vista a la vez, consigue trivializarlas, diluirlas y tomarlas tan poco en serio como para hacer un producto intranscendente, de consumo rápido y sin ninguna nueva aportación que haga que valga la pena el verla. Ante series así, apagar la pantalla y ponerse a leer un libro puede ser la mejor alternativa.