Teresa Valero nos obsequia con «Contrapaso. Los hijos de los otros» (Norma editorial) una impecable historia en la que se ha empleado a fondo con el realismo de presentación y la documentación histórica. Un cómic exquisito que se convertirá en un imprescindible de las estanterías de cualquier aficionado y que, estoy seguro, nos sorprenderá con premios a granel.
Pese a que todos hayamos leído en las promociones y escuchado en los mentideros del mundillo que es una novela negra con trasfondo social, no veo completa esa definición. Por encima de la trama de investigación nos encontramos con un trasfondo en el que toma muchísima fuerza la lucha por la verdad y por el derecho a la información: un permanente pulso entre la prensa y el gobierno por mantener la fachada de tranquilidad y estabilidad en la España Franquista.
«Contrapaso» va a ser acreedor de varios premios a lo largo del año sin lugar a dudas
Esta era una labor harto delicada para la que hacían falta dos cosas: agallas e ingenio, ¿Por qué? Porque en 1956, el año en el que está ambientado el curso de la acción, la Ley de Prensa del 22 de abril de 1938 limitaba el derecho a la información hasta el punto de convertir a la Prensa en un instrumento al servicio del estado. ¿Cómo? Mediante estos mecanismos:
– Se establecían una serie de consignas que suponían instrucciones de obligado cumplimiento para todas las publicaciones del país (una suerte de autocensura previa) y, posteriormente, el Servicio Nacional de Prensa podía ejercer la censura de manera genérica y en cada una de las provincias a través del jefe provincial del Servicio de Prensa.
– Los estamentos gubernamentales podían cesar y nombrar a los directores de las publicaciones se nombraban y cesaban a través del Ministerio de Gobernación (ahora Interior). Bien por iniciativa propia, bien a propuesta de la empresa.
– Se penaban las “faltas de obediencia, resistencia pasiva y, en general, las de desvío de las normas citadas” .
– El gobierno podía obligar a la publicación de noticias, bandos, fotografías, columnas, informaciones…
– Se estableció un Registro Oficial de Periodistas. Lo que viene a decir que los reporteros estaban ya “fichados” y controlados.
Emilio Sanz, el protagonista que pone la nota de veteranía y experiencia vital, hace una observación al respecto: “para que te hagas una idea de cómo está el periodismo en este país”. Una declaración de principios al respecto de la opinión generalizada de la población con respecto a muchas de las normas establecidas.
Es, por tanto, una historia sobre pulsos de poder, y de rebelión contra las normas establecidas, tanto legales como sociales. ¡Sin dejar de lado que es una trama sobre el periodismo de la época! Tengamos en cuenta que los tres personajes protagonistas, además de haber sido diseñados con una riqueza vital envidiable por parte de muchos autores (Teresa Valero les ha creado unas personalidades complejas y muy atrayentes), se dedican al periodismo… pero no al periodismo “de agencia” que se ejerce ahora. No: son reporteros de los de antes, de los de raza. De los que salían a la calle a buscar la noticia, preguntando, sonsacando, buscando y moviendo contactos y, llegado el caso, sobornando y amenazando (veremos ejemplos de ello a lo largo de toda la obra).
Siempre es un placer el recuperar ese “reporterismo de calle” que buscaba la investigación y la búsqueda de la noticia en su vertiente más extrema y sorprendente: el crimen, la delincuencia o los hechos curiosos o extraordinarios. Y, precisamente, ese hecho me lleva a pensar que la redacción de La Capital, el periódico para el que trabajan los dos protagonistas varones, es un homenaje al semanario El Caso, especializado en la redacción de sucesos. La verdad es que la redacción de La capital tiene que estar situada en la mismísima Gran Vía o, en su defecto, cerca de ella, visto los entornos cercanos por los que se mueven los personajes.
Pero íbamos a hablar de los personajes, que ya hemos dicho que se dedican todos al periodismo, así que vamos allá:
El segundo en la liza es Emilio Sanz, veterano redactor de sucesos del periódico: falangista convencido, pero desengañado, veterano de guerra y ex preso en una checa. Pese a sus convicciones nacionalsindicalistas es un desengañado: los ideales falangistas nada tienen que ver con los derroteros que está tomando el franquismo y se siente engañado, decepcionado, hasta plantearse si afinidad al régimen y cuestionar la calidad del periodismo que hacen condicionados por las leyes censoras. Huraño, amargado, pero un buen profesional que conoce los más mínimos pormenores de su oficio.
Y nos queda la tercera parte del trío que, aunque no trabaja en La Capital, también se dedica al periodismo: es dibujante en una revista de temática femenina, Mujer de Verdad, y realiza para ella ilustraciones temáticas al estilo de las que editaba en sus publicaciones la Sección Femenina. Como complemento, y bajo el apodo de Pam Rivers, también dibuja tebeos. Hablamos, como podéis imaginar, de Paloma Ríos, la prima de León y su amor de juventud (me da que la razón del exilio a Francia de nuestro protagonista viene a tener que ver con sus relaciones más-que-fraternales…). Es una mujer totalmente opuesta a lo que cabe esperar de una “buena española” de buena familia de la época: emancipada, decidida e independiente, lo que le ha costado el ser repudiada por el resto de su familia.
El siguiente es uno de esos personajes basados en uno real: el doctor Sarobe, que dada la naturaleza de sus estudios, está basado en el doctor Juan José López Ibor, pese a que éste realizó sus estudios y experimentos –incluyendo electrochoques y lobotomías-durante las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Primero discípulo de Vallejo-Nájera y, posteriormente, su rival, centró sus esfuerzos en “curar la homosexualidad”. De hecho, salvo por el bigote y los rasgos más afilados, guarda un cierto parecido con su “primo” real.
Un producto hecho con mimo y cariño
Y el último es la figura del padre Páramo que, considerando su implicación con las capas más bajas de la sociedad en los suburbios de la capital, me recuerda poderosamente al jesuita José María de Llanos Pastor, conocido popularmente como el Padre Llanos. Además, en este caso es contemporáneo de la historia, puesto que su labor en el Pozo del tío Raimundo comenzó en 1955. Y, también, tiene un vago parecido con su equivalente en el cómic.
A todo esto, ya hemos comentado que nuestros protagonistas hacen labor de calle, y la ambientación está perfectamente lograda. Teresa Valero nos ofrece una experiencia de inmersiónen el Madrid de los años 50 mostrándonos paisajes emblemáticos y perfectamente reconocibles, a la par de otros que, sin ser reales, sí evocan lugares familiares.
Y dentro de estos paseos por Madrid que nos obsequia Teresa, no nos vamos a parar en las minuciosas reproducciones de edificios o lugares conocidos -como la fachada del antiguo hospital de San Carlos (actual sede del Colegio de Médicos en Madrid), las vistas de la Gran Vía, Sol, los aledaños de la Plaza Mayor o las vistas de Málaga-; sino que concoeremos lugares ya desaparecidos, pero de rabiosa actualidad en la época. como el Dancing-Salón de Té Casablanca, situado en la plaza del Rey -en el lugar que actualmente ocupa el Ministerio de Cultura-, diseñado por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto y dirigido en aquella época -también en lo artístico- por el cantante Raúl Abril. Un local innovador y a la moda de la época que tenía peculiaridades como un techo desmontable, y en el que tocaba, entre otras, la orquesta de Antonio Machín.
Otro detalle desaparecido que aparece representado es el antiguo templete de la estación de metro de Gran Vía diseñado por Antonio Palacios, y que se inauguró en 1920. Su gran novedad eran sus dos ascensores (accesibles por cinco céntimos), y estaba situado en la Red de San Luis, frente al local de lo que era la joyería Aleixandre (actualmente, el McDonald’s de Gran Vía).
Y llegamos al punto que supone el mayor orgullo de la autora por la falta de documentación gráfica al respecto y que me consta que supuso una bonita experiencia para Teresa Valero, puesto que su padre trabajó allí: el café Fuyma, que estaba situado en el número 44 de Gran Vía, haciendo esquina con Miguel Moya (el local que ahora ocupa el Five Guys de la Gran Vía). El origen del nombre es curioso, ya que fue fundado en 1931 por los gerentes de la empresa Fundición de Hierro -yerro- Maleable, y era conocido por ser el punto de encuentro de la comunidad puertorriqueña en Madrid.
Otro punto interesante es la representación de los hechos acaecidos durante los llamados Sucesos de 1956. Efectivamente, se produjeron varias manifestaciones, y una de ellas se topó con una concentración de falangistas de la Guardia de Franco (organización paramilitar constituida en 1944 que duró hasta 1977). Hubo un herido (Miguel Álvarez) por arma de fuego y se produjeron varias detenciones (digamos que, además de a Luis Sarobe, se habrían llevado a gente como Ramón Tamames, Javier Pradera, Enrique Múgica o José María Ruiz Gallardón, que igual os suenan de algo). Esos hechos tuvieron una importancia capital en nuestra Historia y en el devenir del fuero universitario, ya que, además de la dimisión del rector (Pedro Laín Entralgo), se produjo el cese fulminante de Joaquín Ruiz-Giménez (ministro de Educación) y de Raimundo Fernández Cuesta (Secretario General del Movimiento), además de la pérdida de fuerza y posterior desarticulación del SEU (Sindicato Español Universitario, la organización sindical estudiantil del régimen -la única legal en ese momento-). Hay que destacar también la fidelidad en la representación de los uniformes de la Policía Armada (los famosos “grises”), tanto en el equipo de guarnición (reconocible por el correaje negro hacia los hombros en plan tirantes), como de servicio, como de instituto montado (caballería).
Como dato anecdótico, y para los aficionados a esas cosas, los modelos de cámaras y máquinas de escribir son reconocibles.
Para terminar, y aunque resulte curioso, la trivialidad de las reseñas de las ejecuciones por garrote vil en la prensa es históricamente correcta. A menos que se tratase de alguien especialmente notable.
Como ya os he comentado al principio, este cómic va a ser acreedor de varios premios a lo largo del año sin lugar a dudas: una trama de calidad, un dibujo trabajadísimo, una documentación exquisita… es un producto hecho con mimo y cariño, y esas cosas se notan y agradecen. Y, por cierto: lo mejor es que este es sólo el primer tomo. ¡Habrá más! Y seguro que Teresa Valero es capaz de sorprendernos aún más.
El viernes 26 del presente en vuestras tiendas de referencia. ¡No os lo perdáis!
Si ya tenía ganas, después de leer esta magnífica reseña aún más.
Ya lo tengo encargado y viene con dedicatoria dibujada!