Cuentos de Edgar Allan Poe: el amanecer del horror en los jóvenesAcabada la tarea, enciendo una a una las lámparas de la vieja biblioteca. La luz ha desaparecido tras los ventanales. Me gusta contemplar los volúmenes, la mayoría no tan viejos como el mismo lugar. Dejo que mis dedos recorran los lomos de los libros, que ellos elijan el lugar donde quieren descansar. Al final un pequeño resalte, un ligero titubeo, quizás un cierto estremecimiento, y mi dedo corazón se detiene en un lomo negro donde un pequeño gato parece abalanzarse sobre las letras recargadas que anuncian «Cuentos de Edgar Allan Poe» (Alfaguara, 2017).

Sonrío. Recuerdo el libro, la serie: clásicos para niños. Mientras lo saco suavemente de la estantería rememoro, antes de verla, su hermosa portada, llena de tumbas sin nombre acosadas por árboles cuyas ramas, convertidas en manos retorcidas y afiladas, parecen querer arañar las lápidas. Y desde las ramas cuervos de ojos rojos que parecen vigilar a un gato negro que, sentado junto a las tumbas, aguarda algo… o alguien. Suavemente mis dedos tocan la imagen y un escalofrío de placer me recorre.

Es bueno que los libros pregonen su contenido de forma tan clara a través de una imagen tan sugerente como potente. Edgar Allan Poe, además, es magnífico para ser vertido en imágenes. Sus cuentos tienen tanta fuerza, tanto vigor. Abro el libro y ya el índice me da la primera gran alegría. Aquí están los grandes relatos del maestro. «El gato negro», «El corazón delator» (¡ay!, pone revelador pero voy a dejarlo pasar…de momento), «El pozo y el péndulo», «El barril de amontillado», «Los crímenes de la rue Morgue», «Ligeia»… Soberbios relatos donde asoma lo monstruoso, el horror, el mal… El Mal.

Me recuerdo a mi misma con 12 años, abriendo un libro parecido a este, de una editorial que aún existe en España, donde un horroroso gato negro me miraba desde la portada del libro. ¡Qué maravilla perderme en aquellas páginas perturbadas! En ellas encontré asesinatos, locura, demonios, venganza, pasión inmortal… Evoco la turbación que me provocó el relato de La mascara de la Muerte Roja (¡qué pena!, no está en esta edición) cuando el noble enfurecido y soberbio arrebata la máscara a la figura impertinente…para hallar solo el vacío insondable de la muerte. Brrrrrrrrr…  ¡Cómo disfrutaba! Y como me perturbaba. Julio Cortázar dijo que leyó a Poe a los 9 años y eso le ocasionó tanto placer como pesadillas. Bueno, me deleité mucho a mis doce años pero no recuerdo las pesadillas, si acaso el deseo de leer más.

Busco en el libro de Alfaguara relatos que aún recuerdo de mi infancia como el Manuscrito hallado en una botella, La caída de la Casa Usher, Berenice, El escarabajo de oro… Y no los hallo. Encuentro otros, sin embargo, que leí mucho más tarde, relatos humorísticos, filosóficos, escritos con muy mala leche: El diablo en el campanario, Breve charla con una momia… Sombra y Silencio son muy reflexivos, sobre la vida, sobre la muerte. ¿Por qué si se quería enganchar a los niños a la lectura se les enfrentaba a la ironía vestida de terror? ¿O a la vida cubierta de simbología? Se necesita un poco más de edad para captar todo lo que estos relatos nos quieren transmitir. Eso no quiere decir que sean inapropiados, pues la reflexión siempre es apropiada, pero si resultan más difíciles de digerir a ciertas edades.

Cuentos de Edgar Allan Poe: el amanecer del horror en los jóvenes

Esto me hace pensar en mi sobrino. Sonrío otra vez. Cuando el tenía 12 años su padre me confesó que por no leer, el muchacho no leía ni las instrucciones de los videojuegos. Yo le contesté: “¿Y quién las lee? Si son un tubo”. El rubito…¿Llegué a regalarle este libro? Tendré que preguntárselo más tarde.

Bien, la selección no es mala, aunque piense que quizás algunos relatos no sean adecuados para un primer acercamiento a Poe. La Breve charla con una momia, por ejemplo, es tan irónica, con esos buenos burgueses queriendo hacer pasar por un salvaje ignorante a un noble del Antiguo Egipto. Un relato con demasiada verborrea. El bueno de Edgar tenía tendencia a dar charlas magistrales en algunos de sus relatos como sucede en «El pozo y el péndulo» o «Los crímenes de la rue Morgue». Le encantaba eso de sacar a colación análisis varios como sucede en el último título citado donde, además, rizo de los rizos, analiza el análisis. Je. Se ve que estamos ante el predecesor del insigne Sherlock Holmes, el gran C. Auguste Dupin (tan maniático como el anterior). Por lo demás, esas introducciones teóricas en estos dos grandes relatos dan paso en el primero a la angustia del torturado ante la tortura y en el segundo a la demostración de cómo la razón puede dar siempre con una solución a cualquier tipo de enigma. No esta nada mal para unas cuantas páginas escritas hace casi dos siglos.

Tampoco desmerecen el final abierto, y por ello tremendamente torturador de «El faro»; la angustia mortal (nunca mejor dicho) que provoca los pequeños relatos que conforman el cuento «El enterramiento prematuro» (que te entierren en vida…. En fin); o la explicación científica que aguarda tras el estremecimiento de terror que provoca la visión de «La esfinge». Si, Poe amaba tanto la razón como lo irracional. Cosas del siglo XIX.

Sin embargo, si he de quedarme con algunos de los cuentos (dejando a un lado fantasías de amor romántico como «El retrato ovalado» o «Ligeia», ¡ay!, paradigma del amor más allá de la muerte) elijo los puramente dedicados al terror y la locura: «El gato negro», «El corazón delator», y «El barril de amontillado». ¿Cómo no preferir la venganza extrema de «El barril de amontillado»? Tras la búsqueda fatal de ese vino que se encuentra en esas cavernas descendentes, cada vez más abajo, cada vez más abajo… ¿Y ese asesino que mata por el odio a un ojo? O el que mata por el odio a un animal. Todos piensan que son taaaan inteligentes, que la muerte no se paga. Je.

El gato negro lleva en esta edición una ilustración impecable, obra de Meritxell Ribas, una ilustradora catalana. La imagen es preciosa y aterradora: un pobre diablo intenta abalanzarse, con miedo y prevención dibujadas en el rostro barbudo, a un gato negro erizado que le vigila desde una barandilla. Tras el gato se alza su sombra, enorme, monstruosa, comiéndose la luz de la escena, acechando al hombre que amenaza al gato… quizás acechándonos a nosotros también. Magnífica.

Ribas no era una aprendiza en esto de ilustrar a los románticos, sobre todo a los escritores románticos dedicados al terror, pues unos años antes había sacado a la luz la novela ilustrada «Frankenstein» de M.W. Shelley. Allí desplegó su indudable talento en un dibujo de trazo fluido, ligero, lleno de curvas, a veces etéreo, a veces trágico, que habla por si solo del aliento romántico. ¡Qué lástima que todo ese buen hacer se reduzca en esta obra a los bordes de las páginas, la portada y la solitaria imagen de El gato negro!  Me entristece pensar en lo que hubiera podido ser una ilustración del tenebroso «El barril de amontillado», con los personajes aplastados por la oscuridad de las cavernas, o la locura exacerbada del personaje de «El corazón delator»… Y esa es otra. ¿Por qué traducen «El corazón revelador» y no «El corazón delator», como hizo el genial Julio Cortázar?

Ay, el trabajo de los traductores es todo un mundo y cada cual tiene sus preferencias…y su habilidad. Al parecer en este libro de Alfaguara hicieron una refundición de un trabajo anterior, los «Cuentos completos» de Poe publicados en la serie Peguin Clásicos en 2016 (falta Carlos del Pozo que también aparece en ese libro). Esa recopilación es también un corta/pega de ediciones anteriores realizadas en solitario por alguno de los traductores que aparecen allí: Fernando Gutiérrez y Diego Navarro (traductores de «El gato negro», «El corazón delator»…perdón, «El corazón revelador», «El pozo y el péndulo» y otros cinco más de este libro) tienen una traducción de las obras completas de Poe del año 1988 aunque, dado que el primer traductor había muerto ya  cuatro años antes, creo que a su vez esta obra sería una reedición de un trabajo anterior de los años cuarenta del siglo pasado.

También debo recordar a Julio Gómez de la Serna, hermanísimo del augusto Ramón Gómez de la Serna, traductor de ilustres narradores como André Gide, Gabriele D´Annunzio o Molière, y que aquí se ocupa de la traducción de «Breve charla con una momia», «El enterramiento prematuro», «La esfinge» y «Ligeia», traducciones todas de hace más de cincuenta años. Tan solo la traducción de «El faro», realizada por Flora Casas Vaca, traductora de Oscar Wilde, Iris Murdoch y V. S. Naipaul, entre otros, se adentra en el siglo XXI. Solitario faro de la traducción en el nuevo siglo, desde luego.

No es que me parezcan malas traducciones (el dominio de un idioma es para mi ya un claro síntoma de respeto) pero echo de menos cierta uniformidad en el estilo… y, desde luego, la maestría de un especialista como Julio Cortázar. Ah, hay cosas que no me canso de repetir. Quizás por eso también los editores del libro se empeñaron en emplazar el nombre de los traductores al finalizar cada relato, como muestra de la categoría de los mismos, aunque a sus potenciales lectores, infantiles o juveniles, eso no les importase lo más mínimo.

En fin, no importa.

Cuentos de Edgar Allan Poe: el amanecer del horror en los jóvenes

Poe es demasiado bueno, con un estilo perdidamente romántico, lleno de excesos, dramático, aterrador, irónico, científico, tremendo, como para que un traductor, si es bueno de verdad, lo eche a perder. Lo demás son añadidos. ¿Qué se echan en falta más ilustraciones? Tendremos que conformarnos con lo que hay, esas páginas interiores decoradas con ramas tortuosas y gatos negros juguetones que me recuerdan las hojitas llenas de flores, arco iris y tonterías variadas que se intercambiaban las niñas de diez años de mi colegio (hoja que llegaba a mis manos, hoja que quemaba). ¿Qué la editorial sacó el libro el mes de octubre, antes del dichoso día de Halloween, esperando que un autor tan asociado con el miedo y el terror gótico generase algo de venta? Bien está. Así es posible que algún joven de nueve, diez o doce años se asomase a unos relatos que son como una ventana al mundo que fue… y al horror que siempre llevamos dentro.

Espiro con satisfacción y pongo de nuevo el libro en su sitio. Puede que en otro momento retorne a él. De repente, al fondo de la biblioteca, donde la oscuridad no ha sido abatida, se oye un ligero roce. Un débil arañazo, desesperado, inútil. Me giro con celeridad y ofrezco mi ceño fruncido a las sombras.

Silencio.

Perfecto.

Una a una apago todas las lámparas de la biblioteca. Cierro la puerta.

Todo es oscuridad.

Varada en la tierra profunda.

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Eidian
Recuerdo que escribí mi primera poesía recién operada de apendicitis con nueve deditos contados. Desde entonces odio los hospitales y adoro la escritura. Hasta hoy han pasado dos carreras (historia del arte y náutica, ahí es nada) y resulta que he acabado como marino/na (para gustos los colores). He regresado hace poco a esta página donde comencé a escribir críticas literarias porque hay cosas que nunca se olvidan. Experiencias malas, buenas y superiores. La vida misma.

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