Resulta harto difícil reseñar públicamente el libro de un amigo, siempre corres el riesgo de molestarlo, perderlo o de que -aún peor-, se endiose hasta la locura si le dedicas buenas palabras a su obra y tengas que aguantar para los restos sus delirios de escritor inflamado por los halagos. Por esa razón procuro no ponerme en esa incómoda situación… aunque hago excepciones. Para ello he de tener muy clara una cosa: que el sujeto en cuestión disponga de una sana autocrítica, a juego con el peligro que corremos ambos de enemistarnos para siempre. Y así es Juan Carlos Iglesias, un empresario de la restauración y habitual en los medios de comunicación barceloneses, pero también alguien con los pies muy bien plantados en el suelo, poco dado a juzgar mal a quienes le critican con razones, y sobre todo un buen amigo de esos que no se encuentran a menudo en el curso de una vida.
Después de esta entradilla, diseñada sobre todo para permitirme contar la verdad –como es habitual-, salvar mi propia vida y espero que mi amistad con el autor de “De lobos y corderos” (Edhasa, 2020, colección Tusitalia) ya tengo el campo abierto y la necesaria cobertura ante demandas jurídicas y personales que deseaba, y remangado y con un metafórico lápiz afilado entre los dientes, puedo reseñar a gusto esta novela. ¡Un abrazo, Juancar… saluda a tus sicarios!
Ya de entrada el autor nos prepara, sin complejos ni componendas, de lo extremado de su apuesta, un desquiciado thriller hiperbólico de coordenadas culinarias, con una trama policíaca central que a ratos cambia el ritmo y el lenguaje para adaptarse a la tradición del cuento clásico narrado con voces distintas según la ocasión lo requiera, con ecos y esquemas literarios de diferentes épocas y culturas.
“De lobos y corderos” no es una novela sencilla de seguir si uno quiere apreciar todos sus matices, ni por supuesto ha de serlo. La trama central, encuadrada en una prisión, se interrumpe constantemente con digresiones que nos ponen en antecedentes de los personajes principales o de ciertos secundarios, cuyas historias confluirán al final, y nos van dando pistas que nos permitirán unir los puntos poco a poco.
El penal fundado por el Camarlengo Emérito Facundo Salvador Cocheras es el delirante escenario en el que se desarrolla este nudo primigenio, con unos desnortados actores a cual más veleidoso y cruel, y unos giros del destino caprichosos e intrincados que por supuesto son fruto de la propia intención del autor por parir una obra a la vez cómica, lúbrica, con toneladas de casquería y amor desquiciado, capaz de cabalgar con soltura y sin complejos por los campos del lenguaje procaz, de la belleza más absoluta y de la penetración mental más aguda, según convenga.
¿Pero la heterogénea mezcla de “De lobos y corderos” funciona como novela?
Es esta una novela para valientes, para lectores con ganas de divertirse y que gusten del absurdo intencional, de la lectura tomada con calma y de los cambios vertiginosos en el ritmo, las voces narrativas, las épocas y los caprichos de autor. Me ha parecido claro que Juan Carlos Iglesias ha buscado entretenernos sin más, y ha incluido en esta novela todas las que alguna vez ha querido escribir, porque sí, lector, estamos ante una matrioshka a la que algunos juzgarán como deliciosa e imprevisible y a la que otros tildarán con desprecio de poco canónica y rupturista. Personalmente, aunque me he quedado con un buen sabor de boca general, también hay un punto agridulce: me he sorprendido unas cuantas veces durante la lectura pensando en qué hubiera ocurrido si el autor hubiera respetado un poco las normas habituales de estructura, tempo y narrativa… porque tiene madera para contar una historia así, y me gustaría leerla algún día.
Antes mencionaba las coordenadas culinarias que salpimentan toda la novela, algo comprensible teniendo en cuenta que la cocina profesional de este empresario de la restauración vertebra casi por completo la vida del autor de “De lobos y corderos”. Juan Carlos Iglesias pasea por nuestras narices de forma vívida y poco elegante platos, con sus correspondientes olores, sabores y sensaciones. Y califico sus formas de esta manera porque literalmente esta novela da hambre de forma cruel en muchas de sus páginas. El estómago protesta ante el hábil despliegue de texturas, sensaciones y presentaciones, algo especialmente insidioso en pleno confinamiento por el COVID-19. Para resarcirnos habrá que visitar posteriormente alguno de los restaurantes del autor, como Casa de Tapas Cañota, Rías de Galicia, Tickets o Espai kru.
No he contado los muertos que dejan las diferentes tramas de la novela, pero son incontables, y algunos de ellos son trasuntos de personas reales de la política, las finanzas, la realeza, del famoseo, la televisión, etc. La vendetta del autor con muchos de ellos es evidente y a mí al menos me ha satisfecho mucho en según qué pasajes. La diversión toma muchas formas en “De lobos y corderos”, y la omnipresente casquería es sólo una de ellas, aunque no la menor.
En fin, creo que como lectores os habéis hecho una idea de si os merece la pena compraros este libro o no. Ahora espero conservar una amistad que ya dura años y convencer al autor para escribir otra novela diferente, no necesariamente mejor, que ya se ha desahogado lo suficiente con este registro. Y le quedan aún muchas caras por mostrarnos.
Sed valientes, sed insensatos… probad cosas nuevas, como esta novela -que podéis comenzar aquí-. A veces los experimentos se disfrutan más que las cosas calentitas, cómodas y previsibles en las que solemos confiar.