Hoy, 20 de diciembre, hace dieciséis años que falleció el astrónomo, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico Carl Sagan, y aún sus palabras están presentes, y son aplicables al día a día, como si las hubiera dicho ayer.
El Doctor Carl Sagan fue un referente de la ciencia en su época, y gracias a su carácter intemporal, lo sigue siendo hoy en día. Su documental, «Cosmos» (serie completa en Youtube), explica con un tono completamente riguroso, pero comprensible por todos los públicos, el origen y la evolución del universo, de la vida, y de la especie humana, planteada esta como «el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo».
A lo largo de su vida, Carl Sagan se dedicó fervientemente a luchar contra las pseudociencias y los dogmas inamovibles. Planteó que era la ciencia, con su método científico, la herramienta que tenía el camino más coherente y seguro para alcanzar conclusiones reales, pues «es la mejor herramienta que tenemos, se corrige a sí misma, está siempre evolucionando y se puede aplicar a todo; con esta herramienta conquistamos lo imposible». Nos enseñó que estancarse en un dogma era un lastre, pues no permiten avanzar en la investigación. Nos mostró que, desde siempre «la primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto la fe», y que es a través de la primera que nos entra esa curiosidad, esas ansias por conocer, que la investigación y el método científico pueden resolver. Eso es ser escéptico, desde el punto de vista científico.
Hay personas que opinan que ser escéptico es ser cínico, y que el hecho de no creer en un alma, un espíritu o un dios, hacen que no seamos capaces de ver la belleza en el mundo. Aquí es menester aclarar una cosa. Carl Sagan defendía el escepticismo. Esto significa que él no eliminaba de pleno la idea de la existencia de un dios, ya que no disponía de evidencias empíricas que demuestren que no existe. Y «afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria», nos decía en más de una ocasión. En lugar de ello, se mantenía en un punto de escepticismo en el cual rechazaba la fe en una deidad, pero no afirmaba que no existiera, ya que «la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia». Él se limitaba a buscar la posible necesidad de un dios, y a comprender y explicar que no es necesaria la existencia de uno para que el universo funcione correctamente.
Pero esa visión agnóstica del mundo y del Cosmos, no es sinónimo de cinismo. Carl veía la maravilla que representa el nacimiento de una estrella a partir de polvo, y la muerte de ésta, de nuevo, a polvo. Que ese polvo de estrellas vuelva a formar una nueva estrella, con planetas. Que en uno de esos planetas, ese polvo de estrellas, llegue a una complejidad tal como para formar un organismo vivo. Y que, gracias a las leyes evolutivas, ese organismo de lugar a la inmensa variabilidad de seres vivos que tenemos en el planeta Tierra. Incluido, por supuesto, al ser humano, -que realmente, no es ni el culmen de la evolución, ni el ser más evolucionado, ni podemos considerarlo superior al resto, biológica ni evolutivamente hablando–. Él mismo dijo que «somos polvo de estrellas». Y no dejamos de ser unas criaturas pequeñas, débiles e insignificantes, que «hemos averiguado que vivimos en un insignificante planeta de una triste estrella perdida en una galaxia metida en una esquina olvidada de un universo en el que hay muchas mas galaxias que personas». Y a pesar de todo, seguimos siendo especiales y preciosos. Únicos.
Pero, aunque seamos únicos, ¿somos los únicos? Es decir. Somos únicos como especie, somos una especie que no hay otra igual, al igual que cualquier otra especie de este planeta lo es. Toda especie es única, a su manera. ¿Pero es la Tierra el único planeta con vida?
Las probabilidades no dicen eso. Si bien no disponemos de ninguna evidencia empírica que demuestre que existe vida más allá de la barrera de nuestra atmósfera, tampoco podemos asegurar que no exista. Y teniendo en cuenta cómo se formó la vida, y que la vida puede ser muy similar o completamente diferente a la que hay en la Tierra, es muy probable que haya vida más allá. Y «si sólo estamos nosotros, cuánto espacio desaprovechado». Pero debemos mantener un escepticismo. Eso significa que no podemos afirmar que haya vida en otros planetas -y mucho menos que ésta nos haya visitado–. Pero que tampoco podemos negarlo. Simplemente es un dato que ignoramos, y sólo la estadística y la probabilidad, la lógica y la imaginación, pueden acercarnos a respuestas aproximadas. Y debemos, también, recordar, que esas aproximaciones pueden estar equivocadas. «A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa».
Carl Sagan falleció el veinte de diciembre de 1996, y desde el año 2009, en su honor, se celebra el día mundial del escepticismo y contra el avance de las pseudociencias. En un día como hoy, muchos blogs de divulgación científica, y un buen número de revistas, recuerdan al Doctor Carl Sagan y su obra, así como a su eterna lucha contra aquello que se aleja de la ciencia predicando ser verdad. Carl tuvo su afrenta personal contra la astrología -que es la pseudociencia que propone adivinar el futuro en función de las posiciones de los astros–. Hoy en día, en este día del escepticismo, se habla de astrología, y también de creacionismo -la pseudociencia que propone que el mundo tiene seis mil años y todo fue creado tal y como lo conocemos-, de homeopatía -una pseudoterapia que diluye los principios activos más allá del límite de Avogadro, vendiendo agua y azúcar con efecto no más allá del placebo, como si fueran medicinas- o se desmontan las falsedades de algún médium. Y se habla de Carl Sagan, y de su importancia en el mundo de la ciencia y de la divulgación.
Comencé diciendo que aún hoy, dieciséis años después de su muerte, sus palabras en ocasiones parece que las dijera ayer. Y es que, aparte de un gran científico y divulgador, y un buscador de la verdad más allá de las falacias y mentiras de las pseudociencias, también fue visionario.
En el libro “El Mundo y sus Demonios”, de 1995, escribió:
«La caída en la estupidez se hace evidente principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de sonido de treinta segundos, la programación de nivel ínfimo, las crédulas presentaciones de pseudociencia y superstición, pero sobre todo en una especie de celebración de la ignorancia. En estos momentos -en que se escribieron estas lineas- la película en vídeo que más se alquila en Estados Unidos es Dumb and dumber -Dos tontos muy tontos-. Beavis y Buttheadi siguen siendo populares (e influyentes) entre los jóvenes espectadores de televisión. La moraleja más clara es que el estudio y el conocimiento -no sólo de la ciencia, sino de cualquier cosa- son prescindibles, incluso indeseables.
Hemos preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara.»
Ahora parémonos a pensar un momento en esas palabras. Diecisiete años después de haber escrito esas líneas, nos encontramos con programas de esoterismo todas las noches en televisión. Pocas son las farmacias que no venden homeopatía -y a veces, la anuncian abiertamente- e incluso instituciones públicas -como la Universidad de Zaragoza- la apoyan públicamente instaurando una cátedra. Hospitales públicos aceptan el Reiki como terapia. Se demonizan los transgénicos, pese a que casi nadie sabe nada sobre ellos, y la mayoría de los que saben tienen ideas muy equivocadas.
Hay gente que cree en espíritus. Hay programas que dan bombo al avistamiento de OVNIs, y que dan testimonios de abducciones alienígenas. Muchas lineas aéreas no tienen fila trece en sus aviones -bueno, sí que la tienen, pero la llaman “catorce”-. Revistas sobre adivinación, extraterrestres o hombres-lagarto se venden a diario en los kioskos. La enseñanza del creacionismo no sólo se extiende por Estados Unidos, sino que también aparecen casos en latinoamérica e incluso en España. Se hacen conferencias en España, sobre que la Tierra es hueca y que en su interior hay civilizaciones. Hay gente que cree que el Sol gira alrededor de la Tierra, e incluso hay en Estados Unidos una Flat Earth Society -Sociedad de la Tierra Plana-. Y en todos los periódicos sigue apareciendo, al final, en un pie, un pequeño horóscopo que te indica la buenaventura -aún cuando el calendario horoscópico que indican no coincide con la posición real del sol en las constelaciones-.
¿Y de ciencia? Todos los medios hicieron eco en primera plana y sección central sobre el “descubrimiento” del CERN sobre los neutrinos hiperlumínicos, bajo titulares como “Einstein estaba equivocado” o “La teoría de la relatividad es falsa”, para que todo el mundo se enterara de esa “revolución” -ignorando deliberadamente que los propios operarios del CERN dijeron que se trataba, sin lugar a dudas, de un error-. Cuando se descubrió el origen del mismo, las correcciones al respecto en esos medios aparecieron en una columna apartada, donde poca gente lo vio, eclipsada por otro tipo de noticias que consideraron más importante. Y un año después, aún hay gente que dice que los neutrinos viajan más rápido que la velocidad de la luz, y que la teoría de la relatividad está equivocada. Y a lo mejor otro día, expongo lo que es una teoría científica, y el porqué de que, aunque pueden estar incompletas, no se equivocan.
Yo sólo, invito a pensar un momento. Sed críticos. No creáis nada de antemano. No creáis ni siquiera nada de lo que yo os he dicho. Comprobadlo. Buscad. Investigad por vosotros mismos. Obtened vuestras propias conclusiones, olvidando todo prejuicio. Usad el método científico.
Yo sólo invito a reflexionar.
Lcdo. Mg. Álvaro Bayón Medrano.