Coronavirus. COVID-19. Malo maloso porque creo que hay gente por ahí que la está palmando.
Son curiosos los números. O las coincidencias. No sé. Como científico creo firmemente que son lo mismo. Y que no tienen nada que ver. ¿Cómo se explica esto? Bueno, la Teoría del Caos es genial para eso. Pero no estoy aquí para desgranar algo tan complejo. No hoy.
Estaba hablando de casualidades. Mi última entrada de opinión en este humilde cuaderno de campo fue un mes antes de que muriera una hermana, una compañera, una guía. Fue un mes antes de que, literalmente, una parte de mi alma se secara. Y sí, soy científico y creo en el alma. Porque aparte de una mente lógica, tengo imaginación. Y para mí es tan importante como mi parte racional. Y a quien no le guste, que chupe un pangolín.
Llevaba días queriendo regresar. He interrumpido la redacción de un paper apasionante, o eso creo, sobre la especiación en animales marinos altamente migratorios. Espero con mi regreso aporrear torpemente las teclas bajo los recuerdos de Residente. Que sirven para tapar los míos.
Y me he topado con la casualidad que comentaba al principio. Los números, la evolución, la presencia de las matématicas y casualidades a cada pasito que demos. Esa va a ser la única causa de que termine esta entrada. La casualidad. Porque de casualidades en especies filogenéticamente distintas iba mi artículo científico. Y fue el mismo tipo de azar en el que se fraguó nuestro amigo el coronavirus. Y solo la belleza de este triunvirato me obliga a finalizar.
Así que hablemos de algo que no me está interesando lo más mínimo pero que a la mayoría os tendrá clicando compulsivamente en cualquier cebo mediático que hable de él. Me refiero, por supuesto, al dichoso coronavirus. Que a ver si ya dejamos de llamarlo así. Coronavirus no es el nombre de un virus concreto, como no lo sería reovirus, ni paletovirus. Por favor, si le vais a tener pánico, al menos tomaos la molestia de saber cómo le ha llamado la comunidad científica. Otros que todavía no saben qué carajo tienen delante. SARS-CoV-2. Como un raperito. Nos va a dejar firmados los muros citoplasmáticos, ya veréis.
Y yo, ya de paso, voy a hacer lo que todos. Usaré lo de CORONAVIRUS como clickbait.
No porque me interese obtener más clics. Que no. Si no para comprobar si alguno de los lectores se detiene por un momento a pensar.
En realidad tampoco estoy aquí para difundir, clarificar o ayudar a comprender nada respecto al virus dichoso. Que podría, porque soy un friki de la immunología y la virología como otros lo son del futbol o los comics. Pero es que me la trae al pairo. Me llama más la atención el punto en el que la propia estulticia de una especie tan ampliamente extendida como la humana, le ha conducido a coleccionar rayones en el cuadro de su existencia hasta crear un fractal de auto-extinción.
Lo hicimos. Conseguimos acumular, como un dios con Síndrome de Diógenes, una ingente cantidad de factores con potencial destructor de magnitud catastrófica. Y a pesar de todo, pese a tenerlos despiertos y gritándonos al oído lo que harán con nuestras tripas, seguimos ofuscados en nuestras minúsculas vidas.
Lo único que ha logrado que todo el mundo levante la vista de sus móviles, sus portátiles, sus… ha sido un virus. ¿Y por qué un virus? ¡Pues porque es lo único que la multitud cree no entender! Y no, no insinuo que la gente, el populacho, las placas de petri para virus, puedan entender facílmente a estas entidades Da-Vincianas. Lo que digo es más enrevesado.
Pensémoslo: cambio climático natural, cambio climático antropogénico, hambre -esta, queridos míos, crónica, e invisible-, obesidad, extremismos reemergiendo con el peligro añadido de la hiperconectividad, extinción de especies, superpoblación, buenismo -oh, ya lo creo que esto es un mal global-, desapego moral, muerte del intelecto…
Todo, todo eso, solo con leerlo, creemos entenderlo y saber lo que significa, de dónde viene, e incluso a dónde va. Y con unos cuantos estímulos nerviosos más, nos convencemos de nuestro poder para librarnos de la amenaza que supongan para uno mediante atajos morales o planes B, según corresponda.
Y nos equivocamos. Por supuesto. Ya lo creo que lo hacemos.
Pero un virus. Ah, eso, pequeños aspirantes al libro rojo de especies amenazadas, es bien distinto. ¿Qué es un virus? ¿Está vivo o no? ¿Cómo se combate? ¿Qué dicen las películas de Hollywood al respecto? ¿Y Wikipedia? Bueno, pues eso. Que ni pajolera idea. Así que este COV-19 sí que parece digno de temor.
¡Nos va a exterminar a todos!
Lo dudo mucho, aunque pienso que sería un método muy elegante por parte de la Naturaleza -si nos ponemos panteistas- para barrernos casi de un plumazo. Ojalá Terry Pratchett siguiera vivo y pudiera organizarnos una reunión a los dos con ella…
Los chinos, los chinorris, por ser aún más incorrecto, se han cargado ellos solitos con sus supersticiones, tradiciones, caprichos y antropocentrismo a un tercio de la fauna y flora de este planeta y al resto lo han puesto en riesgo. A base de comérselos, restregárselos, inyectárselos, esnifarlos o fornicar con ellos. ¿Y qué hemos hecho los demás? ¿Cuál ha sido la respuesta de sus iguales ante sus barbaridades?
El expolio del reino animal y vegetal ha despertado la indignación de unos pocos, la indiferencia de la mayoría y la prisa de otros por sacar beneficio.
Así, de a poquito, hemos creado un fractal acojonante que nos tiene a todos a 100 segundos de la extinción. Eh, y que no lo digo yo, lo dicen una patada de gente de esa listosa a la que dan el Nobel y que nunca aportan realmente nada a nuestras vidas.
Cada año, calculan lo cerca que estamos de la extinción en base a un hipotético reloj y sus 24 horas. En ese reloj, la medianoche representa el colapso de la especie humana y su extinción. Ni que decir que «Trumpi», Corea del Norte y demás nos han puesto lo más cerca posible de la hora de las brujas desde la Guerra Fría.
Este cálculo se hizo antes de la aparición del caso de Wuhan. Por suerte para los apocalípticos, los científicos estos son demasiado vagos como para mantener el reloj actualizado. Risa me da pensar lo cerca que estaremos ahora según las mentes más brillosas y Don Limpio.
Así que, como siempre hago, y haré, diré que la solución hubiera sido potenciar la inteligencia y la educación. Favorecer la empatía. La compasión.
Pero en su lugar, lo que hicimos, y seguiremos haciendo, fue premiar y cultivar el egoísmo, la ignorancia, y el pensamiento crítico de postín. Y nos salió el coronavirus en la lotería de la genética.
Esto nos lo merecemos. Así que, bueno, va por todos los pangolines, tigres, rinocerontes, burros, ballenas, ofidios, anfibios, quelonios, osteictios, elasmobranquios, aves, perros, gatos, y demás criaturas que son las únicas que, de verdad, nunca tuvieron responsabilidad de toparse en el camino de esta especie.