Es un viernes cualquiera, de un otoño cualquiera, en un punto cualquiera de una ciudad, Miami, llena de personas cualquieras. Son como peces, solo que se desplazan por tierra y demuestran en muchas ocasiones poseer menos capacidad de raciocinio que estos bichos de mar.
Esto es, al menos, lo que Farli interpreta. Está sentado en el embarcadero de su universidad, y desde la privilegiada posición en Key Biscayne, un lugar hermosísimo rodeado por las aguas quasi turquesa del Atlántico, con algún manatí puntual, rayas pasajeras y delfines apurados por vecinos.
Hace ya una semana desde que, como medida para combatir la contaminación de las playas por vertidos fecales, la ciudad de Miami vertió el equivalente a varias piscinas olímpicas de lejía al mar. Dijeron que fue un accidente. Por supuesto, la lejía no llegó sola. Lo que esto hará a las comunidades de microorganismos de las que dependen las estructuras de coral que malamente sobreviven frente a esta ciudad del estado de Florida es fácil de imaginar, pero el resultado está por ver.
En un principio Farli se sienta para pensar en otro espacio marino mucho más lejano en el espacio, pero parte integral de su personalidad. El Mar Menor. Son ya semanas de noticias de todo tipo en relación a la vistosa mortandad de peces observada en la laguna más grande de Europa. Los periódicos disfrutan de los restos de la perla murciana del mismo modo que aprovechan todos los restos de un parricidio, secuestro o accidente de avión. El Mar Menor es carnaza para las redes y la prensa amarilla. También para los entendidos de todo y nada.
Y Farli no quiere unirse a la turba con smartphones por antorchas y redes sociales haciendo las veces de horquillas.
Al mismo tiempo, los océanos de todo el planeta afrontan catástrofes mucho mayores que las del Mar Menor. Y el conjunto de estas es más importante, debe admitir aunque le duela hacerlo. Siente que al hacerlo deja de lado la degradación del paisaje de su infancia. Pero esto no trata de sentimientos. Y es lo que seguramente muchos no hayan comprendido.
Tampoco es cuestión del sector pesquero, del turístico, de la ciencia desoída ni de los agricultores responsables. Posiblemente tenga más relación con los band-dido-os políticos. Y el frenesí de niños sorprendidos en una gamberrada con que se señalan entre ellos. No admiten que todos han tenido responsabilidad en esto del Mar Menor. Que unos iniciaron y permitieron procesos de degradación de la laguna que otros favorecieron.
Farli se niega a escuchar o leer un solo artículo más de esas personas que consumen ensaladas en bolsa procedentes del Campo de Cartagena. Señores ilustrados, ¿de dónde creen que proceden?, ¿cómo piensan que se regaron y cuál creen el destino final de los fertilizantes con que se potenció su crecimiento? Le pido un favor a tanto periodista de tres al cuarto, incapaz de distinguir un nitrito de un nitrato, un proceso de eutrofización de una ciénaga podrida: cierren ya el pico y vayan a saborear las tripas de otro desastre. Aquí molestan. Y ofenden.
Esta semana pasada El País publicaba un reportaje en el que desvelaba, o acercaba, que lo del Mar Menor ya ocurrió hace décadas en Estados Unidos, con Salton Sea. ¿Que qué es lo del Mar Menor? ¿Aún no se han enterado? Pues desregulación, agricultores sin escrúpulos, vertidos incontrolados a un ecosistema, en este caso, cerrado, eutrofización, anoxia y un climax muy vistoso de miles de organismos agonizando. Hoy día Salton Sea es una ciénaga putrefacta, que el todopoderoso y ecologista estado de California no sabe remediar.
Farli aprecia una línea del tiempo que conecta la catástrofe de Salton Sea, con la del Mar Menor, y la forma en que las naciones utilizan los oceános como retrete o, mejor aún, como pozo ciego. Porque arrojamos al medio líquido todo aquello que nos sobra y que no sabemos gestionar. En nuestra mente, lo que traspasa la frontera del mundo acuático, desaparece. Si una vez Stephen Hawking dijo que los océanos no son la fuente de vacío que creíamos, debería hacer falta que alguien explicara que los océanos no representan ninguna conexión con esos mismos agujeros negros.
Ese Salmón que tanto disfrutamos representa la muerte de delfines, leones marinos, de peces salvajes, la desaparición de ecosistemas, la violación de derechos ancestrales de tribus nativas, y la muerte de personas. Honestamente, representa mucho más que eso en términos de impacto. Pero no es el momento para abordarlo.
El inepto gobierno del país del sol naciente plantea verter al Pacífico el agua empleada en Fukushima para refrigerar los reactores accidentados en una central nuclear que no cerraron cuando tocaba.
La moderna Barcelona riega su litoral con aguas fecales independentistas sin tratar. Y en el malecón los turistas consumen arroces con gusto a… ya saben.
Así que Farli se levanta en el embarcadero. La historia del Mar Menor es tan solo una moraleja. Una que, como sucede siempre con las fábulas, no entenderemos. Puede que si algún ilustrador accediera a representarla con dibujos para niños de cinco años hubiera quien la captara. Salton Sea fue la representación aislada de los desastres que nuestra forma de vida causa en el medio ambiente. El Mar Menor ha sido la puesta en escena de cómo podemos acelerar la muerte de un ecosistema destinado a sumarse al Mediterráneo. Entre tanto, los mismos factores que causaron estos fenómenos tan llamativos siguen ocurriendo en un medio mucho más grande.
Y lo triste es que sucederá de nuevo. A peor escala. Y las voces heridas no curarán nada.
Farli antes lloraba al ver el mar y pensar en toda la muerte que causamos en él. Hace mucho que las lágrimas se le secaron como cristalizadas en una salmuera. Ahora tan solo aspira a transmitir la capacidad de pensamiento crítica y de reacción que nos hubiera salvado de lo que vino, ha venido y está por llegar.
Es por esto que se encoge de hombros al observar la cercana frontera de Key Biscayne bañada por aguas cloradas y restos de heces humanas. Es un soldado derrotado que ya abandonó las armas y agarró la pluma para dejar testigo escrito. Aunque tampoco parece probable que la capacidad de leer vaya a sobrevivir mucho más que la de autocrítica.
Al margen de todo este análisis, Farli lamentó la muerte del Mar Menor. Pero lo hizo hace años, cuando el sentido común científico decía que la laguna no aguantaría con vida ni tan siquiera hasta el momento en que la subida del nivel del mar la uniera al Mediterráneo. Farli fue un niño que creció en el Mar Menor, que pasó horas en sus playas, se ahogó en sus aguas, fortaleció sus músculos y expandió los pulmones junto a su hermano en la tierra de sus abuelos.
Farli fue un niño del Mar Menor, de huerta en invierno y campo en verano. Fue afortunado. Ahora, lo que le han arrebatado la tanda casi inacabable de (i)responsables es tan grande que prefiere no llorarlo. Él ya se despidió del Mar Menor hace mucho. Ahora prefiere luchar porque exista un futuro en el que otros niños vean su crecimiento tan unido a la tierra y al mar como el lo tuvo. Farli prefiere combatir para ver niños salvajes antes que críos del click y el led.
Seré poco imaginativo y os diré: ¿es que nadie piensa nunca en los niños?