Selección Natural. Evolución. Átomos y radiación. Mecánica cuántica. ¿Y si no son más que parte del mismo engrudo? Voy a echar el freno ligeramente. Lo que tienen en común estos pilares de la biología y la física modernas es que ambas se nos presentan no ya como descripción de la verdad. Sino como La Verdad misma. También comparten un punto incómodo para sus defensores a ultranza, y es que no dejan de ofrecer una comprensión imperfecta e incompleta.
Aquí mejor hacer como la Zorra de Esopo, y mirar solo a las frutas maduras e ignorar las verdes.
Esta mañana me vi sorprendido por los pensamientos que emergían de la superficie de mi taza de café. Las ideas tienden a surgir de las superficies oscuras. Seguramente se deba a que bebo demasiado, y que no dejo de pensar chorradas. Dada la abundancia de la situación A y la B, su suma, y el resultado, son altamente probables.
Decía Platón que la ciencia es un juicio verdadero acompañado de razón. Claro que Feynman también afirmó que la mecánica cuántica no puede ser entendida por nadie. Contradicción al canto, señores físicos.
Lo mismo puede aplicarse a la evolución. En esto la ciencia se revela como la misma cosa, un juego que no es del todo comprendido. El problema radica en el motivo por el que sus jugadores fingen que sí lo hacen. ¿No será necesario despojarse de los remanentes platónicos que recubren nuestro pensamiento? Retórica pura.
Hace mucho que la Academia de Atenas debió de quedar como un mero recuerdo. La verdad, por ahora, se nos demuestra inalcanzable. No importa cuánto finjamos. De ser una materia al alcance de la razón humana, nuestra ciencia sería perfecta, un prado de manzanas maduras. Pero abundan las manzanas verdes, los resultados imprevisibles e indescriptibles.
Seguramente Platón y Feynman tendrían mucho de lo que hablar. Pero nosotros no somos ellos. Y debemos usarlos como base, quizás de inspiración. Conviene, no obstante, recordarlos como el vecino molesto de al lado que cocina pescado pestilente y escucha reggae cuando estamos en lo más dulce del sueño o en lo más incómodo de la reunión por zoom de la nueva anormalidad. Conviene dejar la adoración para los templos religiosos.
Vayamos al meollo de la cuestión. El objetivo de este artículo es presentar la Selección Natural. Mostrar al lector que, a diferencia de lo que se nos transmite en la educación básica, es algo que está lejos de ser comprendido.
La Selección Natural es el proceso biológico que determina que ciertos alelos pasen con mayor probabilidad de una generación a la siguiente.
Eso es todo. Es bastante simple una vez sorteados los problemas para formularla, algunos de ellos ya comentados en la entrada anterior.
Ahora bien, una teoría aparentemente simple puede complicarse mucho cuando es interpretada, y creada, por una raza acostumbrada a mirar a los cielos en busca de una explicación o un regidor supremo. La teoría, que nació en una sociedad ultra-religiosa, y de la mente de un hombre que una vez fue un practicante devoto, se formuló y entendió como la sustitución de Jesucristo, el Espíritu Santo y los Apóstoles. Entonces, lo que sería un juicio verdadero, se descuelga ligeramente de la razón. Cuando este juicio comienza a ser enseñado en las escuelas sin la comunión de ningún otro juicio, y sus principios son repetidos hasta la extenuación… Se convierte en dogma. Aquí la epistemología tendría algo que decir.
La Teoría de la Selección Natural pasó por varios procesos, y numerosas mentes, hasta tomar la forma simplificada que se ofrece unas líneas más arriba.
Pero no queda la historia en algo tan sencillo. Puesto que el rigor con el que se aplica esta teoría, la presión con la que se filtra, es responsable del nacimiento de diferentes escuelas.
La escuela Neodarwinista o Ultradarwinista, la Naturalista y la Estructuralista.
A todas estas las abordaremos de forma independiente en futuros artículos. Cada una merece cierto crédito, y sería injusto considerar unas más acertadas que otras.
En cuanto al creacionismo, el fijismo, y demás fanatismos, no me voy a molestar ni en dedicarles una risa.
Y pensar que hay estados, por allá en el norte de América, donde estas locuras son de enseñanza obligatoria.
Por más que me pese, el diagrama anterior muestra demasiados conceptos que necesitan una definición. De lo contrario uno estaría soltando paparruchadas a una audiencia que dejaría de leer o, tal vez, seguiría por cortesía, pero sin pillar dos de cada tres ideas.
¿Es el mundo tal cual lo vemos?
Bueno, el Realismo considera que el universo existe de forma independiente a la mente, aunque somos capaces de captarlo tal cual es, por tanto podemos discernir las leyes que rigen el universo y predecir su comportamiento.
Sin embargo, el Relativismo, que uno ya deducirá que va por otros lares, afirma que no existe una sola realidad, que las imágenes generadas por nuestra mente son las responsables de lo que podamos conocer, así como la imposibilidad de la existencia de leyes o la predicción de los fenómenos naturales.
Sé que si por aquí hay algún seguidor de Smolin, esto del relativismo le estará dando urticaria. Y quizás ganas de arrancarse la cara. Pero qué le vamos a hacer. Cuando un árbol cae en el bosque, a veces se le escucha, y otras veces no. El problema está en no preguntar quién o qué lo escucha y si, al margen de esto, produce algún sonido.
¿Podemos conocer un proceso disgregando sus partes y entendiéndolas?
Esta es la estrategia preferida de la ciencia. La más utilizada. Y ha producido notables descubrimientos. Lejos de estas líneas criticar el reduccionismo. Pero es necesario recordar que solo es una herramienta, como una pala. En ocasiones un pico es más útil para abrir un surco.
Dice el Reduccionismo, para el cual nos entrenan desde primero de carrera, que las entidades de orden superior pueden ser disgregadas en sus componentes más pequeños, sin que se produzcan cambios o alteraciones en el proceso, y que la comprensión de estas partes de orden inferior permite comprender a su hermana mayor. Un argumento en contra suele ser que esta técnica olvida la tremenda importancia de las interacciones entre las partes. Es divertido, por ejemplo, ver a los ecólogos estudiar los ecosistemas -medios complejos y heterogéneos definidos por sus interacciones- con métodos reduccionistas.
Por contra, el Antirreduccionismo, afirma que cuando entidades naturales se reúnen en otras de orden superior, le otorgan una nueva identidad.
Pero, ¿y el PROPÓSITO? ¿Encierran los procesos naturales algún propósito?
Dirá la Teleología que así es, que siguen un objetivo prefijado. Se puede haber preestablecido por una deidad, el destino, complejas leyes físicas o el Pastafarismo -¿sabéis que a los seguidores del Monstruo del Espagueti Volador la Audiencia Nacional le ha negado convertirse en religión? Inconcebible. Pero lo importante es que cada roca que cae por la ladera sigue un plan de orden mayor. Siempre parte de un «¿por qué?».
El Causalismo viene a ser el aburrido de la fiesta. Para él, todo fenómeno natural es la simple causa de las condiciones iniciales a las que se ve sometido. No hay ningún plano. Vamos, que la Naturaleza no es amiga de la planificación urbanística. Se persigue el «¿cómo?».
Si la Teoría de la Selección Natural no es más que un modo imperfecto, pero útil, de observar los cambios adaptativos en los seres vivos, las diferentes escuelas son los diversos sistemas operativos que cada uno encuentra más apropiado para hacer uso de dicha teoría. A pesar de que haya quien haga de su capa un sayo. Pero esto es otra historia.
Lo que nos atañe aquí es comprender que la Selección Natural es uno de los tres principales motores conocidos de la adaptación.
Que la adaptación es esa cosa que ocurre cuando un ser vivo redefine su relación con el medio en el que vive. Y lo hace con éxito, claro está.
En historia natural nadie recuerda a los perdedores. Esto es un proceso constante y que nunca finaliza.
Que la adaptación se ve reflejada en la supervivencia. Pero la supervivencia, allá afuera, en el mundo real sin Tinder, se ve reflejada únicamente en sobrevivir el tiempo suficiente como para producir descendencia fértil. A esto, se le llama estar seleccionado positivamente. Y ya después te puedes morir. No hay cabida para sueños de una senescencia dorada. Compartes esos genes que te han permitido comer más, y no ser comido, y puedes morir.
Selección Natural, Flujo Genético y Deriva Genética.
A menudo, los dos últimos motores quedan absorbidos en la Selección Natural por aquellos responsables de estudiar los fenómenos naturales.
¿Y por qué ocurre esto? Es una pregunta que nunca evité plantearme en mis primeros años de formación científica. Claramente son tan importantes como la Selección Natural, pero nadie fuera del mundo de la Biología Evolutiva habla de ellos. Entre los científicos, la aparición de un comportamiento inusual o el desarrollo de un fenotipo peculiar -esto es, la manifestación macroscópica de un determinado carácter genético- se justifica siempre con la carta del Joker de la Selección Natural.
Pero aquí subyace un error metodológico crucial. Cuántos no serán los posibles descubrimientos perdidos tras acallar el brote de las ideas con la carta mágica. Repasemos lo que sabemos con certeza: primero, los seres vivos no mantienen sus formas y adaptaciones de forma permanente; segundo, cada especie existente procede de la alteración de las características de especies antecesoras; y tercero, con el cambio del medio, se hace necesaria la adaptación de sus especies para ser capaces de afrontar la nueva distribución de alimento, presas y parejas reproductivas.
El logro de estos hitos vitales no sería posible sin el concurso de los tres principales motores evolutivos ya citados. Obviar a dos de ellos, o considerarlos de menor importancia, tiene el potencial de conducir a caminos peligrosos.
En la actualidad estamos siendo testigos de lo que sucede cuando una especie burla de forma continuada la Selección Natural, altera la Deriva Genética y mantiene un Flujo Genético sin regular. Digamos que las consecuencias de apostar sin cesar por el caballo perdedor y doparlo para que gane, han terminado por desencadenarse todas en forma de causalidades desbocadas que no distinguen amigos. Pandemia risueña al canto.
Este diario llega a un punto en el que la información proporcionada es demasiada. Conviene meditar sobre ella. Darle otra lectura. Y preguntarse qué tienen en común la física y la biología, a las que comparábamos al principio.
Todas las ciencias comparten lo mismo: la búsqueda de la verdad.
El problema radica, probablemente, en que hay altas posibilidades de que no sea posible dar con una verdad. Para ello sería necesario que verdad y razón confluyeran. A uno le queda la sensación de que la verdad evita al cuerdo, y que el cuerdo evita la verdad.
La ciencia tiene trabajo para rato.