Opinión. Ah, esa bella capacidad, libertad y/o derecho que el ser humano practica con tanta, tantísima frecuencia.
Una cosa es tener la capacidad de hacer algo. Otra, bien distinta, hacerlo de forma constante y grotesca.
Un ejemplo: todos podemos usar nuestro aparato excretor. Hacer uso del mismo en un lugar privado, como un cuarto de baño, es apropiado. Ponerlo en práctica sobre el capó de un coche es, aparte de inadecuado, desagradable.
El ejemplo es gráfico, y conviene que sea tan sencillo vincularlo directamente con hordas de trolls, sabelotodos, artistuchos de medio pelo, personajes a medio terminar una carrera universitaria, políticos de cualquier pelaje y miscelánea humana varia. Hordas emergidas de las profundidades de Isengard. O Twitter. O cualquier otra red social. Señores, todos somos cuñados.
La lista de elementos que me he planteado no mencionar en esta columna es tan absurdamente larga, que creo que me estoy imponiendo un estado dictatorial a mí mismo. En cualquier caso, ya hablé alto y claro en mi anterior publicación. Pero allá va, lo lograré. Aunque sea solo para demostrarme que no padezco la diarrea mental del resto de la población. Que sigo siendo capaz de comunicarme.
Disculpe el lector si, por lo que fuera, el contenido de este texto le parece más impreciso de lo habitual.
La reclusión de millones de carcasas en sus hogares ha dado lugar a una serie de situaciones divertidas. La primera de ellas, que plataformas de streaming se han visto obligadas a reducir la calidad de su contenido. Generando, cómo no, que cientos de miles manifestaran su idignación. Otra ha sido que muchos han encontrado entretenimiento en perseguir por Twittter, por ejemplo, a cuanta criatura indefensa se posicionara de modo que no les agradara.
Los insultos y descalificativos son los de siempre: facha, progres, nazi, feminazi… Y una lista que de ser más larga seguramente no resultaría tan decepcionante.
Lo verdaderamente gracioso es comprobar el número de personas, con graduado escolar, que desconoce la verdadera definición de fascismo. Quisiera plantear en Change.org la posibilidad de hacerles volver al instituto. Pero soy demasiado vago, y tampoco es que su ignorancia me afecte tanto. Antes al contrario, me divierte.
Como iba diciendo, la gente se ha visto obligada a enfrentarse a sí misma. De un modo que me ha recordado bastante a una mediocre novela que reseñé hace unos meses- lo siento, Juan.
Las resonancias de la caverna hueca de su reseco mundo interior han aterrado a muchos. Que si ataques de ansiedad, aplausos por los balcones, caceroladas, trolls en las redes, criaturicas más bien necias saliendo a la calle para respirar «libertad». Por no mencionar el enorme abismo al que han tenido que asomarse aquellos con relaciones familiares y sentimentales erosionadas.
Pero como no me importan un pijo, pues ni los voy a mencionar. Aquello sobre lo que quiero llamar la atención, sin necesidad, esta vez, de acudir a la ciencia, es el vacío que habita en una gran parte de la población.
¿Qué os motiva? ¿Qué sentís nada más abrir los ojos por las mañanas? ¿Con qué soñaríais o anhelaríais si se eliminara el consumismo y el deseo carnal?
Goethe, Hermann Hesse, o Elmo, se escandalizarían de ver de qué modo la vida sin más, absurda, dañina, inanimada, se ha tornado la norma en lo que Verne esperó que fuera el siglo más avanzado de la humanidad.
Se equivocó, no obstante. Cada vez estamos más cercanos a la regresión evolutiva. Y por muchos memes, textos de apoyo, y chorraditas varias que enviémos para convencernos de que tras todo esto mejoraremos como especie, nos engañamos.
La pandemia va a pasar. Le va a hipotecar parte de la vida a muchos, pero pasará. ¿Sabéis lo que no cambiará? El efecto del hombre sobre el la Tierra y sobre el propio hombre.
Homo Homini Lupus.
Sí, muy bien. Pues a joderse. Que hay muchos bichos caníbales y bien que les va. Pero lo que me importa es que hay otros afectados. Y esta reclusión no va a ser cosa de una vez. Habrá más elementos que nos obliguen a encerrarnos en nuevas ocasiones.
Catástrofes meteorológicas, altas temperaturas, plagas, nuevas enfermedades, conflictos armados (uno sabe un ratico de esto último y os digo a los que dejáis los grifos abiertos, que vuestra despreocupación burguesa algún día traerá tiros), radiaciones solares mutagénicas…
Y probablemente ya no tengamos la dicha de disponer de abundancia de alimentos, ni un buen internet. ¿Qué haréis entonces, criaturicas mías?
Para todo aquél interesado en el suicidio, que contacte conmigo y un Caganet psicótico le dará unos consejos la mar de güenos. Hint: su apellido rima con extradición. ¿O era Waterloo?
Esto mismo, o algo bien parecido, ha estado diciendo el superhéroe español, Arturo Pérez Reverte. Y claro, no han tardado en aparecer los tonticos para criticarlo por el mero hecho de ser quien es. Y los merluzos de siempre para alabarlo por tres cuartas partes de lo mismo.
A mí me la trae bastante al pairo que a Reverte le hayan llovido balas, que haya sido reportero de guerra, que navegue en su velero tirando de remo y pecho lobo cuando no haya viento, o que se le vaya la chola y se pueda creer el Capitán Alatriste. Sin embargo, sí que respeto la cantidad de libros que ha consumido, su habilidad para manejar con temple las simpatías y antipatías que despierta en esta España nuestra de gitaneo y tontería. Y la verdad, ya solo por eso, tiene mi respeto. Aunque él no lo necesite y a mí no me importe. Pero si alguien con su experiencia vital quiere señalar que en Sarajevo, o dondepingasea, la reclusión era mucho peor, no es con ganas de presumir, sino de ayudar e inspirar a la reflexión.
Pero qué hara nadie pidiendo reflexión a una sociedad que no lee. Que no crea. Que solo consume. Una sociedad que no mira más allá del propio ombligo.
El Confidencial, un diario con una habilidad innegable para contratar columnistas de berrinche y vermouth con soda, del tipo de Alberto Olmos -AKA Lector Malherido, Repelente innato o Escritor Prescindible-, publicaba este domingo una columna criticando a Reverte por lo mismo que acabo de sugerir.
Si es que da igual dónde se mire. Uno encuentra el mismo nivel intelectual en todos los estratos. Ameboide.
Y bueno, gente, con estas reflexiones aleatorias, habiendo logrado no mencionar a Voldemort, más críptico que de costumbre, y con más enemigos en la mochila, me despido.
Solo una cosa más. Adoro las imágenes de los ecosistemas que nos hemos cogido por el culo demostrando lo rápido que se recuperan de nuestras agresiones. Y más aún si lo comparamos con lo que hemos tardado en joderlos. ¿Qué nos dice esto, más allá de opiniones? Esto, junto con la pandemia de turno, nos grita a las claras que el Planeta, la Naturaleza, son más fuertes que nuestra egocéntrica raza.
Y cuando los eventos apocalípticos que nos estamos gestando, nos barran de la superficie, algún tipo de equilibrio volverá a reinar. Y eso, al igual que una estructura vírica con aspecto de corona, o de bala, es algo bien bello.