«Dientes rojos» es una de las novelas más recomendadas del último trimestre del ya extinto 2021. La última novela de Jesús Cañadas, editada por Obscura, nos lleva a un tétrico paseo por los resquicios de un Berlín oscuro, intentando averiguar qué ha ocurrido con Rebecca, una adolescente desaparecida.
Y, sí.
Preparaos.
Esto va a doler.
El argumento
Rebecca Lilienthal, una adolescente berlinesa, ha desaparecido del internado en el que reside. Lo único que ha dejado tras de sí es un charco de sangre sobre el que flota un diente arrancado.
Lukas Kocaj, un agente recién salido de la academia, será el encargado de encontrarla. Acompañado del inspector Otto Ritter, un policía brutal, racista y desfasado, Kocaj descubrirá cada vez más fragmentos de la vida oculta de Rebecca, de las siniestras fuerzas con las que bailaba y del peligroso juego en el que se ha aventurado.
Un juego que ampara los macabros asesinatos de decenas, quizás cientos, de niñas y mujeres.
Kocaj, Ritter y Rebecca; Rebecca y los polis.
Rebecca ha desaparecido de un internado en Berlín y todo indica que no ha sido de forma pacífica.
Kocaj acaba de llegar al cuerpo de policía. El novato debe hacer equipo con Ritter a.k.a. Tenaza, un perro viejo del cuerpo, un dechado de pecados (violento, maleducado, misógino, racista y machista).
La santísima trinidad de «Dientes rojos».
Podríamos pensar, atendiendo a esos mimbres, que estamos frente a una novela negra, un policiaco ambientado en un Berlín gris de cemento y blanco de nieve.
Y sería verdad.
Una media verdad.
«Dientes rojos» tiene esa parte de policiaco, de polis desagradables, de personajes feos de leer, de pistas y de conexiones entre personajes.
Pero sería la parte emergida del iceberg (de un iceberg negro, negrísimo).
La primera parte de la novela juega a ser un noir. Con Kocaj y Ritter como protagonistas y la búsqueda de Rebecca como anzuelo, Cañadas nos va sumergiendo en un Berlín hostil, lleno de grietas.
No es fácil conectar con Kocaj o Ritter. La narración fluye con frases cortas, directas. Una narración en primera persona, de la mano de Kocaj, lanzado a una búsqueda difícil, mientras conocemos parte de sus motivaciones.
Terror con la gabardina de un policiaco
La grietas de Berlín van aumentando, según Kocaj va sumergiéndose en una horrenda espiral. Y ahí, en el limbo entre las dos partes que rompen la novela, ese policiaco muta en algo más, en una versión terrorífica, llena de horrores, de esos que acechan por la nuca, con presencias en el rabillo del ojo.
Voy a detenerme, antes de entrar en el terreno de los spoilers, pero diré que el cambio me sorprendió y, sacudido el estupor inicial, ésta segunda parte me cautivó (aún más).
«Dientes rojos» nos lleva a un infierno urbano, gris y carmesí, donde una violencia dura, áspera y (lamentablemente) cotidiana va emergiendo con la lectura. Un nuevo nivel del purgatorio, con muchos pecados que aliviar y pocos pecadores dispuestos para la redención.
Cañadas rompe el velo y sale victorioso de esa visita al otro lado. No era un reto sencillo, ni la novela está planificada para caer en convencionalismos.
La naturaleza de «Dientes rojos» es híbrida, mestiza.
Una novela de terror camuflada bajo la piel desollada de un policiaco. Ese aspecto influye en su manera de narrar la historia, en el lenguaje y en los aspectos a tratar.
«Dientes rojos» tiene una importante carga social. Un escenario como Berlín sirve para reflejar temas como el racismo, el odio, la intolerancia, la gentrificación y la pérdida de personalidad en las grandes ciudades.
Pero, si hay un tema capital en la novela es la violencia y, si hurgamos en la herida, en la violencia machista, en la violencia de los hombres y la sociedad contra las mujeres. Porque siempre son las mujeres; porque siempre son los hombres.
La parte de Kocaj y Ritter funciona a la perfección para retratar los detalles de esa violencia desde un particular punto de vista. Y ahí te pone a ti, como lector o lectora, frente a frases, comportamientos, hechos, que remueven, que añaden sal a una herida recién hecha.
Una puñalada reciente que aún tiene mucho por sangrar.
Telón de carne
En ese punto de confusión, de confrontación directa con los comportamientos de los protagonistas, es cuando el velo se rasga, cae el telón (de piel y sangre) y nos enfrentamos al terror.
Bueno, miento: el terror siempre está presente en «Dientes rojos», ya desde su primera (magnífica) página.
Un terror que va creciendo de la mano de la faceta noir del relato, rebuscando por los callejones de Berlín, por sus librerías que no existen, por las naves convertidas en discotecas… en todos los rincones rezuma horror.
Después, cuando el Rey se presente con su capa de dientes y su corona de luna comprenderéis que ya es tarde para vosotros: Cañadas os la ha liado y ha metido ideas muy chungas en vuestro cerebro.
Ideas que llevan a Clive Barker, al Rey de Amarillo, a True Detective, a chubasqueros amarillos, a caras sin rostro, a hoyos con cruces de neón, cultos desconocidos y llaves escondidas.
Una novela que encaja a la perfección con otro de los títulos fronterizos más recomendables de los últimos meses, «Los ángeles me miran» de Marc Pastor. Si «Dientes rojos» es True Detective: Berlín, «Los ángeles me miran» podría ser True Detective: Barcelona; dos excelentes trabajos con unos sutiles nexos en común que los hacen deliciosamente actuales y coetáneos.
Perfectos para una sesión doble.
En definitiva
Me gusta, cuando me lanzo a hacer una reseña, señalar algún punto negativo. Quizás sea por ser (lo que considero) justo o porque veo cierta belleza en la imperfección. Con «Dientes rojos» no soy capaz de hacerlo. La novela de Jesús Cañadas me ha desarmado hasta el punto de que lo que pensaba que no me estaba gustando tiene su encaje en la parte final de la novela. No me gustaba porque no debería de gustarme, ni más ni menos.
«Dientes rojos» nos lleva a un infierno urbano, gris y carmesí, donde una violencia dura, áspera y (lamentablemente) cotidiana va emergiendo con la lectura. Un nuevo nivel del purgatorio, con muchos pecados que aliviar y pocos pecadores dispuestos para la redención.
Una novela necesaria y dura, en su aspecto social y rebosante de una oscura inventiva en su parte de ficción. Cañadas rompe el velo y sale victorioso de esa visita al otro lado, sin ser un reto sencillo ni estar la novela planificada para caer en convencionalismos. El autor abre una brecha con un machete oxidado y lanza a las mentes lectoras al otro lado, sin miramientos ni concesiones.
Y menudo párrafo final, de los que duelen.
Porque «Dientes rojos» duele y sangra hasta el punto final.
Bienvenidos a la zona de fumadores, la salida no va a ser sencilla.